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La operación para matar a Colosio

LA APUESTA DE ECALA

por Luis Núñez Salinas
14 agosto, 2020
en Editoriales
Levantamiento a las 400 horas
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 Un joven llamado Mario de complexión normal y con un alto sentido de fanatismo interior hacia lograr un mejor México a punta de golpes y violencia —porque así fue enseñado— recibía las órdenes de un par

 

Uno de los momentos de mayor in­certidumbre fue el ver a tantos in­dígenas fallecidos con armas de madera —talladas como artesa­nía de la región, eso sí, con lujo de detalle— pero que les daban a los militares un sin sabor, debido a considerar que las armas eran de grueso calibre ¡no al menos para los indígenas que defendieron las ciudades!

¡Los “indígenas” del interior de la selva estaban fuertemente ar­mados! calibres profesionales de manufactura rusa.

—Aquí halcón de jade a mó­viles de plaza… ¡contesten! — re­sonaban las hélices del hércules C-130.

—¡Líder jade! el enemigo está controlado y a los alrededores de la selva observamos caídos guerri­lleros, algunos que han sobrevivi­do tienen acentos de centroame­ricanos ¡no son mexicanos! ¡pro­siga con la inspección! capturen y entrevisten.

—Atentos a nuevas indicacio­nes.

La patrulla de “humys” que ro­deaban los sitios del primer ata­que, van hasta cierto punto con­fiados ¡pero alertas! de que en la espesa selva aún había guerrille­ros que replegaron los embates de los pumas, al ingresar a un cami­no estrecho de la selva ¡escucha­ron la activación de las alarmas de ataque! y de inmediato regresaron por el camino hacia San Cristóbal de las Casas.

—Aquí central de base… ¡aten­tos jaguares! ¡fuego en el cuartel de San Cristóbal! —Informaba comunicaciones a las patrullas de circunscripción.

¡La velocidad era extrema! a pesar de que no son unidades de velocidad, los “humys” alcanzaban fuerza en terreno por sus condi­ciones ¡los artilleros y equipos de reconocimiento se tomaban con fuerza de donde pudieran para no caerse!… ¡abruptos saltos!

Un grupo perfectamente arma­do del EZLN con fusiles FN FAL de manufactura Belga ingresó a la XXXI zona militar ¡más de tres­cientos hombres que se reconocía su experiencia de guerrilla! co­rrían entre las murallas y los cam­pos de entrenamiento, agazapa­dos y disparando de vez en cuando a los vigías que sostenían el asal­to, todos uniformados de guerrilla y bien adiestrados, así como man­chas blancas y azules en sus uni­formes ¡distintivos!

Cuando llegaron los “humys” – ¡más de veinte! fueron recibidos a disparos de los rifles semiauto­máticos checoslovacos, altos cali­bres y ráfagas de fuego brillaban la selva.

— Aquí base central a líderes de escuadrón ¡informen halcones de la situación!

—Aquí Jaguar uno… ¡metralla y disparos por todas partes!

—Halcón de Jade tu situa­ción… ¿me escuchas?… ¡Halcón de Jade…!

—¡Están regados por todas partes, tratan de asaltar la plaza!

—Disparos a objetivos sin me­dida y resguardo… ¡sostengan la plaza! ¡va el apoyo!

Cuando los vehículos, des­de diferentes patrullajes, venían desplazados a toda velocidad… ¡minas explotaron en el camino y volcaron a más de la mitad de los “humys”! ¡varios efectivos perdie­ron la vida en la maniobra…!

—¡Aquí halcón de jade! mó­viles de patrullas alfa y centauros fueron repelidos ¡hay caídos!

Desde el fondo del horizonte de San Cristóbal, una hermosa ciu­dad colonial rodeada por la male­za de la selva chiapaneca, 957 240 hectáreas de un inexplorable y es­pesa naturalidad, más de doscien­tos mil indígenas que rodean es­ta ciudad, repartidos en diferentes poblaciones y comunidades ¡aho­ra están armados! lo que ocupaba base central y a comandancia su­prema del ejército nacional, era la situación de tenerlos organizados ¡y con rango!

