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La muerte silenciosa ondea a media asta

EL CRISTALAZO

por Rafael Cardona
17 agosto, 2020
en Editoriales
El “fusil” tecnológico en la IV-T
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Grande es la obsesión de nosotros los mexicanos por festejar o al menos tener presentes a cada paso a la muerte y a los muertos.

A veces de modo profundo, místico, desde la divina Coatli­cue de las serpientes mudas en la falda de piedra o el zompantle sangriento, hasta el reciente de­creto de silencio y luto con la ban­dera a medio mástil. La muerte, nuestra muerte de cada día. Sin ella no somos felices, no hacemos ni el amor ni la política; ni el de­creto poderoso, ni la suma inol­vidable. Ya pasamos los cincuen­ta mil, como si fuera una marca olímpica y graciosa. Y no duele, nomás suena a corneta matutina.

Cosa extraña para otros, pero común entre noso­tros, esta capacidad de dialogar con los cráneos vacíos y mirarnos en el hueco de los ojos negros de los difun­tos, pero cada y cuando podemos, nuestra tarde se vuelve día de muertos y cuando no mandamos un to­que de clarín lamentoso y gris sobre los tejados y los árboles, decidimos un duelo nacional de 30 días ¿pa­ra pensar en los finados, para no olvidarlos, para te­nerlos sentados a la mesa, para lavarnos la concien­cia, para qué?

Quizá para cumplir el rito, cerrar el ciclo, como di­cen los cursis, y poner el símbolo en el simbólico país de las apariencias constantes por encima de los he­chos visibles.

O como escribió luminoso y profundo Xavier Vi­llaurrutia, “…no ser sino la estatua que despierta/ en la alcoba de un mundo en el que todo ha muerto”.

Cada mañana los muertos nos visitan y no le de­jan espacio a la fiesta de los vivos, de quienes salieron del túnel oscuro de la fiebre, el dolor y la epidemia. A esos, a quienes se salvaron, no se les ponen banderas de cabeza, ni tampoco tambores ni metales de ale­gría o fanfarria.

Para nosotros nada hay de heroico en sobrevivir. El verdadero mérito es morirse, pasar al otro mun­do, visitar el Mictlán, el espacio de los círculos del cie­lo o el infierno.

Por eso se comprende la reciente decisión de nues­tro supremo gobierno, cuya mano poderosa decide so­bre la vida y la muerte y el luto y el lamento.

Treinta días de negro, manda el ucase sin cubrebo­ca. Banderas a media asta, largos minutos silenciosos frente a los cuales uno podría recordar, con un poco de humor, aquella orden echeverrista de cuando se con­sagró el año de Juárez y se convocó a la patria entera, toda ella, plena y abundante, solidaria ante el miste­rio, guardar al filo del mediodía del 21 de marzo, un minuto de silencio por el Patricio, por el insigne oaxa­queño cuyo cuerpo sí era un cadáver y no un pinche muerto como cualquier finado de vecindario pobre.

“Aunque a Juárez reverencio/ me parece una osa­día/ esperar de Echeverría/ un minuto de silencio/,dijo Pancho Liguori frente a cuyo ingenio podríamos pa­rafrasear:

“Porque al muerto reverencio /resultaría conve­niente,/ recibir del presidente/ un minuto de silencio”.

Pero no será así ni con todos los homenajes, pues los campos de la comunicación se saturan con los men­sajes presidenciales a la mañana, la tarde y la noche, ya en los diálogos matutinos o en las plazas de sus via­jes semanales o en los mensajes de sábado y domingo, en los cuales la Patria (con grande Mayúscula) es cam­po verde y los ríos navegables de la dicha son pródigos en miel y leche como aquellos de la Tierra Prometida.

Y nos dice la voz presidencial cómo sería conve­niente conocer las imágenes visuales del oportunis­ta señor Lozoya cuya filmoteca se ha vaciado con do­cumentos comprometedores en los cuales se prueba, como si regresara el “Señor de las ligas”,cuya codicia llenaba bolsas y bolsillos; cartapacios, portafo­lios o las valijas y bolsas de super­mercado de sus cómplices, en la interminable cosecha de fondos mal habidos para las campañas y la operación electoral de quie­nes hoy navegan por el infinito espacio de la honestidad auto­proclamada.

¡Ay!, ¿dónde estás Sosamon­tes, tan lejos de Santa Marta?; ¿dónde anda Carlos Imaz cuyo divorcio lo privó de la condición de primer caballero de la más grande ciudad del planeta?

