Estados Unidos es un gran país. Están en mi admiración compositores musicales, cantantes, escritores, relatos fílmicos, inventores geniales.
Mucho les debemos, al menos yo. No así, sus políticos sobre todo los que provienen del Partido Republicano como Donald Trump que ha alcanzado la cima de la ignominia. Pero ahí está en la cumbre no obstante el caudal de delitos que se imputan, aunque al parecer impune gracias a un pueblo inexplicablemente indulgente.
Un hombre sin educación, de una presencia desagradable, gesticulante, casi grotesco. Un patán.
Para muestra un botón. Recientemente Volodímir Zelensky, presidente de Ucrania visitó la Casa Blanca. La razón no me la explico. ¿Pedir un apoyo para un pueblo masacrado por el oso ruso encarnado en Vladimir Putin cuando bien se sabe que el hombre del cabello naranja simpatiza con el dictador. La conversación fue tensa. Trump fue descortés. Por lo general, miraba al suelo con las manos entrelazadas, acaso indignado porque el ucraniano iba desparpajado con una playera, pero lo más importante: se negó a pagar millones de dólares, que consideró como subsidio de los anteriores presidentes.
Y me pregunto ¿qué hace ahí en esa mansión imperial que, por cierto, ordenó remodelar a un costo de millones de dólares? ¿Qué sucede en su enfermiza mente? si, por otra parte, intuye que comienza a ser aborrecido no solo por sus compatriotas, sino por un mundo entero.
¿Qué hace ese goloso patán en el trono desvencijado del imperio?.
Colofón: Tal vez, como el Zelensky afirmó, cuando termine la guerra puede comprarse un traje barato.