Soberanía, soberanía, gran palabra bajo cuyo influjo protector los mexicanos queremos resolverlo todo con plena dignidad y autonomía; libérrimos en el gozo interminable de nuestra cultura, siempre (verbalmente) reacios a admitir, imposiciones del extranjero a través de amagos o amenazas de control político, cuotas arancelarias o determinaciones ajenas acerca de nuestro rumbo nacional; instrucciones majaderas –a fin de cuentas–, para empujarnos en una u otra dirección.
Y a veces lo hacemos con una mal disimulada docilidad. Gritamos, pero acatamos.
Por ejemplo, el origen del fentanilo.
El gobierno de Joe Biden determinó como uno de los peligros para la Unión Americana, desde hace un par de años, la importación mexicana (legal o de contrabando) de precursores chinos para elaborar aquí tan potente droga. De acuerdo con la lógica de la DEA y los servicios de inteligencia de los Estados Unidos, el mortal fentanilo cuyos estragos diezman a la juventud americana, está procesado, sinterizado y convertido en pastillas, en México.
Pero los políticos hipócritamente, en especial el anterior presidente, negaban el hecho con la vehemencia de la soberanía.
Pero como desde hace unos días Trump y los canadienses, de remate, nos sacuden como loros a toallazos, y nos basurean como los vecinos pobres (hermoso verbo juvenil) si no hacemos algo contra este veneno, corre y corre nos dimos la tarea de probar dos cosas: la verdad gringa –producimos fentanilo en cantidades industriales— y la mentira del antecesor cuyo mayor talento siempre fue mentir y arrastrar con sus falsedades a millones de seguidores. No es cierto, no producimos fentanilo.
Producimos píldoras de soberanía. Esa no puede faltar nunca.
¿Si México no es un productor de fentanilo, cómo entonces es posible generar estas noticias cuya presentación se ofrece ornada por los dorados laureles de la victoriosa lucha contra el crimen organizado, tal y nos lo han exigido desde fuera en todos los tonos y modos?
“(La crónica de hoy). – La Presidenta de México, Claudia Sheinbaum Pardo, resaltó la importancia del decomiso histórico de fentanilo registrado la víspera en el estado de Sinaloa, el cual, dijo, “significa más de 20 millones de dosis y cerca de 8 mil millones de pesos”.
“Planteó, que para tener una idea del tamaño de dicho decomiso, que el consumo de una persona adicta a ese tipo de droga es como “un sobrecito de azúcar” a lo largo de un año, precisó.
“Consultada respecto al citado decomiso y dos detenciones que se realizaron, fue resultado de una investigación “que se venía haciendo” desde hace meses (¿de octubre a esta fecha? Vaya rapidez).
“…la jefa del Ejecutivo Federal puntualizó que con la finalidad de reforzar las acciones de seguridad en el estado de Sinaloa, el titular de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana (SSPC), Omar García Harfuch, va a estar “un tiempo” en ese estado…”
Obviamente ese magno decomiso tuvo un notable complemento: los insumos para producir las pastillas; básculas, transportes, dinero, precursores químicos y equipo de laboratorio.
“¿Por fin, no decía la palabra divina, es mentira, mentira; falsedad de la derecha, nosotros no producimos? Eso es culpa de la falta de amor hacia los jóvenes gringos cuyos padres los echan temprano de sus casas… Aquí los amamos harto, hasta el vapeador les quitamos…
¿Por qué la realidad le lleva la contra?
Lo más notable es la prisa para actuar. Las amenazas de Trump y la diligencia presidencial mexicana en este tema y la migración no llevan ni dos semanas y rápido, rápido, de manera soberana, nos hemos puesto a hacer una tarea imposible en los pocos días de este gobierno, por más y se nos venda otro argumento de inteligencia acumulada.
Está bien, Omar García Harfusch es Batman, pero tampoco es Supermán. Todo esto lo sabían todos y por años barrieron bajo el tapete, pero al primer manotazo de Washington empezaron a sacar enjambres de basura.x