No se conoce su paradero, pero ya el Señor Presi­dente nos dice cómo sería bueno estigmatizar a quie­nes cometieron actos de fea corrupción. Por eso sería bueno ver las filmaciones o grabaciones digitales, pa­ra escarnio, señalamiento público, sambenito o baño de plumas y chapopote.

Trátese al corrupto como en otro tiempo se casti­gaba al hereje, al judaizante, como bien nos dice Jo­sé Toribio Medina en la célebre “Historia del tribunal del Santo Oficio de la Inquisición en México”,quien recuerda entre otros muchos el caso de Antonio de Medina, “que habiendo sabido se hacían diligencias para prenderle por estar denunciado de judío, se pre­sentó espontáneamente al Tribunal, fue preso en cár­celes secretas, abjuró de vehementi, pagó dos mil pe­sos y recibió cien azotes por las calles públicas…” o a la poblana María de la Encarnación, quien salió “al au­to, con insignias de embustera y blasfema, oyó su sen­tencia con méritos y abjuró de levi…”

Abjurar, retirar lo dicho, olvidar la conciencia an­terior, desdecirse, traicionar lo antes jurado, escapar de las palabras con otras palabras. Es el mérito ma­yor de los infidentes y los delatores, es condición del tropel o la estampida, llevárselo todo entre las patas de los caballos.

Pero mientras eso se exhibe o no, oscilamos entre la fascinación por la muerte y la morbosa contempla­ción de los procesos contra los corruptos, y hasta de quienes purgan cárcel sin respaldo de las acusacio­nes (hasta cierto punto menores o no tan graves), ex­cepto las lanzas rotas en el pasado cuando pusieron en la ruta del poder las barricadas del videoescánda­lo, como le ocurre a Rosario Robles, el país sigue en el bailoteo de las contradicciones y los pasos en falso, como esa manía de dar por hechas las cosas cuando no existen todavía.

Si nos fascinan los muertos y su simbolismo, más nos obseden las esperanzas a veces vacías. Amamos lo inexistente, ya sea presencias virginales, milagros pa­ra el ex voto, remedios mágicos “limpias” (no limpie­zas) con ramas de penetrante aroma y copales encen­didos, y en el campo de lo inexistente queremos ha­llar solución a lo real cotidiano.

Y esta epidemia nos lo ha mostrado plenamente.

Si el hombre más rico del mundo, cuya fortuna sirve para remodelar las fachadas del Centro Histórico de la Ciudad de México y rehabilitar los viejos edificios don­de alguna vez se congelaron las rentas o construir los terraplenes del Tren Maya, entre otras cosas, como el aborto del rescate aeroportuario de Texcoco, le ofre­ce financiamiento a los investigadores de una vacuna contra el Covid (es tiempo de invertir en eso dice su hi­jo, sagaz y oportuno), ya ponemos roncas las campanas jubilosas en el anuncio del inminente y cercano arri­bo del fármaco salvador, de la “bala mágica ” cuya ar­gentina condición matará al vampiro de la pandemia.

Y no hay tal. La vacuna no existe todavía y aquí el adverbio es importante.

Una cosa es invertir en labores científicas y farma­cológicas y otra tener éxito en esas investigaciones y aun cuando se tuviera, ¿cuánto tiempo se necesitará para producir masivamente y distri­buir por el mundo la vacuna? Mucho.

Pero nos adormecemos como aquella le­chera cuyo cántaro se rompió como los sue­ños de su dueña, soñadora feliz de los mu­chos bienes a los cuales destinaría el produc­to de su comercio.

Y así nos pasa cuando nos gastamos el imaginario dinero de vender un avión o ri­famos las alas convertidas en pedazos de la lotería.

A fuerza de padecer un presente insopor­table, a veces, preferimos habitar de rato en rato los otros mundos. Y nos refugiamos en la presencia invisible de los muertos o nos ensoñamos voluntariamente en las solea­das y siempre confortables habitaciones de un palacio llamado futuro para cuya cons­trucción tomamos, casi siempre, el material equivocado.

Pero así somos, así nos gusta y así nos en­tiende el poderoso cuyo mayor talento es sa­ber cuánto mide el alma de este pueblo al cual, hace mucho tiempo, le ha tomado la medida.

Si Roma se sostenía con pan, circo y gue­rra, nuestro mundo actual se equilibra con redes sociales, tortillas y discursos, muchos discursos, muchas palabras.

Etiquetas: Coatli­cueserpienteszompantle sangriento

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