Mientras Adán Augusto López otrora secretario de Gobernación, viaja, junto con otros morenistas certificados por el Primer mandatario como aspirantes a la Presidencia de la República, disque como coordinadores para difundir las glorias del movimiento oficialista, López Obrador ha tenido a bien nombrar secretaria de Gobernación a Luisa María Alcalde, una joven que se había desempeñado como secretaria del Trabajo. Ella es hija de Berta Luján que se ostenta como “comunista”, aunque no sepa lo que eso significa, e hija también de un abogado laboralista que no dudo haya estado detrás de la joven Luisa María.
Como era de esperarse, el primer mandatario se ha valido de ella para enfrentar a la Suprema Corte, obsesionado como está con el hecho de que los ministros ganan más que él, de suerte que el macuspano le ha dado instrucciones a la novicia que pida a los ministros que aclaren porque de esa ventaja que al presidente le inquieta tanto. Y aunque la Corte no está obligada a responder la cartita de Luisa María, advierte que las remuneraciones no sólo cubren salario sino también, habitación, servicios de transporte…Amén de que las consideraciones del Jefe ejecutivo se basa en la Ley Orgánica de la Administración Pública y por ende no aplicable al poder Judicial.
Por otra parte, el artículo 94 constitucional dispone que las remuneraciones no pueden ser disminuidas. ¿Un revés de López? Sin duda. Pero también de su lacayuna que, por obedecer ciegamente a su jefe, ha quedado en ridículo. Pobre joven que no ha entendido que la ciega obediencia tiene un costo moral y político. Hoy, seguramente, y también mañana la seguirá usando para sus fines.
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Seamos sinceros: López no tiene un gabinete. Sólo tiene siervos: una legión que se inclinan a sus pies. Luisa María, carente de toda dignidad es uno de ellos.