Hace 70 años, más o menos, Teotihuacán todavía imponía el sagrado respeto de los misterios mitológicos del pasado.
El motivo de mis frecuentes paseos por “las pirámides” como se le decía familiarmente a esa excursión casi siempre dominical, no tiene ahora ninguna importancia, excepto una extraña asociación entre las travesuras infantiles y el actual estado anímico de Morena, sus políticos (y políticas, con “A”) en el gobierno.
Me explico. No quisiera dar la impresión de irrespetar a las hormigas, porque estos brevísimos seres –dice Mauricio Maeterlinck, a quien citaré mucho en este texto–son los seres más generosos del universo.
“¿Cómo sería una humanidad que no tuviese otra preocupación, otro ideal, otra razón de su existencia –se pregunta el citado Premio Nobel–, que la donación de sí misma y la felicidad ajena; una humanidad en la cual trabajar para el prójimo, sacrificarse total y constantemente, fueran la única alegría posible, la felicidad fundamental; en una palabra: la voluptuosidad suprema de la cual sólo percibimos un fugitivo relámpago en brazos del amor?”
Obviamente muy alejada del mal llamado humanismo mexicano.
Pero sin otra digresión se debe explicar cómo se enlazan en estas líneas las pirámides, las hormigas y el alterado estado de ánimo de nuestro gobierno.
Bueno.
Para comenzar, diciendo la naturaleza del hormiguero: un asentamiento social, diverso, estratificado y gobernado de manera insólitamente compleja.
De esa manera, un hormiguero debe ser considerado “como un individuo único (M.M.)”. Lo llamariamos, arbitrariamente, el “Estado-hormiga” asentado en un complicado sistema de galerías, túneles, bóvedas y funciones jerárquicas imposibles de describir en este espacio.
Pero cuando algo amenaza al hormiguero, como sucedía cuando mis ociosas manos infantiles ponían una cruel piedra en la boca de los túneles, allá en los llanos de San Juan (y de aquí viene la similitud), las heroicas hormigas enloquecían. Les daba miedo el ataque pero se disponían a la defensa de su espacio de su universo, de su mundo. Como Morena con. La piedra Trump.
“…Las asaltantes avanzan en masa. Las defensoras (M.M.) intentan resistir pero desbordadas, empujadas, atropelladas, desesperadas, regresan al nido para volver a salir de él con sus ninfas a las cuales quieren salvar a toda costa… pero las agresoras les arrebatan su tesoro, lo almacenan provisionalmente cerca de las salidas, dejan pasar a las madres fecundadas y a las obreras…”
Esta dramática descripción, digna de un Armagedón entomológico, se asemeja un poco a las reacciones encadenadas de los morenos ante la agresividad del gobierno de Estados Unidos, en especial por el señalamiento del ex jefe de la oficina presidencial de Andrés López, el ya conocido (trístemente célebre le dirían en crónicas de antaño), Alfonso Romo. Los demás, no cuentan para fines de prestigio político, ni para la seguridad del hormiguero, ni para la supervivencia de las (reinas) fecundadas.
Se pregunta Maeterlinck:
“¿Quien reina y quien gobierno la ciudad? ¿Dónde se oculta la cabeza o el espíritu de los cuales emanan órdenes que nadie discute? El acuerdo es hasta tal punto indudable, tan admirable como en los demás grupos (termiteros y colmenas), y debe ser más difícil porque la vida de las hormigas es mucho más compleja, más impensada, más aventurera.
“A falta de cosa mejor, la explicación más aceptable es la que ofrezco en la “Vida de los Termes”, a saber: que un hormiguero debe ser considerado como un individuo único, cuyas células (al contrario de lo que ocurre con nuestro cuerpo que tiene 60 trillones aproximadamente), no están aglomeradas sino disociadas, diseminadas, exteriorizadas, sin dejar de permanecer sometidas –a pesar de su aparente independencia– a la misma ley central.”
Palabras notables del Nobel de Literatura 1911, fácilemente adaptables a la locura del otro organismo social de células diseminadas pero sometidas a la ley central y cuyas acciones parecen responder al espíritu del cual “emanan órdenes que nadie discute”; una misteriosa voluntad invisible, pero perceptible.