En diciembre de 1991, por inspiración y bajo la guía de Nelson Mandela, se fundó en África, una organización cuyo nombre figuraba una mera ilusión, como suele suceder con todos los movimientos revolucionarios en estado embrionario: CODESA —Convention for a Democratic South Africa (Convención por una Sudáfrica Democrática)— la cual representó un gran foro de negociación formal entre el gobierno, el CNA y otros partidos sudafricanos.
Al iniciarse el proceso de planteamientos, propuestas, negociaciones y demás, Frederik De Klerk, puso una trampa a la intervención de Mandela. La presentación de Mandela. Su intención era negarle la palabra. El silencio, la más impolítica de las actitudes.
Mandela dio uno más de sus audaces pasos. Y así lo relata:
“…La noche anterior había estado negociando por teléfono hasta después de las ocho de la tarde con el señor De Klerk. Éste me preguntó si estaba dispuesto a permitirle ser el último orador al día siguiente. Aunque estaba previsto que yo cerrara el acto, le dije que lo consultaría con la ejecutiva nacional. Así lo hice y, a pesar de sus dudas, les convencí de que permitieran al señor De Klerk decir la última palabra.
“No creía que se tratara de una cuestión vital y estaba dispuesto a hacerle aquel favor. La sesión tocaba a su fin y todo parecía ir bien. Yo hablé acerca de la importancia de las conversaciones. Me sucedió en el estrado el señor De Klerk. Empezó subrayando el carácter histórico de aquella ocasión y planteando la necesidad de superar nuestra mutua desconfianza. Pero a continuación hizo una cosa curiosa: empezó a atacar al CNA por no respetar los acuerdos a los que habíamos llegado con el gobierno.
“Comenzó a dirigirse a nosotros como un maestro podría dirigirse a un niño travieso. Reprendió al CNA por negarse a revelar la localización de nuestros depósitos de armas y después nos reprochó que mantuviéramos un “ejército privado”, Umkhonto we Sizwe, en clara violación del Acuerdo nacional de paz de septiembre de 1991. Con un lenguaje intempestivo, se preguntó si el CNA era lo suficientemente honorable como para respetar los acuerdos que pudiera firmar. Aquello era mucho más de lo que podía tolerar.
“… En vez de admitir que se diera por concluida la sesión, caminé hasta el podio. No podía consentir que sus palabras quedaran sin respuesta…
“…Me siento profundamente preocupado por la conducta de hoy del señor de Klerk. Ha lanzado un ataque contra el CNA y, al hacerlo, no puede decirse que haya sido honesto. Incluso siendo presidente de un régimen ilegítimo y desacreditado de una minoría, como es su caso, debería regirse por ciertos criterios morales…
“Muy poca gente querría negociar con un hombre capaz de presentarse ante una conferencia como ésta y jugar con la política como él lo ha hecho… nos convencieron para que les permitiéramos hablar los últimos… ha quedado claro a qué obedecía su interés. Ha abusado de su posición porque esperaba que yo no le respondiera. Estaba completamente equivocado…”
No sé en verdad por qué he recordado este episodio, será por la forma como en este país, últimamente, el diálogo se ha vuelto imposible.
Cuando las oposiciones gestionan la interlocución con el Ejecutivo, la peor respuesta sale del Palacio Nacional:
“…cuando dicen: ‘Queremos diálogo’, nosotros decimos: No.
“No es que no respetemos y que en la democracia debe de haber pluralidad, es que el diálogo que ellos quieren busca prebendas, es regresar a los moches…Diálogo sí, pero sin corrupción.
‘Vamos a negociar’ ¿Qué vamos a negociar? ¿Impunidad? ¿El que se siga entregando el presupuesto a particulares, a una minoría? ¿Que se siga permitiendo el tráfico de influencias?
“Es como lo de los medios: ‘Si nos arreglamos con un buen contrato de publicidad, pues a aplaudir y a callar, y a quemar incienso al presidente”.
Aquí nadie es Mandela. De Klerk, tampoco.