¿Cuál es el mayor grado de poder al cual un hombre puede aspirar?, se preguntaba mientras pasaba los ojos por los retratos de grandes nombres de la historia, como aquel macedonio llamado Alejandro o el prodigioso Aníbal, el griego; el no menos temible Gengis Kahn o Pericles cuyo nombre apenas cupo en un siglo; el increíble y sagaz Hernando Cortés cuya astucia se sirvió de las rivalidades primitivas y bañó en sangre los de suyo ensangrentados templos y pirámides y zompantles y patios de guerreros y con esos ingredientes de política y guerra fundó una nación mestiza y también incomprensible; o en tiempos más cercanos el gran Napoleón, José de San Martín, Bolívar, Morelos, y todos aquellos capaces de lograr el anhelo máximo del poder, de la política: conquistar, dominar de extremo a extremo, jalarle las riendas al potro de la historia y hacerlo caracolear en los propios terrenos, servirse de la masa por lo general estúpida, mal nutrida, atemorizada y pobre, y apropiarse de su voluntad y su dinero, convertirse en recaudador de impuestos y al mismo tiempo dispensador de favores, propietario de almas y futuros; pedagogo de la doctrina propia, dueño de todas las instituciones, amo del tribunal, señor de la legislatura, gran fabricante de leyes, decretos, bandos imperiales se tenga o no se tenga imperio fronteras afuera, donde nadie hace caso, pero no importa, el dominio de toda una nación de arriba a abajo lo hace a uno emperador de ese pequeño espacio del mundo en el cual nada sucede fuera de la voluntad[RC1] , lo mismo para elegir o para desconocer, para controlar a los medios a los cuales se les dice cómo pensar, cuáles patrañas divulgar, cuáles verdades callar, so pena de burla o anemia publicitaria; y disponer de las vacunas como estímulo electoral y soltar los ejércitos de servidores de la patria –“ton ton macoutes” sin anteojos negros–, por todo el territorio, nada más para ganar uno a uno los votos cuando haga falta, como falta hace controlar a los científicos como si también fueran analfabetas, amenazarlos, retirarles becas y apoyos hasta en tanto no declamen su fidelidad al proyecto de la nueva conquista nacional, la gran “revolución de las conciencias” con un tono orwelliano al cual casi nadie se resiste porque los espacios se cierran y las oportunidades se acaban y si no estás conmigo estás en mi contra y las consecuencias llegarán envueltas en una sonrisa socarrona y matutina porque no es necesario, nunca alzar la voz, ¿para qué?, no tiene caso, es mejor hundir la daga con la sonrisa y la excepción, porque eso a mí no me toca, eso es cosa de la fiscalía, eso es cosa de la Corte, eso es cosa del Senado, pero todos ellos son en el fondo cosa mía, y sanseacabó, decía la tía Chuy, y así pues vamos como los goliardos, devorando todo al paso de las viandas y charolas donde se llevan las Cabezas cortadas de las instituciones y hasta los edificios en proceso de constricción , nada, nada, nada debe quedar en pie, porque todo requiere mi aprobación, mi firma, mi sello; por eso no es necesario ponerle mi nombre a nada, ya soy yo el pueblo mismo y él lleva mi alma, lo cual supera todo pues para eso soy dueño de las amenazas, y hasta de los niños de escuela y las escuelas, porque el gran conquistador no necesita consenso, gracias a la estulticia acumulada de tantos hombres y mujeres frustrados por gobiernos anteriores, la cual forma a un tiempo la verdad y la vida y mediante el sopor de la prédica constante se decide el futuro y se condena el pasado, por condenable sino por una estrategia siempre, el pasado se dilate y no se defiende, mientras el futuro se insinúa y cuando mucho se promete, pero como es futuro nunca llega, mucho menos en la brevedad de un sexenio, por eso hace falta más, mucho más tiempo; extender la idea, prolongar el credo, afianzar el dogma con las alcayatas del porvenir, el, futuro se insinúa y en esas condiciones no hay sino un presente simple, obediente y callado en el cual hasta los perros ladran a la hora decidida, el tiempo nuevo cuya luz y sombra se deciden en el conciliábulo del partido, de la asamblea, porque el gran conquistador destruye instituciones desfavorables a la acumulación siempre progresiva de su poderío infinito, y las sustituye con las suyas y las unge e inaugura como si fueran el último redoble del tambor, porque no hay límite, ni siquiera el tiempo porque el conquistador quiere además lograr el dominio del futuro y para eso establece en una dinastía política cuya línea de pensamiento y estrategia de compra de voluntades a través de dádivas, se prolongará cuando deje el cargo o el mundo terrenal, si de esa manera lo dispone el creador, pero aún así el legado, la herencia, el ejemplo, la huella y la impronta, no conocerán el ocaso de los años porque el conquistador de las conciencias, el sembrador de las ilusiones renovadas, el gran redentor no tiene ni tiempo ni espacio, es atemporal como el viento y el clima y la luz del sol, por eso pronto los miles y miles de mexicanos le refrendarán algo jamás retirado, su apoyo sin reserva, para continuar su mandato, seguir, seguir, porque nunca estará sello, jamás de los jamases, pues no olvidará la patria su devoción y sus servicios, porque la conquista no se olvida, es como el, dos de octubre.