El gran artista plástico, Alfredo Zalce, nacido en Pátzcuaro Michoacán, me distinguió con su amistad en sus últimos años de vida larga y fecunda: muralista, pintor de caballete, grabador… Sabiéndolo – de mis lazos amistosos –una amiga devota de José María Morelos, me pidió que pintara para ella un cuadro del cura. Y lo hizo. En el cuadro aparece el héroe de la insurgencia en primer plano. Y detrás de él machetes, tridentes y toda clase de instrumentos de labranza. Pero el cuadro era de proporciones tales que no cabría en una casa por grandes que fueran sus muros. Por ende, el vigoroso retrato fue a dar a un espacio público. Cuando le pregunté al maestro cómo lo titularía, me contestó: “Morelos, fundador del ejército mexicano”. Y es que eso es la milicia: el pueblo armado. Al servicio del pueblo. En la guerra y en la paz. Valga la paradoja… Un vigilante de la seguridad nacional; a despecho de que hoy tropecemos con realidades, nunca imaginadas por el autor de “Los sentimientos de la Nación”, documento imperecedero, nacido del alma de un visionario con un elevado sentido de la libertad, la igualdad y la justicia. En los sentimientos de aquél cura pueblerino, pero universal al propio tiempo están las raíces de esta nación, hoy devastada por la errática voluntad de quien manda en Palacio Nacional.
En estas horas lúgubres, aquella milicia de origen popular ha dejado de servir al pueblo. Ahora sólo atiende a su ‘Jefe Supremo’, a sus caprichos. Sus funciones, pervertidas por eso mismo, son las de construir aeropuertos, vigilar aduanas… mientras la población padece como nunca la inseguridad dada una violencia incontrolada, aunque él se engaña cada mañana aseverando que el pueblo es feliz. Humillantes palabras. Humillante las labores del ejército. Convertido en una agrupación de ingenieros, albañiles mimados por quien cree que las bayonetas son la fortaleza de su gobierno. ¿Qué hará la milicia cuando él, el único poseedor de la verdad, se vaya? ¿volverá a sus cuárteles? Enderezará sus funciones para ocuparse a plenitud de garantizar la paz? ¿podemos despertar un día de esta pesadilla? Me consuela pensar en lo que ha dicho esta columna.
Nada ni nadie es para siempre. Ni la pandemia ni la estupidez.