—¡Halcón de Jade dispara a mandos en tierra de los insurgen­tes!, tienes permiso.

—¡Entendido!

Las potentes líneas de fuego que salían de la boca del hércules dejaban claro la fuerza a la que se enfrentaban los centroamerica­nos infiltrados en el EZLN… ¡las rayas de fuego tenían como remi­tente los cuerpos de indígenas y asaltantes!

¡Los cuerpos destrozados so­lo salpicaban el verde espeso de la selva!

La caída de la zona militar de San Cristóbal fue inminente el 8 de enero de 1994; después de haber tomado Rancho Nuevo el EZLN el 4 del mismo mes, la comandancia suprema del mando militar nacio­nal envía a las patrullas de inteli­gencia a dar un repaso a todas las zonas en conflicto.

¡Perder San Cristóbal! es el bastión más importante en la es­trategia de tomar toda la zona sel­vática.

Un avión monoplaza Pilatus PC-7, piloteado por el experto de aviación mejor entrenado en ese momento: ojo de jaguar —nom­bre clave— arremete contra la ba­se de San Cristóbal con misiles de manufactura norteamericana — aunque el avión es de diseño sui­zo tenía estrictamente prohibido México utilizarlo como avión de combate, ¡porque era solo de en­trenamiento! — hace maniobras para evadir los antiaéreos que sa­lían de la selva —¡Aquí ojo de ja­guar! antiaéreos desde la base del camino a San Cristóbal! …casi me da—.

—Ojo de Jaguar aquí base de mando dispare los misiles adap­tados… tiene permiso.

—Envío primer regalo a los in­surgentes…

Las fotografías que enviaba el satélite Morelos I a comando mi­litar nacional permitían establecer bien la ubicación, cerca del golfo de México, misiles de teledirección y termo dirigidos, salían de las bases militares secretas, hacia los desti­nos perfectamente coordinados ¡dando en el blanco! los guerrille­ros quedaron absortos al poderío y las maniobras del Pilatus FZ 22 y la rapidez del contra ataque.

Un comando antiaéreo del EZLN tuvo en tiro al Pilatus FZ 22… lo midieron… observaron sus maniobras… ¡dispararon!

¡Ojo de jaguar observó la línea de nube que dejó el misil que ve­nía directo hacia él! emergió del corazón de la selva esta zona que se denominó: desierto de la sole­dad —¡en un suspiro recordó a sus hijos! — ¡no se inmutó y lanzó el úl­timo misil dirigido a la base de ar­mamentos del EZLN!

—¡Disparo misil a desierto de soledad! —fue el último mensaje del piloto con torre de base de con­trol de la fuerza aérea mexicana.

—¡Derribaron ojo de jaguar! el piloto no pudo activar la eyección ¡perdió la vida!—Informaba torre de control a comando uno.

—Destruyó el objetivo, el arma­mento de grueso calibre del ejérci­to de liberación.

¡Los vítores no se dejaron de es­cuchar!

Hotel Ejecutivo Santa Isabel madrugada del 23 de marzo de 1994.

El teléfono del cuarto 14, del ho­tel de Culiacán Sinaloa, ¡sonaba demasiado fuerte!… ¡no solo des­pertó al candidato! los vecinos del cuarto contiguo le pegaron a la pa­red para que lo contestara rápido.

—¡ya voy!… ¡ya voy…! ¿quién chingados será? — ¡el cuarto más que de lujo pareciera de camino! un hediondo baño a orines, una cama ¡limpia sí! pero la alfombra manchada como si fuera el lugar de fiestas clandestinas, un peque­ño buró de color blanco perlado, un clóset grande de color claro ya roído por el uso, una televisión de pantalla grande, le daban al lugar un sabor a” hotelucho” gringo, de película barata.

—¡Bueno…! ¿quién madres ha­bla a esta hora?

