Durante años y años escuché las opiniones críticas de María Amparo Casar en el programa de José Cárdenas. Sabía que era presidenta de una organización “Mexicanos contra la corrupción y la impunidad”. Ahora sé que desde hace veinte años enviudó tras la muerte de su marido Carlos Márquez Padilla debido a una caída de la torre de Pemex. En el acta de defunción sólo se anota el aspecto físico del impacto de la caída pero en ningún momento se hace notar si tal suceso fue por voluntad propia o un accidente. Lo que se sabe es que el señor Márquez Padilla acostumbraba asomarse a la ventana para fumar. El caso es que la sra. Casar, desde entonces cobra un seguro y la pensión de viudez de 120 mil pesos, que se extiende a los hijos hasta que hubiesen cumplido los veinticinco años para financiar sus estudios; una pensión que perdería si el fallecimiento del esposo hubiera sido por voluntad propia, quiero decir, si se hubiera suicidado.
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Que la sra. Casar le era incómoda al presidente está por demás decirlo. Lo era como todos aquellos que ponían el dedo en la llaga que trascendía hasta la corrupción de la familia del propio presidente, dígase Carlos Loret de Mola, Joaquín López Dóriga, Ciro Gómez Leyva, por sólo citar algunos.
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En su libro intitulado “Gracias” (libro que seguramente no escribió pues ágrafo es) arremete contra Casar acusándola de corrupta y fraudalenta. En efecto en la página 100, se ocupa de ella con una saña inigualable, obligándola a devolver la pensión indebidamente obtenida, como si dentro de sus facultades estuviese tal determinación. Pero el déspota no reconoce límites. Si fue accidente o suicidio nunca lo sabremos.