Hasta el día de hoy las relaciones entre México y los Estados Unidos, durante el gobierno de la Cuarta Transformación han oscilado entre la obediencia y la apariencia.
Del libro de imperativo confianzudo, “¡Oye!, Trump”, a la catarata de elogios melosos entre el presidente cuya reelección fue imposible en los Estados Unidos y frente a cuya derrota el presidente mexicano escogió el camino de la defensa indirecta y el desdén al ganador y actual habitante de la Casa Blanca, hay una distancia considerable y una constante: la simulación, la conveniencia oportunista y la ausencia de un compromiso firme.
Cuando la oposición y la crítica a Trump no significaban riesgo alguno, pues el actual presidente de México no lo era todavía, sino un candidato jugando la carta del nacionalismo antirracista y la migración como derecho humano, fue opositor.
Cuando la realidad se impuso; aliado en la contención centroamericana.
En ninguno de los dos casos México ganó respeto. Todo se fue en palmaditas por la espalda, lo cual –es cierto– se prefiere a los aranceles.
En agosto de 2017, el actual presidente, acompañado de Pedro Miguel y Elena Poniatowska, presentó en Los Ángeles, California, su híper crítico libro sobre Donald Trump.
Esto dijo y en los hechos de esto se desdijo.
“…El discurso racista y la cizaña en contra de los extranjeros les permitió a los actuales gobernantes ganar la presidencia y suponían que iban a mantenerse y reelegirse en el gobierno, alimentando el odio de unos sectores contra otros. Esto es lo que me parece más irresponsable del proceder del presidente Donald Trump: el usar el racismo y la xenofobia como propaganda. Ya estamos viendo los funestos y lamentables resultados de esa desmesura. Se cumple el refrán, según el cual, “el que siembra vientos cosecha tempestades”.
México ayudó a esa tempestad: dispuso a sus soldados en la frontera para disminuir desde el sur nuestro la presión sobre la frontera austral americana. Del buen vecino pasamos a ser el buen portero. Y luego la sala de espera.
Pero tan rimbombante como aquella ha sonado esta respuesta a los señalamientos sobre la política eléctrica y los compromisos del tratado trilateral norteamericano:
“…Somos libres y soberanos, somos independientes.
“Nosotros no nos inmiscuimos en los asuntos de Estados Unidos de América, no nos metemos, y de ninguna nación del mundo, porque no queremos que nadie decida sobre lo que les corresponde a los mexicanos; además, sería violatorio de la Constitución.
“Recuerden que en el artículo 89 de la Constitución se establece lo que debe ser la política exterior de México y dentro de los principios está el de la no intervención y el de la autodeterminación de los pueblos…”
Pero ni la libertad ni la soberanía son obstáculo para cumplir con un tratado voluntariamente asumido.Tampoco se pierden ni la una ni la otra cuando se atiende a la solicitud de un encuentro asì sea virtual con otro jefe de Estado cuyos puntos de vista discrepan de los nuestros.
Cuando dos personas están totalmente de acuerdo, ya no hace falta hablar. La relación va en automático.
La reunión de mañana, sin embargo, tiene, como pocas veces,una urgencia evidente. No proviene de la frecuente revisión del temario sino de una circunstancia coyuntural derivada de la crisis energética de Texas –el alza en los precios del gas–, y de la aprobación de una ley eléctrica mexicana.
Lo demás es la envoltura del caramelo en cuyo centro hay gotas de ácido.
El tema de la migración es el perfecto pretexto para cualquier reunión, especialmente cuando Biden ha suspendido la construcción del muro fronterizo, cuya edificación Trump alardeó, pero ni lo comenzó ni lo terminó.
La muralla, al menos en su aprovechamiento político, es tan antigua como la frontera. Pero no es la frontera.
Cuando dos gobiernos dan a conocer la agenda de una entrevista “cumbre” entre sus presidentes, casi siempre se omite el verdadero motivo para celebrar ese encuentro.
Y en este caso es el hondo diferendo sobre participación extranjera en la industria eléctrica mexicana y en general sobre todo el campo de la energía.
Petróleo, gas, energías alternativas, compromisos ambientales, reducción del carbono y políticas de conservación, son temas a los cuales México les ha dado la espalda y no duda hacer con ellos una hoguera para encenderla con carbón o combustóleo.
PROCESO
La única salida a la simulación de Morena, para sacar al buey de la barranca, es sacando al buey de la boleta.