Para los militantes de la Cuarta Transformación o, mejor dicho, para los devotos de López Obrador, el proceso de selección de sucesores, en el Poder Ejecutivo Federal y el gobierno de CDMX (omitamos los otros estados con elecciones), ha sido un éxito absoluto en todos los sentidos.
Quien sabe si, además de él, los demás lo crean. Hablo del proceso, no del resultado.
No me imagino en la intimidad de sus pensamientos, un adarme de alegría por parte de García Harfusch quien ha sustituido su rictus de susto tras el atentado de Las Lomas, con una sonrisa fingida en las fotografías del ungimiento de Clara Brugada perdedora claramente en las irrelevantes encuestas.
Y de Ebrard frente al espejo, mejor ni hablar. Quien se engalana con falso orgullo, segunda fuerza, automáticamente le reconoce superioridad a quien tiene la primera fortaleza, haiga sido como haga sido, con y a pesar de todas las irregularidades denunciadas y hoy diluidas en el mar temeroso y tenebroso de la disciplina ovícola.
Fue un éxito democrático, si por democracia entendemos el acomodo de los procedimientos hasta lograr el resultado previamente decidido por quien impone la voluntad. Si para eso es necesario jugar a los espejos, las apariencias, los cristales distorsionados, el engaño, la finta, el amago y el boxeo de sombra, bien empleados todos los recursos, trucos y añagazas.
Lo importante es el resultado. Y más importante aún el resultado porvenir. Los cofrades dicen, todo el proceso se logró en unidad.
¡UNIDAD! gritaba Claudia Sheinbaum con una voz tipluda, impotente y desesperada en la Arena México. Nadie le hacía caso. El coro fanatizado, festivo y feliz (FFF), era estentóreo: ¡UTOPÍA, UTOPÍA!
Si en la voz de Sheinbaum unidad significaba háganme caso, la respuesta coral decía otra cosa: mejor haznos caso tu. Y ella se terminó doblegando (doblada) ante la voluntad de la masa en rebeldía. Y la masa alimentada por una sola orden. Y Clara, en el centro de la fortuna.
“…La masa en rebeldía ha perdido toda capacidad de religión y de conocimiento (decía Ortega y Gasset). No puede tener dentro más que política, una política exorbitada, frenética, fuera de sí, puesto que pretende suplantar al conocimiento, a la religión, a la “sagesse”* -en fin, a las únicas cosas que por su sustancia son aptas para ocupar el centro de la mente humana. La política vacía al hombre de soledad e intimidad, y por eso la predicación del politicismo integral es una de las técnicas que se usan para socializarlo…”
Estos procedimientos de maquillaje democrático, como si eso les otorgara automáticamente calidad política o intelectual a sus personajes, así purificados, solamente crean confusión. Cito de nuevo a Ortega y Gasset:
“…La política se apresura a apagar las luces para que todos estos gatos resulten pardos…”
Las cosas se arreglan en la penumbra y se iluminan con focos negros una vez logrado el fin de quien ha dado las órdenes. Es mejor obedecer la orden del líder antes de arriesgarse a una orden de aprehensión por viejos pecados o añejos delitos.
Hace unos días Ricardo Monreal hablaba de la imposibilidad real de enfrentarse desde dentro (o desde fuera) a los dictados o caprichos fundamentales del poder y cuánto pesa la muerte civil.
Todos se doblan. Si B. Traven escribió “La rebelión de los colgados”, en nuestros días habría escrito, “La sumisión de los doblados.”
Pero la derrota política, por su propia naturaleza nunca es definitiva. Un político con valor real, se reconstruye, casi siempre desde fuera de la estructura donde recibió hostilidad y maltrato.
Quien quiere cambiar el todo mediante el ajuste de una parte, casi siempre se equivoca. Y eso sucede mucho en los partidos políticos. Por eso nacieron Morena y Movimiento Ciudadano, para hablar sólo de dos socios, aliados en el mismo fingimiento. Pero eso, otro día.
*Sagesse (Fr).- Sagacidad, habilidad.