Uno de los aspectos más relevantes del Tercer Informe de Gobierno del presidente López Obrador, por el que todos nos deberíamos sentir orgullosos, es la política exterior de la primera mitad de su administración. Se trata de una política abierta, dinámica, innovadora, independiente y realista.
Con el título general de Hechos, no Palabras, el Informe no sólo relata los principios constitucionales de la política exterior, sino que va a la relación de lo más relevante: La histórica puesta en marcha del principal tratado continental, el TMEC; el éxito alcanzado en asegurar para el país más de ciento tres millones de dosis de vacunas conseguidas, en medio de la más difícil geopolítica, de Rusia, India, China, Argentina, Cuba y Estados Unidos; la aprobación de la resolución en la ONU propuesta por México para garantizar la equidad en la distribución de vacunas; la activa presencia de México en el Consejo de Seguridad y la próxima presidencia mexicana de ese organismo; el asilo otorgado a Evo Morales, con detalles de riesgos no conocidos hasta ahora; la política migratoria con una visión integral del fenómeno y el involucramiento de un gran número de agencias y organizaciones de la ONU y de numerosos países, que han ido adoptando la visión mexicana del tema; la aceptación de la presencia de organismos internacionales para vigilar el cumplimiento de los derechos humanos en el país que deja atrás la conducta esquizofrénica de ser “candil de la calle y oscuridad en la casa”. Estos son sólo algunos de los aspectos más relevantes de la política exterior mexicana, teniendo en cuenta que se trata de un resumen muy apretado de lo hecho durante la presente administración, cuyo objetivo principal fue resaltar las diferencias de la Cuarta Transformación con respecto a los gobiernos neoliberales.
No está incluido en el Tercer Informe el más reciente éxito de la política exterior: El asilo otorgado a un número importante de afganos, rescatados oportunamente de una situación de grave peligro en su propia tierra. No son sólo los prestigiosos medios del NYT y el Wall Street Journal los que han llenado de elogios a la cancillería mexicana encabezada por Marcelo Ebrard, sino que esta acción brillante de la política exterior ha logrado un consenso generalizado en la prensa mexicana y extranjera. La complejidad y la oportunidad de esta acción diplomática no son asunto menor, se tuvo que mover con mucha rapidez y eficacia el aparato burocrático interno: Gobernación, INM, Defensa, Presidencia y coordinar la acción con las embajadas de Qatar e Irán.
Para México y para América Latina el asilo diplomático y el territorial constituyen una institución del Derecho Internacional americano muy respetada y apreciada, con una tradición y un desarrollo específico por casos relevantes en el ámbito continental, como el emblemático Víctor Raúl Haya de la Torre de Perú. Héctor Cámpora que estuvo cuatro años en la embajada mexicana en Buenos Aires y más recientemente Evo Morales que fue rescatado heroicamente de Bolivia. Las convenciones de la Habana (1928) y Montevideo (1933) sobre asilo imponen las condiciones de su otorgamiento.
LA Convención de Caracas sobre el asilo diplomático de la OEA (1954) estipula que el “asilo es concedido en misiones diplomáticas (…) a personas perseguidas por razones políticas”, con excepción de aquéllas “acusadas o juzgadas por delitos de derecho común”. En Europa, el asilo tuvo su origen en el asilo religioso, que derivó en el asilo territorial, los templos eran el lugar de asilo, para delitos comunes, que con la Reforma protestante se empezaron a utilizar en lugar de protección por las ideas religiosas. El asilo diplomático, en cambio, ha tenido poca importancia histórica. Este mecanismo de protección no está vigente en la Convención de Viena de Relaciones Diplomáticas de 1961, por lo que técnicamente no es parte del Derecho Internacional general, aun cuando en la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea (en vigor desde 2009), sí está consignado en el artículo 18 y se fundamenta en la Convención de Ginebra de 1951 y el Protocolo de 1967.
América Latina ha sido la única región del mundo en la que el asilo diplomático y el asilo territorial han sido objeto de una regulación convencional muy amplia. Para México es una tradición muy arraigada el otorgamiento de asilo, que le ha significado un mayor prestigio a la política exterior.
La visión humanitaria del asilo mexicano quedó enraizada desde el asilo otorgado por Lázaro Cárdenas a los “Niños de Morelia”, rescatados de España con motivo de la Guerra Civil de ese país de 1936 a 1939. Las condiciones del asilo afgano tienen ese valor humanitario por las características del régimen talibán conocidas por el ejercicio del poder despótico entre 1996 y 2001. Bienvenidas esas cinco mujeres afganas especialistas en robótica, las decenas de periodistas y sus familias, los niños y los jóvenes que, como siempre ha sucedido, enriquecerán la vida cultural, social y económica del país. De ese humanismo de la política exterior mexicana nos enorgullecemos legítimamente. Una jugada de cuatro bandas de Marcelo Ebrard, quedó bien con dos medios opositores al gobierno de López Obrador, con el gobierno estadounidense, con los movimientos feministas y, fundamentalmente, con la sociedad mexicana, por la generosidad del humanismo demostrado que es lo que nos enorgullece. Hechos, no palabras.