El pasado lunes fue un calvario para la señora Claudia Sheinbaum. En voz baja, como suelen hacer sus cosas los hombres de la iglesia, la pusieron en un rincón , le cobraron la visita al papa Francisco de quien dijo haber recibido sabios consejos, por lo vistrom ignorados; le pasaron factura por su ofrenda de argentina rosa a la virgen de Guadalupe y la empujaron a firmar compromisos (no sugerencias), derivados de una forma crítica de ver la realidad cuya triste condición ni su partido, ni su mentor, han podido resolver.
No le quedó más recurso; firmó con reservas. Es decir, se comprometió con un pronunciamiento para (no) cumplirlo (ni) en sus propios términos y condiciones. Eso equivale a fugarse por la tangente quizá por conocer la advertencia del comisario Salvo Montalbano, personaje literario de Andrea Camilleri:
“…porque a un cura le decías que estabas a su disposición y te comía vivo. Si les dabas un dedo esa gente te arrancaba la mano, el brazo y lo que se pusiera por delante…”
Pero, sea como sea, la candidata del populismo agnóstico (quizá el de su jefe político sea un populismo evangélico) no tuvo otro camino. La iglesia ha comenzado a probar su fuerza: las candidatas y el candidato acudieron a sus terrenos y firmaron un documento por la paz en los términos elaborados por el Episcopado., cuyos términos son simples y se originaron en una amplia consulta llamada “Diálogo Nacional por la Paz:
1.- Desarrollar políticas de cuidados para construir y fortalecer tejidos sociales.
2.- Fortalecer Policías Municipales y retiro de militares en tareas de seguridad pública.
3.- Renovar el sistema de procuración e impartición de justicia del País.
4.- Emprender una reforma a fondo del sistema penitenciario.
5.- Estrategia para fortalecer seguridad y bienestar de adolescentes.
6.- Fortalecer a gobiernos municipales contra las economías criminales.
7.- Atender crisis por desaparecidos, así como violencia contra mujeres y migrantes.
Obviamente para llegar a esas conclusiones no era necesario ningún Diálogo Nacional por la Paz. Son los mismos lugares comunes de los últimos 20 o 25 años. La importancia aquí radica en la fuerza moral aplicada para someter las agendas de los candidatos y reconocer tácitamente la incompetencia de quien en seis años no ha logrado cumplir ni uno de ellos.
“Convocamos a quienes ocuparán cargos de elección popular, desde la Presidencia hasta el Cabildo –dicen los obispos–, a asumir la responsabilidad que les corresponde, a trabajar de la mano con amplios sectores de la población, para hacer los esfuerzos y ajustes necesarios para volver a hacer de México un país habitable…-” Eso quiere decir, esto es ya inhabitable.
Por eso Sheinbaum se escurre de su firma y dice:
“…No comparto la evaluación pesimista del momento actual. (…) Tampoco coincido con la visión de que prevalecen el miedo, la impotencia, la desconfianza y la incertidumbre…”
Es obvio, reconocer el diagnóstico habría sido reconocer el fracaso de Andrés Manuel, los abrazos y toda la mitología cuatroteista. Y sin eso, no tiene nada.
Pero si no comparte esos puntos, el resto no tiene sentido. Si no hubiera miedo, impotencia, desconfianza e incertidumbre, no se habrían hecho los diálogos por la paz ni se habrían sintetizado en un documento a cuya firma la iglesia forzó a los candidatos (as), a comprometerse. No a comprometerse con esto sí y con esto no.
Esta intervención del clero forma parte de un todo. Vimos en Guerrero a los obispos de cuatro diócesis dialogar con los cabecillas de la delincuencia. Entre la devoción y el oportunismo vimos a las candidatas tomarse la fotografía con el Papa y ahora esto..
La iglesia –en su papel de mater et magistra– ha entrado de lleno en la contienda y como sinodal, ha obligado a los (as) aspirantes a presentarse ante ella.
Podeis ir en paz… Viene la Semana Santa.