Juan Antonio de Urrutia aún tiene en su memoria —cuando niño— de aquellos consejos que el presbítero Jacinto Garay le aleccionaba en los pocos ocho meses que estuvo en el colegio, aunque su padre no sabía leer ni escribir, ese tiempo le permitió hacerse de lo que tuviera para poder defenderse en la vida. Un real al mes para los que quisieran aprender a leer y dos reales a quienes también desearan escribir, si ya también querías aprender a cantar ¡serían tres! En aquella desvencijada escuela del Valle de Gordejuela.
La voz del presbítero resonaba:
—¡Que de jumento jamás deberás ser tildado Juan Antonio! Lo poco que has sacado de provecho te servirá para toda tu vida, sin embargo, los tiempos que se viven son más para esperar hacer de comercio en ultramar, en la Nueva España, a donde raudo deberás de partir ¡no esperéis!
—¿Cómo comenzaré los negocios? No tengo un real por la mitad.
—¡Con la divina providencia Juan Antonio! ¡la divina providencia!
El hermano del padre de Juan Antonio de Urrutia y Arana había pertenecido por toda su vida a la orden militar de Santiago —que protegían militarmente el camino a la ciudad de Santiago de Compostela y al camino de los peregrinos, evitando así la intromisión de moros y musulmanes, además de expulsar a estos infieles— en el testamento de Don Juan de Urrutia se establecía que su sobrino el Marqués debería de hacerse a la usanza, pero se negó a llevarle a cabo tal concesión y prefirió hacerse de caballero de hábito de Alcántara —que aunque pertenecían a la misma cofradía, representaba otros valores como repoblar los territorios ocupados por los infieles musulmanes y en este caso, ya en la ciudad de México como Corregidor de la Alameda, pensó en poblar estos territorios, que aunque no había infieles, se tendría que hacer a la conversión de los nativos—.
En 1698 Juan Antonio de Urrutia y Arana solicita su intervención en la cofradía de Alcántara, lo que llevó a someterse al escrutinio del Rey Felipe V para que le fuera concedida tal arrogancia, por ello envío sus papeles, en donde diecinueve testigos le hacen a labor de llevar todo lo requerido al comisionado de la región del Llanteno el Licenciado Don Lorenzo de Ramos y al escucha y principal oidor Lic. Fray Pedro Bernardo Daza, quienes a juicio y vencimiento otorgarán —o no— el grado de Caballero de la Orden de Alcántara.
Comenzaron con la lectura de la fe de bautizo de los diecinueve testigos —unos del Llanteno, Ayala y mismo Alcántara, pasando por los de León— a la vez que se mostraba el escriba las visitas que se hicieron a cada uno de los padres de los testigos, las armas a las que se hacían acreedores, además de hacer venir desde México a tres testigos para que doten de la verdad y vencimiento de lo acontecido en los territorios de ultramarinos, quienes viven ahora en Llanteno, Murga y Amurrio. Terminan el Expediente “en el Valle de Llanteno, tierra de Ayala, provincia de Alava, a 11 de junio de 1698, cerrando así la primera audiencia para obtener el grado de Caballero de la Orden de Alcántara.
Al siguiente día continuó la audiencia en donde se leían los títulos de toda la estirpe de caballeros de la Orden de Alcántara, desde su fundación en 1172 por el Papa Fernando II —Anselmo da Baggio—.
Todos se han tenido por nobles hidalgos de sangre, según y uso de España, limpios cristianos viejos, sin raza ni mezcla de judío, moro, converso ni penitenciado por cosas de fe dentro del cuarto grado. Son notorios y de la mayor autoridad, que como tales han sido electos en los oficios honoríficos de esta tierra, como son alcaldes y regidores y mayordomos del Santísimo Sacramento, para cuya verificación se remite al libro de elecciones.
Y continuaron con las promesas de la Orden:
Para mayor confirmación de la nobleza que lleva dicho, dijo que en el Valle hay costumbre inmemorial de no admitir por vecino a toda persona que no sea noble de sangre. Confirmación de que en la Tierra de Ayala no se da vecindad si no es limpio y cristiano viejo y noble, y, faltando alguno de estos requisitos, les eluden de dicha Tierra.
