La semana pasada nos encontramos con dos testamentos, el de Porfirio Muñoz Ledo y el de Andrés Manuel López Obrador. Uno intelectual y el otro práctico. Porfirio, de 88 años, va al notario público para registrar una Fundación que lleva su nombre. López Obrador va al Hospital Militar y anuncia que tiene un testamento político, por si llega a fallecer. El primero se preocupa por la investigación, el segundo por su herencia política y la gobernabilidad del país. En ambos podemos constatar que el lugar de la identidad narcisista conduce a la angustia de muerte.
Porfirio Muñoz Ledo considera necesario hacer un análisis histórico sereno, completo, integral, del acontecer reciente del País sin héroes ni villanos, sin filias ni fobias. Afirma: “En este País no hay objetividad ni hay perspectiva histórica; hay filias y fobias. Hay que hacer el análisis de los procesos históricos y tratar de explicarlos”. “Los procesos históricos se explican, como diría el gran historiador Edmundo O’Gorman. La historia no es invención para encontrar culpables y héroes; se inventó para entender lo que pasó, para analizarlo, lo bueno, lo malo, lo peor, con la mayor objetividad posible”, señala el ex dirigente político y ex legislador. López Obrador, por el contrario, establece que hay enemigos de la Cuarta Transformación, ve la historia como una confrontación de oponentes, no hay objetividad, sino compromiso personal con la historia. Hay pasión. Uno ve la Historia desde afuera, el otro desde adentro.
Porfirio recuerda que fue el primer profesor que hubo en México de Sistema Político Mexicano invitado por Daniel Cossío Villegas en 1964, cuando era presidente de El Colegio de México. En esos años, Andrés Manuel se acababa de mudar a Villahermosa, Tabasco, para estudiar la secundaria y la prepa y trabajar en la tienda de ropa y zapatos «Novedades Andrés».
López Obrador es 19 años menor de edad (69 años) con respecto a Porfirio. Cuando terminaba la licenciatura en ciencias políticas y administración pública en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en 1976, Porfirio ya tenía un recorrido en la administración pública, en ese mismo año pasó de ser Secretario del Trabajo a presidente del PRI para dirigir la campaña de José López Portillo. López Obrador se iniciaba entonces como un colaborador de la campaña del poeta Carlos Pellicer, en su candidatura como senador externo del PRI.
Ambos personajes coinciden cuando se dio el primer gran cisma en el PRI, en 1988, en La Corriente Democrática, una facción del Partido Revolucionario Institucional que se opuso al tradicional método de selección de la candidatura presidencial de Carlos Salinas de Gortari y la política económica neoliberal adoptada por el gobierno de Miguel de la Madrid. Ambos apoyaron a Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano. A partir de entonces se entrelazan sus vidas, con coincidencias y separaciones. Ambos presidieron el PRD y ambos son fundadores de Morena.
Ahora, ambos enfrentan la idea de la muerte de manera muy diferente. Porfirio no tiene el poder político, casi ha dejado de tener influencia en las decisiones más relevantes de la vida de la República. Andrés Manuel es el presidente dentro de un sistema presidencialista. Tiene un gran poder político. El primero se ocupa de la trascendencia de las ideas. El segundo se preocupa por la trascendencia de su proyecto político.
Ambas visiones nos llevan a considerar que la pregunta sobre el ser debería ser fundacional de todo pensamiento filosófico-político, en tanto que ambos, Porfirio y el presidente, pretenden llevar a cabo un análisis de la realidad. Este es el sentido de la frase latina: “Talis vita, mors est ita”, así como es la vida, es la muerte. La idea de la muerte es el reflejo o sirve de espejo para la idea de la vida. Lo importante para el intelectual es la reflexión, lo vital para el político es la pasión. Ambos son políticos, pero sólo uno es también intelectual.
La filosofía heideggeriana tiene entre sus méritos haber trascendido del intelectualismo clásico y la tradicional distinción entre sujeto y objeto. Ha vislumbrado también que la comprensión del Ser no es una actitud teórica sino que es la existencia misma e implica un compromiso, un uso, encontrarse en un estado de ánimo, ser — ahí. Es el Dasein heideggeriano, acompañado siempre del Mitsein, el ser con el otro. En la historia política contemporánea de México, Andrés Manuel y Porfirio Muñoz Ledo se comprenden y se explican mutuamente, pero siempre diferenciados en la práctica, por las ideas.
La pregunta sobre el sentido de ambos testamentos es una pregunta fundamental pues toda consideración de la realidad, de lo que es, exige una previa consideración de cuál es el sentido del ser mismo. Ambas herencias son muy diferentes, no sólo por su objetivo, sino por la historia de vida de Porfirio y de Andrés Manuel. Dos maneras diferenciadas de ser político.