“…if the British Empire and its Commonwealth last for a thousand years, men will still say, “This was their finest hour.”
Churchill
Atrincherado en la inmunidad de no haber sido manchado jamás por la calumnia –así lo ha dicho–, el Señor Presidente de la República nos convoca a mirarnos en el espejo irrepetible del combate contemporáneo a la corrupción, cuyo resultado es ahora mismo, ya en este instante, la hora estelar de la patria.
“…México tiene un momento estelar en la historia y debemos de ver lo positivo, tenemos la gran oportunidad los mexicanos de desterrar la corrupción, si no de manera definitiva para ser objetivos si de alejarla por mucho tiempo de la vida pública, de acabar con la peste de la corrupción… no se había presentado una oportunidad como ésta y no debemos de dejar pasar esta oportunidad y debemos a ir al fondo”.
Nadie podría, creo yo, enumerar cuántas veces ha pronunciado la presidencial boca la palabra corrupción. No sólo durante la actual primera magistratura sino a lo largo de los muchos años de hacer política. Posiblemente cincuenta. Esa ha sido su obsesión, su discurso, su recurso y su tema central.
Por encima de la pobreza, la injusticia, y cualquiera otro de los problemas nacionales porque todos ellos provienen de esa maligna presencia: sin corrupción nada de eso existiría.
Por eso la ha comparado con la peste. La verdadera pudrición, la fractura del alma. Por eso también nos recomienda la bondad como camino: sólo siendo bueno se puede ser feliz, ha reflexionado.
Ese diagnóstico no discutible. Es un tema ya instalado en el ideario de nuestros días y nadie en el mundo se atrevería a discutir a favor de la perniciosa consecuencia de corromper el aparato público, cuyas malignas potencias degradan hasta el espíritu humano afectado por la “pinche transa”.
Es más, ningún político del mundo, ni en Nigeria, Washington o Moscú, se atrevería a omitir la condena a la corrupción como parte de su programa y sus compromisos. Acabar con ella es un empeño tan global como la búsqueda de una vacuna contra el Coronavirus. Todos lo persiguen. O dicen perseguirlo
Sin embargo en este combate a la corrupción hay mucho de historia. Y en ciertos casos, hasta de arqueología. La corrupción es, siempre, herencia repudiada y pasado por olvidar. En los momentos actuales tres son los casos significativos y notables sobre los cuales el Presidente ha cimentado las plataformas de su artillería redentora y electoral: la prisión de García Luna (asunto de los Estados Unidos); el juicio contra Lozoya (favorecido y libre en los hechos) y la consulta de procedencia para enjuiciar a los ex presidentes, sin conocerse ahora todavía por cuáles delitos.
La pregunta –hasta donde ahora se tienen elementos— sería preguntarle al pueblo si los quiere juzgar, no por cuáles graves faltas los podría juzgar.
La pelota de la hora estelar de la patria le ha ido a caer a la Suprema Corte de Justicia gracias a una estrategia presidencial obvia: se trata de “actuar por omisión”. Yo no quiero hacer las cosas pero les pregunto si las quieren hacer ustedes. Los estimulo y apremio, pero yo no cargaré con la decisión final.
El señalamiento de no dejar pasar este tiempo, esta hora, es en sí mismo una inducción al resultado de la consulta, la cual –como todas las demás–, no hará sin respaldar una decisión tomada de antemano. No es una interrogación, es una confirmación.
Y en este caso tampoco se sabe cómo resolver el entramado jurídico post consulta. Si la figura ex presidencial no es parte de ninguna ley; sólo queda hablar de Salinas, Calderón, Peña, quizá Fox y Zedillo, en cuanto presidentes cuya inmunidad estaba contemplada por la misma constitución en la cual se apoyaban para ejercer el Poder Ejecutivo.
El juramento de si así no lo hiciere, “que la Nación me lo demande”, es retórico; no jurídico. ¿Cómo? ¿Cuándo?
El juramento de respetar las leyes y actual leal y patrióticamente, sólo podría llevar a juicio a los traidores a la patria. Y si la corrupción es una traición a la patria y a la humanidad, pues entonces algo se podría alegar. Pero sin la conveniente retroactividad legal.
Si hoy esa garantía presidencial de impunidad ha desaparecido –de aquí en adelante; no en reversa–, no se podría juzgar a los ciudadanos actuales fuera del marco jurídico vigente cuando estaban en el cargo.