Ahora cuando se acerca el final del gobierno de Andrés Manuel L.O., muchas de sus estrategias alguna vez celebradas como prodigiosas habilidades políticos, se convierten en trazos de caricatura triste, pero caricatura al fin, como ese afán indeclinable e interminable de proteger a sus validos a costa de cualquier cosa así sea de su propia imagen, en cuyo altar ya se adivinan las sombras del fracaso en muchas facetas, aun cuando pocos se atrevan a decirlo en las urnas.
Pero quizá lo más preocupante no sea el respaldo a quienes él mismo encumbró sin el misterio de los motivos conocidos o comprensibles para hacerlo.
Nadie sabe por qué, por ejemplo, protege a capa y espada a personajes tan siniestros como Cuitláhuac Gutiérrez (el etimológico); o Cuauhtémoc Blanco, cuya mala fama y peor desempeño no necesitan mayores detalles o a Rubén Rocha Moya, si no el peor de sus entenados, sí quien peores daños le puede causar en la imagen de su salida, por aquello del narcoestado.
Pero en un horizonte más amplio, hay algo más grave todavía: la transmisión hereditaria –como ciertas enfermedades graves–, de estos compromisos a su sucesora, su descendiente política.
Una cosa es la fidelidad a un programa, una ideología o una línea de gobierno, y otra aceptar con los ojos cerrados las salpicaduras lodosas (prefiero el lodo a otra sustancia de mefítica condición), de tan notorios ejemplos de incapacidad, corrupción o ambas cosas.
Pero la doctora CSP, no sabemos si temporalmente o para siempre, se ha tragado el sapo, sobre todo en la malhadada gira por Sinaloa cuya repercusión inmediata –apenas se había agotado el eco de las matracas pro Rocha–, fue el cese de la fiscal cuya mejor contribución al oscurecimiento del caso fue la incineración del cadáver de Melesio.
El fuego no sólo purifica todo; también lo destruye y lo esconde, y para fines criminalísticos no se advierten pistas ni evidencia alguna en la ceniza. Hasta las nigromancias tienen límites. Y luego, el reguero de cadáveres.
Pero la futura presidenta (con A), no sólo les ha mostrado solidaridad a sus correligionarios menos dotados intelectual y éticamente. También ha adoptado como suyas las herramientas de gobierno de su promotor, amigo, maestro, quizá tutor y de alguna manera mentor. La principal, de ellas, la conferencia matutina, cuya finalidad no es informar sino defender al gobierno.
La patraña de la junta madrugadora sobre Seguridad no sólo ha resultado ineficaz sino innecesaria. Ya no funciona ni como pretexto para controlare al gabinete con la desmañanada cotidiana de ojos legañosos.
En varias ocasiones el propio Andrés Manuel L.O., lo dijo abiertamente, ¿dónde estaríamos sin la mañanera?; nuestros adversarios en los medios conservadores de comunicación nos habrían barrido del campo informativo.
Hasta cuando justificó su fracaso en la administración de Notimex prefirió cerrar la agencia estatal –no gubernamental–, en lugar de arreglar un problema de la manera más sencilla: removiendo a la causante de todo el despelote, la señora Sanjuana, con la invocación a la suficiencia mañanera. Pero en la defensa de los amigos, ni un paso atrás, como acaba de ocurrir con el ave de corral o pájaro de cuenta.
Sin embargo, recibir esa herencia no será fácil.
La mañanera ya no es la fortaleza invulnerable, el almenado castillo desde cuyas troneras se podían disparar obuses, calumnias, censuras, amenazas, burlas, gritos y sombrerazos contra quien opine o piense diferente.
Hace seis años nadie imaginaba necesario ponerle frenos a tan singular forma de gobernar mediáticamente. Al final no sólo era posible: fue necesario.
Ahora por lo menos dos personas, una académica y un periodista, han logrado sendos triunfos judiciales mediante cuyas sentencias no podrán seguir siendo atacados de tan desventajosa manera por un presidente lenguaraz. Es el caso de Denisse Dresser y Raymundo Riva Palacio.
Estos dos ciudadanos han marcado un sendero perdurable en defensa de la libertad de expresión.