También mencionaron los ocho títulos de nobleza con los que contaba Juan Antonio de Urrutia —ninguno heredado, todos de merecimiento y frente— nombraron mayordomo de la fábrica del Santísimo Sacramento a don Juan de Urrutia, residente en la ciudad de México; su teniente a su padre, don Domingo de Urrutia, vecino de este Valle, bando oñecino nombraron por regidor a don Juan Antonio de Urrutia, Regidor Gamboino, Mayordomo del Santísimo Sacramento, Mayordomo de Nuestra Señora de la Blanca, Guarda Mayor de la Casa de la Moneda, Capitán de Caballos Corazas, Alcaide de la Alameda —que le correspondía colocar regidores en este lugar—.
Sin orden de convulsa, situación de apremio, contradicciones a lo dicho y estableciendo el valor de Juan Antonio de Urrutia y Arana es nombrado por el reino de León, y ciñéndole la cruz de Alcántara —verde suástica de Jesús— como Caballero de la Orden de Alcántara, título que le llenaría de gran viveza su corazón y espíritu.
Para el 3 de octubre de 1711, el Caballero de la Orden de Alcántara Don Juan Antonio de Urrutia y Arana Pérez Esnauriz, tercer Marqués de la Villa de Villar el Águila, recibe la orden por escrito del Rey Felipe V que realice una orden de nueve misas para lograr hacer del nuevo Ayuntamiento de la Alameda, en dónde por privilegio lograra que su tío —Juan de Urrutia— se establezca como el principal, a lo que Don Juan Antonio de Urrutia se negó, argumentando que era de “facilidad y no próspera enmienda” lograr colocar a su tío en digno puesto, al saberse que su preparación no le era de su correspondencia.
El 12 de diciembre de 1712, se convocó a Cabildo para abrir un pliego de su Majestad en que anunciaba el nacimiento del infante Felipe Pedro; el viernes siguiente se dispuso lo referente a la fiestas v celebraciones con motivo del nacimiento del niño y la buena salud de la Reina María Luisa Gabriela:
“Que se nombren por comisarios de estas fiestas y disposiciones para todo lo que a ellas toca, de su planta y gobierno, gastos y convites, disposición de carros y paseos y lo consecuente a ello a los señores Conde de Fresno y el Marques de Villar del Águila con poder y facultad amplia para lo expresado”
El ímpeto del Caballero de la Orden de Alcántara Don Juan Antonio de Urrutia y Arana Pérez Esnauriz, tercer Marqués de la Villa de Villar el Águila de hacerse de una regiduría era amplio, y deseaba que el propio Rey le entregara tal distinción —si lo entregaba el Virrey no tendría jurisdicción sobre el territorio designado, bastaba una visita para hacerse del enterado, a lo que el Marqués no le era de incumbencia, él deseaba establecerse y lograr cambios verdaderos en la región a su cargo—.
El Rey le mandó el título: Don Juan Antonio de Urrutia como Justicia Mayor del Corregimiento de la Ciudad de México, lo cual le trajo grandes problemas. No tenían que inmiscuirse en el ejercicio de las funciones judiciales privativas de los alcaldes ordinarios. Sin embargo, hubo rencillas entre estos dos tipos de funcionarios, por lo que se pensó en lo conveniente de suprimir a los corregidores.
Siendo Justicia Mayor de la Ciudad de México, Juan Antonio de Urrutia a los exactos siete meses de gestión solicita al Virrey el dimitir al cargo, debido a problema de salud —hubo un allegado que indicó que realmente el puesto le pesaba y le llenaba de ronchas la cara por el peso de las responsabilidades— el 27 de julio de 1714 entra en suplencia efectiva Don Ñuño Núñez de Villavicencio, como nuevo Justicia Mayor.
Cabe rescatar que dentro de la gestión del Caballero de la Orden de Alcántara Don Juan Antonio de Urrutia y Arana Pérez Esnauriz, tercer Marqués de la Villa de Villar el Águila, aconteció que la ciudad completa de México cae en desgracia y no existe maíz puro digno de lograrse, cayendo en una gran falta del grano, a lo que gracias a sus saberes de ingeniería en minas de la hidráulica, logró hacer de agua para el riego y obtención del preciado grano, un almacenamiento como él ninguno, por lo que salvó al Ayuntamiento de tal calamidad, que en juicio de lograr hacerse de la nueva titularidad de nombres y fojas, le es llevado a cabo un homenaje a tal distinción.
