El día 10 del mes en curso se celebró el Día Mundial de la Salud, que me hizo recordar una propuesta que le formulé al entonces gobernador José Calzada por conducto de un colaborador a él cercano. Se trataba justamente de crear un centro de Salud Mental. Propuesta que rechazó acaso por ignorancia, por incomprensión o por confusión. ¿Pensaría en un pabellón psiquiátrico para confinar a los alienados o, para decirlo coloquialmente, para locos. La verdad es que nunca llegué a saber sus argumentos; todo quedó en un rechazo. ¡Y vaya que hacía y hace falta! Pensemos solo en niños maltratados en el hogar, en prácticas incestuosas, de aquellos que son víctimas del acoso de profesores o compañeros; en ancianos que sufren demencia por su avanzada edad.
Comprendo, o trato de comprender la corta visión que nuestros dirigentes políticos: la administración pública se reduce a las obras visibles: promoción económica, vialidades, seguridad, infraestructura escoliar… Hasta ahí llega su sensibilidad administrativa. Pero esas realidades sociales profundas les son ajenas, simplemente porque no son vistas ni sentidas. Y no me refiero a alguien en particular. Es una deformación cultural que impacta en general a los gobernantes. Un ejemplo: Rafael Camacho Guzmán que pasará a la historia política queretana como un gobernador sobresaliente, a despecho de su comportamiento a menudo zafio, justamente por sus obras impresionantes: el estadio Corregidora, el hermoso auditorio, la atención que puso en la restructuración de las Misiones de la Sierra Gorda, la adquisición de importantes inmuebles en nuestra capital, sin olvidar a colaboradores brillantes, muchos de ellos entrañables amigos míos.