Luis Rodrigo Arteaga Villalba
Mi nombre es Beatriz, tengo 44 años, soy la orgullosa madre de dos niñas hermosas y, esta es mi historia:
Hace un poco más de una semana, comencé con un dolor en la boca del estómago. No me pareció raro, pues, desde hace algún tiempo, tengo “gastritis”, — nada que un omeprazol no pudiese resolver—. Pero, a diferencia de ocasiones anteriores, el dolor no se quitó, me recorría por la parte baja de las costillas del lado derecho, atravesándome hasta la espalda. Las náuseas no paraban y, me vi en la necesidad de “volver el estómago”.
Acudí con mi médico de confianza, quien dijo que podrían ser “piedras en la vesícula” y, pidió un ultrasonido de hígado y vías biliares. Con el estudio, el doctor confirmó el diagnóstico: mi vesícula estaba inflamada y, con principios de infección. Dijo que tenían que operarme lo más pronto posible, pues, “para acabarla de amolar”, vivo con diabetes. De todos modos, indicó tratamiento para el dolor, un antibiótico para la infección y, me recomendó a una cirujana.
Pero yo no estaba convencida de la operación. A pesar de que el médico me explicó bien, resolvió todas mis dudas y, ayudó a apaciguar mis angustias, ganó el miedo y, mejor decidí esperar a ver cómo funcionaba el tratamiento. Por suerte, al tercer día, amanecí ya casi sin síntomas, solo quedaba una molestia leve, algo profunda, justo por debajo de la costilla, sobre todo después de comer.
Debo mencionar, que desde que resulté diabética, me he cuidado muy bien, casi siempre tomo mis medicamentos y, desde hace poco, también comencé a inyectarme insulina. Solo de vez en cuando, llego a tomarme “un refresquito” y “un pan dulce”, para quitar el antojo.
Hoy les escribo desde el hospital, llegué aquí hace cinco días con fiebre, mucho dolor de estómago, malestar general y, también, porque mis ojos y orina se pintaron de amarillo. El diagnóstico fue pancreatitis. Además, me explicaron que las piedras de la vesícula se habían movido de lugar, por lo que fue necesario que realizaran un procedimiento para sacarlas de donde estaban atoradas. Todo se hizo con una “camarita en un tubo” que introdujeron por mi boca. Junto con las piedras salió algo de pus, no hubo complicaciones y, hoy ya se me quitó lo amarillo y algo del malestar.
Tengo hambre, pero la comida no me asienta bien, apenas tolero algunos líquidos y la gelatina no se me antoja. En vez de un antibiótico, me están pasando dos y, al parecer, mañana me podrán operar para retirar mi vesícula por laparoscopía. Los doctores advirtieron que será un procedimiento difícil debido a la infección tan fuerte, y que seguramente, dejarán por algunos días un “drenaje”, que es un tubito de látex que irá desde la zona de la cirugía hasta afuera de mi cuerpo. Si todo saliera bien, me darán de alta uno o dos días después. La cuenta de honorarios y, del hospital no deja de crecer. Mi azúcar no ha sido fácil de controlar, pero cada día va bajando más. Sinceramente, estoy harta de dormir en este colchón.
Si tan solo me hubiera operado cuando me lo sugirieron, estaría en mi casa festejando con mi familia este Diez de Mayo, aunque fuera con dieta sin grasa o, sin picante. No tengo nada que reclamar, el personal de enfermería y todos los médicos han sido amables y, muy profesionales, pero ya extraño mi casa, sobre todo mi cama.
Ahora más que nunca, entiendo lo que significa confiar en mi médico; a la próxima, seguiré sus consejos. Y, creo que iré llevando a mis hijas a que les haga también un ultrasonido…no vaya a ser.
Presidente del Colegio de Especialistas
en Cirugía General del Estado de Querétaro