…demás obligaciones del cargo, y el gran trabajo dispensado en la Albóndiga para la abundancia de granos, su Possito, Diputación y Ministros, estanco de cordovanes, vigilancia sobre los acueductos y sus asenttistas y sobre el aumento de los propios de la Ciudad, gran celo en todos los Ministros y en cada uno de por si para el cumplimiento de sus cargos y de sus obligaciones; por estos respectos y demás méritos que se justifican por lo actuado y procesado, y haberle hallado sin otra culpa, cargo ni demanda que se debiese hacer, le debo declarar y declaro por buena y limpia, justo, recto juez y desinteresado ministro: y haber sido sus operaciones y procedimientos muy iguales a su sangre y calidad, que le hacen digno de que su Majestad —que Dios guarde— en remuneración y premio de lo bien que sirvió este empleo, a plazos y créditos con que lo feneció, le comunique las honras y mercedes que fueren de su Real Servicio.
Con este bando fechado el 17 de agosto de 171, se le permitió hacerse de lograr viajar, establecerse y dignar su vivienda en cualquier páramo, lugar, asentamiento, cofradía de la parte del reino que más le convenciera a sus particulares —previo aviso a su majestad— o si deseaba asentarse como parte del nuevo Ayuntamiento, se le aceptaría como Justicia Mayor Emérito.
9 de febrero de 1699, Ciudad de México.
El templo de Nuestra Señora de los Ángeles luce pletórico ante la llegada de los esponsales para esa ocasión —aunque de manera común las uniones sacramentales de matrimonio se llevan a cabo el día viernes por la tarde, en esta ocasión se les permitió hacerse en sábado, para evitar la posible lluvia, que llegaría en pronto a la ciudad de México—.
No es posible que los familiares entren hasta el fondo del templo, solo ingresan los esponsales, los padrinos y sus padres —quienes se quedan a mitad del templo— si hubiera alguien más que se alegrara de dicha unión, debían esperar afuera o hasta el banquete, en dónde se estilaba un convite para los novios, uno para la servidumbre —días posteriores— y constantes cenas y comidas para aquellos que no lograron ser incluidos al festín nupcial.
En reluciente y ataviado vestido de religiosa, la novia María Josefa Paula Guerrero Dávila Moctezuma y Fernández del Corral — de catorce años— le recibe vestida de túnica blanca, ceñidor claro y manto blanco de la cabeza a los pies —como una religiosa de claustro en símbolo de su pureza—, previo acuerdo de la boda eclesial ante la Parroquia en dónde el dote de boda consta por 370 273 pesos en oro, mismo a constancia y administración del esposo Caballero de la Orden de Alcántara Don Juan Antonio de Urrutia y Arana Pérez Esnauriz —de 29 años— quien a este tiempo lleva a fondo —aún no recibe la fortuna de su tío Juan Urrutia— de 35 mil pesos en oro.
El novio le recibe de chaqueta color marrón, con calzoncillos abombados y finas medias de seda, bordado en hilo de oro la textura de la casaca, con empuñaduras de encaje y finos listones festivos de color blanco.
La tradición marca que la ceremonia eclesiástica se lleva a cabo en lugar cerrado y sin pensar en alguna distracción, se encaminan nueve días anteriores para el novenario, tiempo en el que se designa el resultado de las amonestaciones que corrieron por más de doce semanas, al no tener contestación se incluye en el archivo parroquial los títulos que se compartirán entres los desposados.
María Josefa Paula Guerrero Dávila Moctezuma y Fernández del Corral, Marquesa del Mayorazgo del Guerrero de Luna y Dávila, que cubría las haciendas de La Laja, de San Martín de Paluapan, jurisdicción de Temascaltepec, y en la mism a de San Gabriel Matatepec, de San Martín Ixtapatongo, San José de Cerrillo, Magdalena, Coapa, San Martín de Buenavista, La Goleta, tierras de Agostalero de Pontitlán en la jurisdicción de Nueva Galicia, Molinos de San Agustín de las Cuevas, otras en la jurisdicción de Tula, una nombrada San Antonio y una más de San José Amealco en la provincia de Jilotepec y fincas en Tierra Caliente.
El mayor impedimento de este matrimonio será la Abuela paterna de la Marquesa Doña Beatriz Gómez Dávila, quien es la influencia directa de la toma de decisiones del matrimonio, dejando claro que no se hará nada sin el consentimiento de ella misma, situación que le trajo desventura y sufrimiento al Marqués, quien tendría que hacerse de la administración del Mayorazgo y rendir atención a su tío Don Juan Urrutia.
La Marquesa tiene a bien donar en prestación constante limosna amplia, a quien le pasara y solicitara ¡cada día!
Continuará…