Ariel González
La simulación es una de las tantas formas que adopta la mentira. Se hace como que no pasa nada; se mira hacia otro lado, el que conviene; se sonríe (falsamente, claro) ante un comentario o suceso adverso; se ocultan los datos negativos y se exaltan los “positivos” (que suelen ser otros embustes); se finge armonía, estabilidad, progreso, crecimiento y felicidad a raudales. Es así como entienden la política los gobernantes de Morena y fue, por lo visto, lo primero que aprendieron de los gobiernos priistas y panistas que les precedieron.
En realidad se han superado y llegado a unos niveles de cinismo envidiables para sus antecesores, muchos de los cuales ya forman parte de la generosa e incluyente familia morenista. Mentir como respirar se hizo un ejercicio cotidiano durante el sexenio de López Obrador y lo sigue siendo en las “mañaneras del pueblo” de Claudia Sheinbaum.
Como la historia demuestra, se puede mentir eficazmente por un tiempo, a veces prolongado, pero tarde o temprano los hechos salen a relucir. Se supondría que como apenas está por llegar a los primeros cien días de su mandato, la señora Presidenta, su gabinete y partido tienen un amplio margen para simular y mentir descaradamente sobre casi cualquier tema. Sin embargo, enfrentan un grave problema: casi todas sus mentiras se han hecho viejas, porque son las mismas que heredaron del gobierno anterior; y sin un deslinde ni siquiera sutil, el desgaste de su discurso, falso a todas luces, es ya evidente en muchos temas donde hasta sus clientelas más adictas tienen ya serias dudas.
Uno de ellos es la seguridad. También en este la mentira y la simulación han sido las constantes más notorias del gobierno de Sheinbaum, pero los hechos asoman a diario desmintiendo directamente la verdad oficial o por lo menos revelando las múltiples contradicciones que persiguen a su administración.
Veamos. El pasado domingo, estando de gira por el estado de Morelos, uno de los más castigados por la inseguridad y la violencia, Sheinbaum declaró: “Mucha gente dice que es un tema de mano dura. No, no es un tema de mano dura, es un tema de honestidad y de justicia”; y prometió que “poco a poco, se van a ir notando los resultados”. Por supuesto, su discurso rápidamente se deslizó hacia su punto fuerte: los apoyos directos, las becas y los más de 800 mil millones de pesos que piensa repartir su gobierno en este 2025 y que, espera, sean suficientes para que la gente no piense en otra cosa.
Pero por lo que se puede ver en Sinaloa, por ejemplo, la cosa dista mucho de arreglarse con la “honestidad y justicia” que preconiza la Primera Mandataria. Ahí es indudable que, aunque a regañadientes, el gobierno de la 4T ha tenido que retomar la repudiada “guerra de Calderón” contra el narcotráfico (que juró nunca retomar), sobre todo para mostrar cierta imagen frente a Trump antes de que este llegue a la Casa Blanca.
A más de 2 mil kilómetros de Culiacán, en Chiapas, el alcalde de Frontera Comalapa, José Antonio Villatoro Herrera, fue detenido por corrupción y Nexos con el crimen organizado. Es una buena noticia, pero en contrapartida es imposible no preguntarnos: ¿es una práctica de “honestidad y justicia” premiar con un consulado al exgobernador Rutilio Escandón que hundió al estado en una crisis de violencia y entregó la plaza a los grupos del crimen organizado apoyado, sin duda, por personajes como el alcalde en cuestión?
La pregunta obligada es ¿cuántos alcaldes corruptos y ligados al narcotráfico tenemos en el país? Y algo más importante: ¿están solos? ¿No actúan con la complicidad o anuencia de los gobiernos estatales o de diversas autoridades federales? Hasta López Obrador decía –sin hacerlo, por supuesto– que las escaleras se barren de arriba hacia abajo, pero su discípula científica, hoy en la Presidencia, parece convencida de que es posible hacerlo de abajo hacia arriba.
Y mientras tanto, gracias a una de las reformas aprobadas recientemente, como si nada, los jueces (que pronto serán electos, lo que aumenta el riesgo de que sean corruptos) pueden ya ordenar prisión preventiva oficiosa –sin investigación, con sólo una acusación– ante un sinnúmero de delitos, dejando a un lado el debido proceso, algo que preocupa incluso al Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, pues atenta contra las garantías individuales más elementales. ¿Contra los derechos humanos sí se vale la mano dura?
El gobierno de Claudia Sheinbaum enfrenta un montón de contradicciones que no son sólo discursivas, sino prácticas. Sabe que no puede hacer limpieza profunda porque eso implicaría ir contra muchos de sus correligionarios y aliados (sería como cuando el alacrán se muerde la cola). Por eso frente al crimen organizado sigue la obsecuencia. Pero la simulación sí que tiene mano dura: se cobra miles de vidas en las calles de todo el país por la violencia sin control; los asaltos en el transporte colectivo o a los autotransportes de las empresas son cotidianos; comunidades enteras continúan viviendo bajo la extorsión; la corrupción se normaliza en todos los niveles de gobierno y la justicia prometida, lejos de llegar, se ensaña contra los derechos humanos.
Pueden seguir mintiendo y simulando, pero los hechos siempre se imponen.
@ArielGonzlez FB: Ariel González Jiménez
