La decisión del propietario del Washington Post de no llamar a los electores a votar por Kamala Harris en la elección presidencial mediante un endoso editorial, provocó una turbulencia dentro y fuera del periódico al haberse dado en vísperas de la elección que ha polarizado al país, sintetizada como la batalla final entre la democracia y la autocracia. Días antes del Post, Los Ángeles Times hizo lo mismo, pero su decisión no causó el impacto del periódico emblema de la lucha contra el poder, aunque ambos pertenecen al selecto grupo de los cinco principales diarios en Estados Unidos.
La reacción negativa contra la decisión fue brutal. La tercera parte del Comité Editorial renunció en protesta, y 17 articulistas, incluidos varios Premios Pulitzer, publicaron una declaración conjunta donde afirmaron que el no hacer un endoso en la campaña presidencial era “un error terrible que representa el abandono de las convicciones editoriales fundamentales del periódico que amamos y en donde hemos trabajado de manera combinada 218 años”. En horas, se cancelaron más de 200 mil suscripciones digitales, equivalente al 8% de su circulación pagada.
El propietario del diario, el multimillonario Jeff Bezos, dueño de Amazon, tuvo que justificar su decisión. En una nota titulada “La dura verdad: los estadounidenses no le creen a sus medios”, retomó una reciente encuesta de Gallup para decirle a sus periodistas que la credibilidad de los medios había caído al punto más bajo desde que se empezó a medir en 1972 “porque algo de lo que estamos haciendo, claramente, no está funcionando”, y puso en duda, por tanto, que endosar a un candidato pudiera mover las preferencias electorales.
Por más duro y cruel que parezcan sus afirmaciones para quienes hemos dedicado toda una vida al periodismo, en muchos puntos tiene razón. Lo que omite es que esa pérdida de credibilidad tuvo su punto de inflexión en 2016, en la campaña presidencial entre Donald Trump y Hillary Clinton, donde el republicano, como han hecho todos los populistas en el mundo, atacó ferozmente a los medios para provocarles un daño reputacional que le facilitara la demolición de la democracia desde adentro, para construir un régimen autócrata.
Trump viralizó contenidos de medios alternos de extrema derecha que difundían mentiras, difamaciones e impulsaban teorías de la conspiración, para manipular al electorado. En esa campaña, esos sitios inventaron noticias contra Clinton, que pudieron haber incidido en la derrota de la demócrata. Varios estudios han mostrado que la gente es más proclive a creer en mentiras y versiones fantásticas, que en la verdad o la realidad, creyendo ciegamente lo que leen en las redes sociales.
Un estudio de la Universidad de Luisiana publicado en 2020 sobre la elección de 2016, mostró que el 80% de quienes la respondieron no eran capaces de reconocer entre propaganda y publicidad y una información noticiosa. De esta forma, el argumento cuantitativo de la pérdida de credibilidad en los medios en Estados Unidos y el mundo, tendría que ser analizado bajo otro supuesto: qué tan importante son para una sociedad medios de comunicación con procesos para evitar los errores y castigar falsedades, que la realidad alterna que promueven los populistas para manipular a sus electorados.
La justificación de Bezos no está dentro de ese marco de referencia, que buscó defenderse ante la reacción negativa de esa decisión al haber sido tomada a 11 días de la elección, y después de que no tuvo reparo en que el Post endosara candidatos al Senado y al Congreso. Las reacciones, sin embargo, tienen un tufo de hipocresía en la prensa de ese país, que presume de imparcial y objetivia, estableciendo barreras -incluso geográficamente dentro de sus redacciones centrales- donde separa las áreas de opinión y comercial, para explicitar que la información no se contamina con los editoriales, y las ventas no modifican los contenidos editoriales.
Es discutible.
La visión épica de la libertad de prensa en Estados Unidos con casos como The New York Times vs Sullivan, piedra angular de la Primera Enmienda, o los Papeles del Pentágono y el Watergate, banderas de la dialéctica de la prensa con el poder, tiene claroscuros. La pureza no existe en los medios, y como en la vida, aproximarse a la verdad es una búsqueda incansable que tampoco, ni ahí ni en el mundo, transcurre sin tropiezos.
Hay muchos botones de muestra.
El legendario director del Post, Benjamín Bradlee, calló los amoríos de su amigo John F. Kennedy pese a que violaban la seguridad nacional. El Times, ha sido cuidadoso durante años para no investigar regularmente la corrupción inmobiliaria en Nueva York, porque la familia Sulzberger, que tiene el control editorial del diario, está metida en ese sector. El Boston Globe no quería publicar los escándalos de pedofilia en la Iglesia Católica por los vínculos que tenían sus propietarios con los jerarcas religiosos.
La discusión sobre endosar candidatos presidenciales, es otra de sus contradicciones. El Post inició esa política al apoyar a Jimmy Carter contra Gerald Ford en 1976, porque el republicano había sustituido y perdonado a Richard Nixon por sus ilegalidades en el Caso Watergate, lo que en sí muestra una posición políticamente ética, ante los ataques que sufrió de él, pero periodísticamente cuestionable. Endosar candidatos, presidenciales o cualquiera que busque un cargo de elección popular muestra, por más que se quiera argumentar lo contrario, una tendencia editorial.
El Times no se queda atrás. En las grandes marchas por la despenalización del aborto, el periódico reprimió a Linda Greenhouse, su extraordinaria reportera en la Suprema Corte, porque al haber marchado como ciudadana en una de esas manifestaciones, ponía en entredicho su imparcialidad al momento de reportar las discusiones judiciales sobre el aborto. ¿Por qué aquello estaba mal y endosar a un candidato, o volcarse contra Trump sábado y domingo de manera rabiosa está bien?
No hay blancos y negros en este negocio. Hay realidades y posibilidades, que se tienen que ir acercando. Pero lo más importante, es luchar contra las realidades alternas y las mentiras, que son las que dañan a la democracia y la armonía social.