A ver, ¿pero quien te manda? ¿En cuál cabeza, además de la tuya, maltrecha y obsesiva por el oficio de contar las cosas de la política y observar las novedades de la patria, cabe desperdiciar todo un domingo de sol en la sesión de los diputados?
Claro, te habías comprado tu también el adjetivo de lo histórico, porque ahora, en este México además todo esdrújulo, y volcánico, todo es histórico.
Claro, vas a decir, quise estar presente cuando le echaran abajo (y ni siquiera lo viste porque te fuiste a escribir la columna), una reforma constitucional al presidente, cosa nunca vista en los tiempos recientes de la actividad parlamentaria. Histórico y esdrújulo.
O a lo mejor nada más llegaste temprano por el morbo de ver los pucheros de Sergio Gutiérrez Luna a quien la presidencia de la desgobernada asamblea con floreritos, pancartas y monigotes, se le escurría de las manos, mientras un rictus de impotencia ante la pugnacidad de los diputados pendencieros (en abierto favor de los suyos), no le permitía llevar las cosas en orden, razón por la cual los otros diputados, superiores en oficio, tradición y conocimiento lo ponían en ridículo.
Ya por ahí de las siete de la tarde Karla Yuritzia Almazán, lo sustituyó con peores resultados. Grave confusión entre mociones de orden, de ilustración o preguntas, como le pasó con el caballeroso Guajardo.
O a lo mejor querías ver a Ignacio Mier, el coordinador de los Morenos, para constatar cómo Mier da pena, cómo Mier da para pensar con ese discurso tan plano, tan soso, tan torpe como este gesto, ¿te acuerdas?
Ocurrió así la muestra de dominio parlamentario. Ni Churchill.
Con capa y espada Mier da estocadas y defiende la Reforma y acusa a los opositores de respaldar inmorales subsidios. De pronto se acuerda de las líneas del discurso del presidente contra las tiendas Oxxo.
Y les dice:
“Serénense (serenar es un verbo privilegiado en el diccionario de la 4T) y ya que siempre defienden al Oxxo, vayan y cómprense bolsas de hielo. Y hace el ademán de quien se coloca un sombrero de alas anchas
–Pues pónganselas en la cabeza, dice y coloca sus manos en su cabecita como si fuera una danzante con piña en la Guelaguetza. Y luego pone un audio de celular gangoso con la voz de López Mateos y en el clímax de su exaltada oratoria (muy original), grita como quien le corta un filete a la epopeya: viva Andrés Manuel López Obrador….
Pero la verdad bien valió la pena la tarde del domingo, sobre todo por la buena pieza de la diputada panista Margarita Gamboa, quien hace de la exaltación su herramienta y le recuerda a la asamblea el compromiso del gobierno cuatroteísta con los pobres y con los hijos de los pobres y pone como ejemplo de redención a Pío y a Martín y demás parentela, sin olvidarse, obviamente del joven houstoniano por vecindad, López Beltrán y llama a los morenistas recua de bandidos, ladrones, cobardes y otras lindezas.
Y eso calienta al ex gobernador michoacano Leonel Godoy (el del granadazo, ¿se acuerdan?), quien se lanza al ruedo para recordar un accidente de tránsito con una muerte humana y en el cual estuvo involucrada la estrepitosa y contundente oradora azul (comenzó su intervención con una foto de Bartlett y Salinas en coloquio embelesado) , y ahí se armó otro zipizape porque no falta el panista con memoria cuyo recuerdo se va hasta el hermano de Godoy, quien se vio prófugo de la justicia por narcotráfico después de cuando lo metieron de contrabando en la cajuela del auto de Alejandro Encinas quien hoy defiende los Derechos Humanos desde la Secretaría de Gobernación.
Y ahí se dio un acto fallido, maravilloso y revelador.
Los diputados de Morena se ofendieron y reclamaron por el colectivo recua, pero no por lo de ladrones, bandidos, ni cobardes. No se quejaron de las acusaciones de cobardía: se quejaron por lo de recua; o sea, asnos manaderos. No mandaderos.
Pero cuando suponías terminado el espectáculo, hubo más, hubo algo maravilloso, hermoso, hasta con ribetes de ternura. El acto estelar, pues.
Con paso calmo y estudiadamente pausado, como si César volviera de las Galias, con una corbata fifí color obispo, parte plaza el señor diputado Oscar Cantón Zetina, quien comparte varias cosas con su líder político: ambos fueron priistas; los dos son tabasqueños.
Marcha como el doctor Chapatín con una bolsa de papel en la mano diestra.
Y cuando llega a ese significativo podio, alguna vez llamado “la más alta tribuna de la Nación”, abre la dicha bolsa de papel y extrae de ella una ternurita de peluche: una figurita del “cabecita de algodón” (como le dice la chaira Tapia, aunque el monigote se parece a Don Porfirio), con la banda presidencial; sí, un mono de felpa con la efigie del señor presidente, y lo coloca junto a su micrófono, con todo y su bandita presidencial, como aquella puesta en el pecho tabasqueño, casualmente por Rosario Ibarra de Piedra (qepd) cuando lo invistió como presidente legítimo en un lejano día de la historia del teatro mexicano.
Y así borda su pieza oratoria el párvulo Oscarito, quien nos demuestra con infantil sencillez, cómo nunca es tarde para abandonar el niño que llevamos dentro, dicen los cursis, ni dejar de jugar a los muñequitos.
¿Y la Reforma, apá?
¡Ah!, pos quen sabe