Hace unos días, Carlos Alazraki Entrevistó al Dr. Luis Estrada, director de una empresa de comunicación (SPIN) y autor del libro “El imperio de los otros datos” en el que registra el contenido de las conferencias de prensa del presidente López Obrador. De las 700 que analiza, haciendo un corte de tres años de gobierno, considera que 75 mil son datos falsos, engaños y mentiras. De suerte más que conferencias, se trata de una simulación, de un espacio malogrado de propaganda. El presidente se regodea con un discurso cuyos datos carecen de sustento. No establece una agenda para la vida pública, pero da de qué hablar, aunque reitera el mismo chiste o el mismo sermón. Pues con frecuencia se funden en él, el jefe de Estado y el Párroco.
¿Por qué se le da tanto ‘juego’?. Porque es el presidente, nada menos. Pese a que se repite y se repite, tiene impacto. Podríamos decir que todas las ‘conferencias’ son iguales. Y sólo es noticioso cuando lejos del púlpito, se detiene a comer algo durante sus giras por aquí o por allá. El ocuparse tanto de sus ‘adversarios’ es porque no hay resultados que acrediten las transformaciones prometidas, salvo sus ocurrencias megalomaniacas que no van bien: un aeropuerto inconcluso, el de Santa Lucía; el tren Maya, cuestionado por ecocida en uno de sus tramos, una refinería anacrónica, constantemente amenazada de hundirse bajo las aguas…
El temible macuspano ataca, niega, descalifica; se autovictimiza. Se imagina acosado por conservadores y neoliberales.
Solo el 7% de los medios recuperan sus declaraciones. Su popularidad va a la baja por una economía herida por la inflación, por el temor de llevarnos al comunismo, dado su coqueteo con una Cuba moribunda, dada también su mala relación con el vecino del Norte y un supuesto contubernio con el crimen organizado, cuyo poder avanza incontenible, amén de una violencia que crece aterradoramente.