Desafiando el hecho de que los profetas y hasta los echadores de cartas están en crisis, en varias entregas pasadas nos atrevimos a vaticinar lo que nos deparaba el futuro, bueno, pues ha llegado el momento de confirmar esas predicciones o reconocer simplemente que estábamos equivocados. Parto de la convicción de que no podemos pasar la página del drama que hemos vivido sin comprenderlo y evaluarlo. Tengamos en cuenta la experiencia que nos ha dejado y sobre esta experiencia contemplar el futuro. No podemos ver con los mismos ojos a la familia, al trabajo, a la política; a nuestra existencia individual y social.
Un primer cotejo lo haremos con las características y rutinas de nuestro trabajo y el nuevo espacio de libertad y espontaneidad al no salir de la casa. Mi impresión es que en el encierro y en ese gran espacio de independencia, muchos han descubierto que aceptan la condición opresora del trabajo por los momentos en los que logran escapar de él: que si no fuera por el salario hacía tiempo que habrían dejado ese trabajo. También creo que en este tiempo, muchos trabajadores han ensayado diversas posibilidades para dedicarse a lo que auténticamente les gusta. Creo que el gobierno debería de apoyar con orientación empresarial y mini créditos a toda esa gran cantidad de personas que siguen el consejo judío: “Montarse en su pasión”. No se trata de regalar el dinero, sino realizar un proceso de selección de proyectos personales y evaluar los resultados, pues algunos de ellos ya han incluso practicado una nueva forma de ganarse la vida y, de seguro, ser más productivos y felices.
Afirmé que el capitalismo no se dejaría vencer tan fácilmente, que procuraría convencernos de que todo había sido una pesadilla, un tropezón, pero que todo seguiría como antes, con la sola incomodidad del tapabocas. Me equivoqué, el sector empresarial se percató de esta nueva realidad, reconoció lo tortuoso y tardado de los trayectos de la casa a los centros de trabajo. Aceptó que la vieja tesis que pregonaba el capitalismo, de que de las 24 horas del día, 8 son para dormir, 8 para trabajar y 8 para ir, regresar del trabajo y descansar, era una falacia. La ida y el regreso del trabajo son caros, muy tardados y fatigosos, física y psicológicamente. Consideré que si no era posible acercar los lugares habitacionales a los centros de trabajo, las luchas sindicales deberían concentrarse, como ya hay en otros países, en el aumento del tiempo de la jornada laboral, pero en semanas de cuatro días.
La Senadora del PAN, Alejandra Reynoso, propuso y se aprobó un decreto en el que se legisla la materia del tele trabajo. La OIT definió el teletrabajo como la forma de trabajo efectuada en un lugar distante y/o separación física que implica el uso de nuevas tecnologías y facilitando la comunicación. La propuesta de la senadora es una magnífica respuesta a un mundo en el que se imponen la pandemia con las nuevas tecnologías. Como toda propuesta tiene sus beneficios y sus posibles riesgos que analizaremos. Lo más importante es que todos sumemos esfuerzos para que el virus, no haya sido una desgracia, sino el detonador milagroso de un mundo mejor. De todos depende.