—¿El señor Colosio?

—¡Sí cabrón! ¿eres tú Alejan­dro?… ¿ya es la hora?

—¡Le pedimos de la manera más atenta que decline de ser pre­sidente…! ¡o se va a arrepentir…!

—¿Pero qué chingados? ¡bue­no!… ¡contesta cabrón si tantos huevos tienes! ¡puta madre!

¡De inmediato el candidato se dio un baño y bajó al desayuna­dor! ya lo esperaban Ernesto Ze­dillo —un académico y ex secreta­rio de programación y presupues­to del presidente actual, el único que también había renunciado a su cargo, para dirigir la campaña— así como su escolta personal.

—¡Buenos días Donaldo!

—¡Días Ernesto…! ¡otra vez el cabrón del teléfono!

—¿cuántas van?

—¡como seis llamadas!

—¡no hagas caso!

Se sentaron a desayunar, mien­tras que Donaldo leía las páginas de los periódicos nacionales.

—¿A que hora partimos a Ti­juana?

—¡En unos minutos candidato!

—¡Bien!, me da tiempo de afi­nar el discurso.

Lomas Taurinas —una barran­ca demasiado cerca de la frontera con los gringos— es uno de los ba­rrios más populares de Tijuana, tal vez ¡el nido de delincuencia y pica­deros más famoso del país! así co­mo el de trata de mujeres y niños, esperaba con ansiedad, al primer candidato a la presidencia que no venía de una escuela pública, que tenía estudios avanzados a sus si­milares y contaba con las cartas credenciales, para lograr un Mé­xico de transformación y cambios, que la gente anhelaba.

Con su lema ¡Veo un México con hambre de justicia! tenía en la bolsa a los electores, a los me­dios de comunicación nacionales y a todo el campo internacional que deseaban lo mejor para estas tie­rras aztecas de gran historia y de saqueos políticos contantes.

En una fonda mal limpiada un joven llamado Mario de comple­xión normal y con un alto sentido de fanatismo interior hacia lograr un mejor México a punta de golpes y violencia —porque así fue ense­ñado— recibía las órdenes de un par que, a primera vista, ¡parecían los famosos judiciales! pantalones de mezclilla cafés, camisas de es­tampados de fuego rojo y azul, len­tes oscuros, unas cadenas de oro con sus nombres inscritos en dia­mantes ¡una en cada mano! ani­llos con un escorpión, un centena­rio colgado en el cuello, donde les faltaban dientes los suplían de oro ¡aún olían a la fiesta anterior y no precisamente solo a wiski!

Le dieron las indicaciones a Mario, quien esperaba nervioso los detalles de la operación.

Cuando se retiraron el par de malandros a la señora de la fonda le regalaron unos fajos de dólares de a cien.

—¡Arregla esta pocilga! un día vas a enfermar a alguien.

¡La señora les mentó la madre cuando se dieron la vuelta!

Cuando la camioneta que lle­vaba al herido candidato, hacia el hospital —que ya se había marca­do ruta para sacarlo de México— un grupo táctico de la policía de Ti­juana, les hizo el alto.

—¿Qué traen allí?

—¡Deja pasar cabrón! traemos al candidato herido ¡no mames! — les gritaron.

—¡Acredítense! —a la vez que el grupo táctico les mostraron las armas de grueso calibre, unos apuntado a los escoltas otros ha­cia las llantas de la lujosa camio­neta, que en ese momento estaba llena de sangre.

—¡Déjense de pendejadas! ¡den paso! qué vamos con el can­didato herido— les aventaban ru­giendo el motor de la camioneta, el chofer trataba de ver por el re­trovisor la calidad de la herida—.

—¡Deja pido autorización!

¡Ya el candidato en ese tiempo era difícil que aún siguiera con vi­da! los escoltas se desesperaban y se miraban entre sí ¡no era posi­ble de creer!

—Pueden pasar…

Foto: especial
Etiquetas: MariomexicoViolencia

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