Hablar del futuro del agua en Querétaro es hablar de decisiones que marcarán la vida de nuestras próximas generaciones. En un estado que crece aceleradamente, que enfrenta una presión hídrica cada vez mayor y donde la ciudadanía exige soluciones responsables, ninguna estrategia puede construirse desde una sola voz. Por ello, en el proceso de diseño del Programa Hídrico Estatal, las universidades han demostrado ser un pilar indispensable para avanzar hacia una verdadera gobernanza del agua.
Las instituciones académicas no solo forman profesionales; generan pensamiento crítico, producen evidencia y permiten cuestionar los modelos tradicionales de gestión. Su participación en la agenda hídrica tiene un valor doble: por un lado, ofrece rigor técnico y metodológico para orientar políticas públicas; por otro, abre las puertas a una nueva generación de jóvenes que serán los próximos guardianes del recurso agua.
Como Presidenta del Consejo Consultivo del Agua del Estado de Querétaro, he constatado que cuando la academia se sienta en la mesa, el debate se enriquece, se complejiza y se vuelve más honesto. Las universidades no buscan protagonismo político ni intereses particulares: buscan claridad, datos y soluciones que funcionen. Y justamente eso es lo que el Estado necesita para tomar decisiones responsables y duraderas.
En los distintos encuentros que hemos sostenido con universidades públicas y privadas, hemos encontrado coincidencias fundamentales: la urgencia de fortalecer la investigación aplicada, la necesidad de replantear el modelo de consumo y aprovechamiento, y la importancia de formar profesionales capaces de integrar criterios ambientales, sociales y económicos en cada decisión. Estos diálogos no han sido simples consultas; han sido ejercicios de construcción colectiva que alimentan directamente el Programa Hídrico Estatal.
Además, las universidades tienen un papel crucial en el desarrollo de indicadores, modelos hidrológicos, sistemas de monitoreo y escenarios prospectivos. Su capacidad para traducir información científica en herramientas útiles para la política pública es, quizá, una de las mayores fortalezas para transitar hacia una gestión hídrica moderna y corresponsable.
Pero hay algo aún más profundo: su capacidad para formar ciudadanía. Cada estudiante que comprende la complejidad del ciclo del agua, la fragilidad de los acuíferos y la necesidad de construir un nuevo pacto social alrededor del recurso, se convierte en un agente transformador. Involucrarlos no es solo una decisión técnica, es una decisión ética.
El Programa Hídrico Estatal no pretende ser un documento estático, sino una hoja de ruta viva que evolucione con la ciencia y el conocimiento. Por eso, la academia no es un invitado ocasional; es un aliado permanente. Y mientras Querétaro se prepara para enfrentar los desafíos del agua con visión, responsabilidad y esperanza, las universidades seguirán siendo el faro que nos ayuda a mirar más lejos.





