Indudablemente este es un país de mitos.
Del Tepeyac a Querétaro (no el Cerro de las Campanas, el Teatro Iturbide; de las intervenciones a las expropiaciones, de Jiquilpan a Macuspana. Todo es un mito.
No uso la palabra como sinónimo de mentira o falsedad, sino en el sentido antropológico: el hecho simbólico sobre el cual se asientan definiciones y usos nacionales; construcciones metajurídicas y sobrenaturales, presencias tutelares.
No importa si se trata del águila y la serpiente o la loba de cuyas ubres maman Rómulo y Remo. Mito es Washington en el Potomac; San Pablo en camino a Damasco y Juana de Arco en la batallay la voz voces divinas en los campos de Orleans.
Cada país tiene los suyos y con frecuencia los símbolos políticos se convierten en creencias casi religiosas. A veces mágicas. Por eso el comunismo materialista sembró de momias su historia: el Mausoleo de Mao, en Pekín y el cadáver momificado de Lenin en la Plaza Roja.
Y entre nosotros nada tan falsamente mítico como LA CONSTITUCIÓN, así con mayúsculas. La mudable constitución cuyo rostro cambia sexenio con sexenio al gusto, capricho o necesidad de cada gobierno. El venerable texto de 1917 (si en verdad hubiera sido venerable ese cánon) no se parece en nada al actual. Tantas han sido sus modificaciones, agregados, pegotes y enmiendas, como para no reconocerla. El placer del poder consiste en cambiar la Constitución.
No obedecerla porque cada Ejecutivo la sustituye –en los artículos de su necesidad (o necedad) política–, por una nueva redacción. Para eso necesita la sumisión del Poder Legislativo.
Así pues el anuncio hecho hace un par de días por el Señor Presidente, en cuanto a su intención de modificar la Constitución si el actual texto le impidiera llevar a cabo las reformas a las reformas anteriores (las cuales requirieron cambios constitucionales), no debería tomar a nadie por sorpresa.
Jugar con la Constitución, maquillarla, ponerle prótesis, mutilar lo necesario, transformar lo antagónico o cualquier otro cambio más allá de lo cosmético, es parte de nuestros usos y costumbres, porque seguimos sometidos a los caprichos providenciales del presidencialismo.
“…presidente, y una vez que se resuelva de fondo este tema de los amparos, si determinan (los jueces) que esta ley eléctrica contraviene a la Constitución, ¿usted impulsaría entonces una reforma constitucional?
“— Sí, sí. Yo estoy seguro que no es inconstitucional la reforma, pero si lo determinan jueces, magistrados, ministros, que es inconstitucional y que no puede proceder, enviaría yo una iniciativa de reforma a la Constitución, porque no puedo ser cómplice del robo, del atraco, no puedo aceptar que particulares dañen la hacienda pública y afecten la economía popular y sobre todo afecten la economía de los más pobres.
“Porque privatización en México, en el periodo neoliberal, es sinónimo de corrupción. Se dedicaron a saquear, a robar, a hacer jugosos negocios al amparo del poder público y en el caso de la industria eléctrica y de la industria petrolera pues no tengo duda; pero no sólo eso, en los reclusorios, en la construcción de hospitales, en todo.
“Entonces, era una banda de cuello blanco, lo que sucede es que no perdían ni siquiera su respetabilidad y decían que eran negocios, que estaban haciendo negocios cuando en realidad estaban robando. Muy mal para el país y muy bien para ellos.
“Entonces, a eso se debe que se estén llevando a cabo estas reformas…
“Llevaron a cabo la reforma energética y desde que se aprobó la reforma energética empezaron a aumentar el precio de la luz, el precio de las gasolinas. Nosotros llevamos dos años y cuatro meses y no ha aumentado el precio de las gasolinas (¿?) , ni del diésel ni de la luz, y no van a aumentar los precios de los energéticos.
Todo esto se dijo en el aniversario constitucional del año pasado. Y así lo publiqué, con leves cambios, el año pasado. Todo es igual.