Con la frecuencia de las cosas falsas o las mentiras a medias; las verdades parciales y los embustes, escuchamos la solemne declaración de cualquier presidente mexicano: la política exterior se rige por la fortaleza de nuestros principios.
Y entonces se suelta el rollo sonsonete de la no intervención, la autodeterminación de los pueblos, la solución pacífica de los conflictos y controversias, etc., etc. y todo el compendio axiológico y falso de una conducta acomodaticia, sostenida en principios traicionados, cuyo conjunto se ha dado en llamar la Doctrina Estrada, en honor del ilustre diplomático don Genaro Estrada quien compendió esas ideas.
Cómo todos sabemos Don Genaro nos enseñó el recurso de vivir fuera del riesgo o la complicidad. Por su idea estratégica, más allá de la practicidad defensiva, este país no reconoce ni desconoce gobiernos. Se limita a sostener relaciones con ellos; o no.
Como todos sabemos el ilustre canciller sinaloense murió colmado de honores. Fue sepultado en la Rotonda de las Personas Ilustres y vale la pena recordar aquellos días.
“Durante la ceremonia de inhumación la intervención del embajador Rafael de la Colina, entonces representante permanente de México ante la OEA y decano del Cuerpo de Embajadores de México, giró en torno a la gran visión de Estrada para formular la práctica que le permitiría a México articular sus relaciones con el mundo.
“Hizo hincapié en la importancia que la Doctrina Estrada había tenido en la conducción de la política exterior mexicana y para el posicionamiento de México en el concierto de las naciones. También abundó en el modo en que expresaba de manera enérgica los principios de autodeterminación de los pueblos y no intervención que habían sido tan preciados por México a lo largo de su historia como nación independiente”.
Pero a ese señor el presidente López Obrador le ha metido la espada en la espalda. ¿Por qué?
Por esta declaración:
El Presidente Andrés Manuel López Obrador indicó ayer que las relaciones diplomáticas de México con Perú están en pausa debido a los acontecimientos ocurridos en ese país, en donde fue destituido Pedro Castillo de la Presidencia.
“En conferencia en Palacio Nacional, dijo que no corresponde al país reconocer a la nueva Presidenta Dina Boluarte, quien fue designada por el Congreso peruano tras aprobar, en un tercer intento, la vacancia de la Jefatura de Estado de Castillo”.
Pero si le corresponde no sostener relaciones con su gobierno. Y hoy las tiene.
“Al insistirle si para México, Castillo seguía siendo el Presidente de la nación andina, el tabasqueño dijo que sí, que fue la persona que los peruanos eligieron para que los dirigiera.
-”Sí, lo acabamos de decir en el documento, hasta que allá lo resuelvan en términos de legalidad”, indicó”
El documento al cual el presidente hizo alusión fue promovido y firmado por Argentina (cuya vicepresidenta ha sido inhabilitada ad perpetuam); Venezuela, cuya; Bolivia (Evo hizo un intento similar al de Castillo) y Colombia, países en cuyo sonsonete internacional no figuran nuestros principios.
Al proclamar la legitimidad de Castillo con base en resultados electorales previos, el presidente pasa por alto la majestad de la voluntad electoral de los legisladores cuyo congreso destituyó al balbuceante golpista por dos razones, la primera, por intento de autogolpe de Estado; la segunda, por hacerlo con las patas.
Cuando Augusto Pinochet derribó a Salvador Allende, México hizo lo correcto: Recibió en asilo a cientos de perseguidos y rompió relaciones. Aquí, hasta hoy nadie ha sido objeto del asilo mexicano, aunque se lo ofrezcan a Castillo en medio de versiones encontradas entre la presidencia y la cancillería.
Y si no estamos de acuerdo con Dina, ya podríamos haber roto, en vez de sermonear en montón en un comunicado donde todo se confunde, hasta la bandera de Argentina. Ni eso saben hacer.
Castillo está preso con todas las de la ley. La ley de allá.