La maestra Delfina Gómez ocupa hoy día el cargo de Secretaria de Educación por obra y desgracia del inquilino de Palacio Nacional, pese a su bajísimo perfil, si hemos de compararla con personajes de la talla, José Vasconcelos, Jaime Torres Bodet, Agustín Yañez… aunque podríamos pasar por alto su insignificancia, si no fuera por su bien conocida corrupción como alcaldesa de Texcoco cuando extorsionaba a su subordinados menguando sus salarios para acrecentar la fortuna de un tal Ignacio Martínez.
Lacayuna como ninguna, y en obediencia a su jefe, el de Macuspana, ha resuelto desaparecer las escuelas de tiempo completo para entregar los recursos directamente a los padres de familia, negándoles a los niños y adolescentes el derecho a una buena nutrición, a sabiendas de que los padres trabajan y no pueden ocuparse de eso. ¿A dónde irán a parar los recursos? ¡Sólo Dios sabe! En contra de esta nueva arbitrariedad de López, un juez ha concedido la suspensión provisional.
Desde esta modesta columna, deseo que el juez conceda la suspensión definitiva por el bien de los niños y adolescentes, y que Delfinita, la corrupta, dé marcha atrás a la disparatada ocurrencia del primer mandatario. ¿Otro revés para el de Macuspana? Se lo merece la canallada de López. Ojalá así sea. Aunque sabemos que el señor que ‘desgobierna’ a éste país, acostumbrado a violar las garantías individuales, acate la sentencia. Pues que el “aquí mando yo”, con ese aire de cacique aldeano, se salga con la suya.
Que se vaya Delfinita la insignificante, gritan los inconformes en una marcha justa que se difunden en las ‘malditas’ redes sociales que veo con beneplácito. ‘Conservadores’ responderá el señor López en su mañanera insufrible. Que se vaya la corrupta texcocana ¿a dónde? a donde se le ocurra a López, o bien a Andy que tras bambalinas le habrá de sugerir alguna embajada, pero muy lejos de la educación… donde su gestión no haga más daño. Mire el lector que dejar tan preciada tarea, educar en manos de esa mujer corrupta. Una ignomania más. Una hipótesis: el odio que lo envenena, amargo fruto de su desarreglo mental que apesta cada mañana desde el pódium donde se regodea en sus escupitajos a todos los que no piensan como él. Dueño de la verdad, o mejor de la mentira. Aunque, dicho sea de paso, el señor López nada piensa.