Por: Diana Bailleres
Por azares del control remoto de la tele, me entero que se le harán homenajes al príncipe de la canción, José José al cumplirse el primer aniversario de su muerte el próximo 28 de septiembre.
No encuentro por ningún lado los méritos para que se le haga tanto homenaje a una persona cuya vida no tuvo nada de ejemplar y cuya única cualidad fue haber tenido una voz bien timbrada y modulada para un estilo que no fue de las grandes ligas como es la ópera.
De su padre heredó esos talentos y aquél que lo abandonó siendo niño era quien gustaba del bel canto, según cuentan las múltiples biografías tanto escritas como contadas por amigos y vecinos de la colonia Clavería de la Ciudad de México, donde creció.
Me parece exagerado si no excesivo, que se le de tanta importancia a un talento visible gracias a la comercialización de sus discos y las enormes ganancias que significó para las disqueras del siglo pasado. Esto revela la gran necesidad que en estos tiempos no este año, sino desde hace mucho tiempo, que los mexicanos tenemos de héroes que sólo existen en las mentes pequeñas de quienes conducen programas de espectáculo, donde los comentarios diarios son clichés, faltos de verdad y mérito, como de conocimiento del lenguaje, de la comunicación y de la ética periodística.
Es cierto que el deterioro de la cultura o lo cultural, considerado en los niveles de la cultura aceptada y legitimada por los críticos y las instituciones, ha tenido descalabros económicos pero siempre ha mantenido cierta claridad en el discurso sobre lo que es la cultura ya no considerada como alta sino lo que la sociedad en conjunto busca y acepta como propio. Se le hizo homenaje de urna presente con sus cenizas en el Palacio de Bellas Artes en medio de escándalo sobre el destino final de sus restos y conflictos entre sus vástagos. Hasta allá llegaron los méritos del “príncipe”: un pleito entre acusaciones veladas de un posible asesinato y secuestro del cadáver, por parte de la viuda.
La influencia de la programación de la televisión y programas de espectáculos que han surgido como hongos en temporada de lluvias, donde se apoltronan en cómodos sillones, pseudoconductores que difícilmente han pasado del nivel educativo de preparatoria, para dar cátedras sobre la vida de cantantes, actrices y gente de la farándula como vulgarmente se conoce el showbusiness, ha sido determinante del rumbo que los sujetos involucrados quieren dar a sus trayectorias. Y la Comunicación Social guarda silencio. Son “asuntos menores” que no valen la pena ni llaman su atención.
No estoy aquí gastándome un tiempo en escribir esto para ponderar las cualidades de José José, ni cuestionar su nada ejemplar vida personal entre drogas y alcohol, sino para mirar con detenimiento lo que debería ser parte del análisis que corresponde a la comunicación decirnos sobre el contenido de estos discursos que se vuelven parte del cotidiano de los mexicanos y parte del gremio latino en Estados Unidos.
Cómo podemos despojarnos de esa imagen con la que nos identifican en países más educados, donde la lectura promedio anual per cápita es de 10 a 12 libros como en Japón o en Alemania. Se nos tilda de ignorantes y nos ofendemos. Acaso, ¿no es verdad? El analfabetismo funcional cunde en cada una de las emisiones de las comunicaciones nacionales. Para qué decir una vez más que necesitamos leer más si lo que necesitamos también es comprender lo que leemos y así mismo lo que escuchamos indiscriminadamente.
Homenajes puede recibir un compositor internacional y bien cuidado como ha sido el maestro Armando Manzanero, o mi gran Tony Bennett quien a sus casi 90 años sigue produciendo hermosas colecciones de canciones, o Clint Eastwood, otro venerable productor e incansable promotor de la cultura, pero nunca se ha sabido que se hagan homenajes post mortem a Luciano Pavarotti o a Steve Jobs a quien tanto debe el mundo de tecnología en el que vivimos. A Ruth Bader Ginsburg nadie la conocía fuera de su país hasta ahora en que se habla de ella como la jueza que hizo tanto por los derechos de las mujeres y los marginados de Norteamérica y superó el cáncer dos veces..
Es acaso que somos un país donde valores y talentos de tantos mexicanos son menos importantes que los de un cantante, crooner para ser más específico, que acabó con su voz por las drogas y cuya historia tan manoseada raya en la morbosidad o en lo pornográfico. Aparte de la voz, qué otras cualidades de admirar tenía José José, le preguntaría a sus allegados,
José Sosa, no llegó a ser un buen actor y por último, para no ser menos, tuvo la osadía de hacer una telenovela, refrito de una excelente pieza de Fernando Gaitán, Betty la fea en Colombia, La fea más bella, en Televisa, en la que era evidente la degradación de su voz, que era lo único que lo dotaba para hacer algo en este mundo. Después de muerto casi todos dicen que era muy bueno, pero eso no es extraño en la sociedad mexicana; sus vecinos se enorgullecen de haberlo conocido y sus hijos ahora destacan sus cualidades de buen padre. Qué bueno! Es parte de su vida privada. Hay muchos miles de buenos padres en el mundo que jamás reciben un reconocimiento. Tan revuelto está el mundo que por ello no es raro que a Putin y a Trump se les nomine al Premio Nobel de Paz.
En mis tiempos, diría mi abuela, se admiraba a la gente que había hecho algo importante. Varias veces cuando era niña, vi sentado en el jardín de su casa a don Carlos Blake, el ingeniero que mandó trazar las primeras calles de Ciudad Delicias, en Chihuahua, donde crecí. Mi madre me lo dijo: “Él es el fundador de Delicias”. A Luz Corral de Villa la seguíamos mis hermanas y yo por los salones de su casa cuando explicaba en inglés a los visitantes del Museo Casa de Francisco Villa, las glorias de su marido. Y recuerdo muy bien que nunca se hizo un reconocimiento al presidente López Mateos quien aportó a la creación de la Comisión de libros de texto gratuitos y a su esposa Eva Sámano, que introdujo los desayunos escolares para los niños de nivel básico. Eso sí solucionaba problemas de nutrición porque la torta y la leche con chocolate eran deliciosos y las familias no tenían que gastar en libros.
Es difícil explicarse por qué nos complacen estas historias si en la pléyade de talentos mexicanos hay muchos, en nuestras propias familias, donde madres y padres se soban el lomo pa’ los frijoles para sus hijos, donde los artesanos siguen moldeando sus productos con sus callosas manos, donde las abuelas acaban con sus ojos los tejidos que venden en las plazas de cualquier ciudad, y donde tantos jóvenes asisten a las universidad con apenas un pan y un café en el estómago. Todo el personal médico que atiende esta pandemia. Esos son los que tienen méritos y de esos, nadie se acuerda. Si tenemos una necesidad social de personajes ejemplares casi es seguro que tenemos a alguien muy cerca y no en la pantalla de la tele o en la internet.