El cólera, portador del bacilo “Vibrio cholerae”, ha sido, es y será uno de los grandes flagelos de la humanidad. Hipócrates, médico de la Antigüedad, lo observó en el año 400 a.C. La India lo padeció en el siglo XVI de nuestra era. Fue Calcuta el epicentro en 1543. De tres a cinco millones de personas fallecieron entonces. Sus causas son multifactoriales: culturales, económicas, sociales, meteorológicas. Se expande principalmente en áreas consideradas como “subdesarrolladas” y en climas tropicales. Las personas acusan sus efectos en los labios azulados, el rostro amarillento, los intestinos devastados por la diarrea, el vómito, la deshidratación. Los malos hábitos de la alimentación, la descuidada higiene son detonadores eficaces del fenómeno. Como pandemia apareció en el siglo XIX. En 1817 Asia, Turquía y países árabes fueron sus primeros huéspedes, pero siguió su camino a Europa, donde Roberto Kosh descubrió la bacteria en 1884. Dado el comercio activo, ya mundializado, sus horrores se instalaron en el mismo Nueva York en un segundo brote, con un saldo de 10 mil fallecidos; en un tercero, regresó a la India en 1853, en una suerte de turismo perverso, que parece no descansar, pues que vuelve a brotar una y otra vez con su voracidad contagiosa.
Pues ya no son solamente los contactos humanos, sino la suciedad de los suelos los incentivos. Por cierto, México no ha escapado de sus garras. El puerto de Tampico le abrió sus puertas. Y llegó hasta la capital en 1833, donde también hizo estragos: 14 mil habitantes vieron el rostro de la muerte.
La narrativa del cólera es como un cuento sin fin. A los siete brotes registrados, podría sumarse un octavo, según los expertos. ¿Estamos prevenidos? Lo más probable es que no. Las reducciones presupuestales en materia de salud nos hablan no solo de una mezquindad de las políticas públicas, sino de una ignorancia criminal. Los mexicanos somos campo fértil para toda suerte de pandemias. La desatención sanitaria, ligada a una pobreza que se disemina como el fuego en los pastizales durante el estío llamará a la enfermedad y la muerte, que bien podría evitarse si fuésemos más solidarios y generosos.
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Un abrazo virtual a todo el personal de la salud que, en un gesto sacrificial, se esfuerza por salvar nuestras vidas.