A Guadalupe Barrera
Polibio (200-118 a.c) fue un historiador griego. Pero también lo que hoy consideraríamos un politólogo que, a la par de Aristóteles clasificaba los gobiernos. Lo que él llamaba oclocracia: ocholos (muchedumbre) cracia (gobiero) no es otra cosa que aquél régimen cuyas decisiones no las toma el pueblo, sino una muchedumbre manipulada. Y es el peor de los sistemas políticos, el último estado de la degradación del poder. La oclocracia se nutre de rencor y la ignorancia.
James Mackintosh (1763-1835), siguiendo las reflexiones polibianas, se refiere a la oclocracia como la autoridad de un populacho corrupto y tumultuoso, donde reina la ilegalidad y la violencia. En cierto sentido, la mal llamada 4T es un régimen oclocrático. Simplemente recordemos las ‘consultas’ a mano alzada que induce el supuesto ‘Mesías Tropical’: la demolición del aeropuerto de Texcoco, el grotesco asesoramiento para juzgar a los expresidentes, la relativa a la revocación del mandato. Nada de esto tiene que ver con la democracia sino con la demagogia, esa forma impura de aquélla.
‘Lo que diga el pueblo’, grita el insensato. Pero el pueblo nada dice. Es la multitud, esa misma que convoca en el Zócalo de la Ciudad de México en la apoteosis del acarreo, tan bien aprendida en los tiempos del ‘dorado presidencialismo’. Eso sí es el ‘nuevo régimen’: perversión oclocrática, manipulación de una turba irreflexiva, desinformada, pero bien asentada en la alianza con las fuerzas armadas, que es la arista violenta a la clara intimidatoria.
O alguien podría negarme esa irrefrenable propensión oclocrática de López cada vez que sale de gira por los caminos de éste país donde promete el oro y el moro, aun sabiendo que muy poco o nada cumplirá dada la estrechez de las finanzas públicas. Es verdad que la pandemia ha frustrado las reuniones multitudinarias. Pero él, a despecho de esa circunstancia y de que la turba, sacude los vehículos blindados, lo insulta y lo reta. Pues qué tal es la otra cara de la oclocracia: no es sólo la idolatría, sino también su revés: la decepción de una muchedumbre que ha dejado de creer en las mentiras del líder pendenciero.
Y volviendo a Polibio, él pensaba que el mejor gobierno, o al menos el más equilibrado, debería ser mixto, que sumara la democracia, la monocracia y la oligarquía. Pero de eso nada sabe el que hoy gobierna o cree gobernar desde el pódium donde cada mañana dicta sus verdades ante una multitud imaginaria, aunque mediáticamente cierta, pero intrascendente, en tanto que dilapida tiempo y recursos en riñas con sus adversarios.