Maconi, Cadereyta, Qro. A tiro de piedra de la hidroeléctrica de Zimapán -que genera 50 millones de metros cúbicos al año, según la publicidad oficial- los habitantes de la Luz no tienen luz ni agua. “Nomás el nombre” dice Margarito Alvarado Trejo, vecino de esta comunidad en extrema pobreza, asentada paradójicamente junto a la rica mina “La Negra”, productora de plata, cobre, zinc y plomo, cerrada desde hace más de un año por conflictos entre el sindicato y la concesionaria transnacional y entre ésta y la Conagua, en perjuicio directo de más de 300 trabajadores, un centenar de empleados de confianza y miles de familias de la región.
El pueblo está tan cerca y tan lejos de los valiosos metales de Maconí, extraídos durante cientos de años por extranjeros, como del fluido hídrico y eléctrico enviado a las zonas metropolitanas del estado, que el subdelegado municipal Esteban Robles Bárcenas, desde lo alto del pueblo señala la formidable tubería del Acueducto 2 y exclama: “¡Ahí va el agua! -y agrega, como quien sueña despierto- con un bombeo alcanzaría hasta para San Joaquín”.
Hoy las señoras y las niñas de esta comunidad tienen que caminar dos horas hasta un manantial para traer cargando unos 40 litros que les alcancen para dos días de consumo familiar. ¿Y la educación? El maestro, que debería asistir dos veces por semana, solo viene cada mes a ponerle tarea a los niños. El aula medio funciona con paneles solares.
Son los olvidados del otro Querétaro a quienes a pesar de todo no se les ha mellado la esperanza y reciben este día a un grupo de ingenieros del Politécnico y del campus San Juan de la UAQ, invitados por el senador Gilberto Herrera Ruiz para buscar soluciones técnicas y económicas.
“Por aquí pasan el agua y la luz, pero no les deja nada, nomás la ven irse” les explica a los técnicos el legislador de Morena, ex delegado de Bienestar, ex rector de la Universidad Autónoma de Querétaro y presunto aspirante al gobierno estatal, tras viajar de la capital a Maconí, recorrer varios kilómetros de brecha por impresionantes desfiladeros y caminar más de dos horas entre cerros de mármol y cañadas secas.
Comunidades como ésta, en la que docenas de familias sobreviven a la oscuridad y la sed, son la razón del proyecto de iniciativa que el senador queretano presentará ante la Cámara Alta para hacer efectivo el derecho de los mexicanos al agua. “El estado tiene la obligación de dejárselas a 500 metros, potable y gratuita” les dice a los pobladores de La Luz del Carrizalito, a los que se les hace agua la boca ante ese compromiso.
Desde esta atalaya de rocas se ve la presa de Zimapán, construida hace casi 25 años. Es el cuerpo de agua en donde tributan los ríos San Juan, Tula y Moctezuma y divide los estados de Hidalgo y Querétaro, sitio favorito entre los aficionados a la pesca deportiva y a los paseos en lancha, kayak o yate, según se presume en páginas especializadas como la de Food Travel, anunciando una decena de torneos para lanzar el anzuelo, como en la Copa Corona, en el mes de junio y la Pesca Revolución, en un noviembre sin pandemia. Ahí abundan bagres, mojarras, carpas y lubinas, mientras acá arriba los del rancho La luz del Carrizalito no tienen nada, comen tortillas, frijoles y plantas, “manitas de junquillo”, como los grupos nómadas que se ubicaron en Cadereyta hace aproximadamente siete mil años.
¿Y cada cuándo comen carne? les pregunta Gilberto Herrera Ruiz.
-Uuuh, cada año, aunque sea de pollo, responde con media sonrisa el líder de la comunidad, Esteban Robles Bárcenas.
¿Y las despensas llegan acá? indaga el senador.
Una señora de mandil le arrebata la palabra al subdelegado y explica que sí, pero que se las venden disque baratas, pero salen igual que comprarlas en las tiendas de Maconí, a donde los transportan camionetas de los comerciantes que hay que abordar allá en donde termina el camino. Con la ventaja de escoger lo que necesitas y puedes pagar. No son taxis -explica- y no les cobran el flete. El servicio es gratuito, siempre y cuando compres con ellos. Aquí sí, a diferencia de la publicidad del gobierno estatal, no hay de otra.
Agua y luz harían el cambio en esta población olvidada, cercana a la Hidroeléctrica de Zimapán, que nomás ve pasar esos servicios que abastecen a los habitantes de la capital queretana y zona metropolitana.
Así lo suscribe en nombre de los lugareños el subdelegado Esteban Robles Bárcenas al firmar un escrito al lado del senador Herrera, sentados ambos en un recodo de piedras, teniendo como testigos a los ingenieros del Politécnico y la UAQ que van a buscar alternativas para dar agua y luz a La Luz, en donde están quizá los más pobres de Querétaro, rodeados de montañas con ricos minerales y mármoles.
Ya de regreso a la ciudad, en la camioneta conducida -casi al anochecer- por Gilberto Herrera Ruiz, el reportero recuerda que a finales de los años 70, los vecinos de San José El Alto acudieron ante el arquitecto Antonio Calzada Urquiza para exigir el agua, luz y drenaje que veían introducir y pasar hacia el nuevo penal de Querétaro. ¿Necesitamos robar o matar para que a nosotros también nos den los servicios? le preguntaron al gobernador. Y les hicieron justicia.
Casi medio siglo después, los olvidados de La Luz del Carrizalito, en Cadereyta, perteneciente a Maconí, pueblo minero explotado desde 1682, viven la paradoja de que la luz y el agua pasan por su casa, pero ellos viven en la oscuridad de los tiempos ancestrales y la eterna sed, a la espera de la cuarta transformación… la tercera… la segunda… y la primera.