La fragmentación sistémica que el mundo atraviesa actualmente obliga a las organizaciones a replantear ideas preconcebidas que eran vigentes hasta no hace mucho tiempo; sobre todo, aquellas relacionadas con el papel que deben desempeñar en rubros como el cambio climático, biodiversidad, las economías locales, la digitalización, la geopolítica entre otros.
La época contemporánea se caracteriza por dos rasgos que la determinan: la fragmentación de la gestión del sistema internacional y la bifurcación de alternativas representada por los actores centrales del sistema.
De manera que, lo que empezó siendo un cambio de época (1980-1990), que condujo a una evolución positiva en muchos aspectos, ha concluido en una crisis sistémica internacional caracterizada por la combinación de cinco crisis: sanitaria, social, ambiental, política y de gestión de las interacciones sociales en el marco de la globalización.
Contra lo que se imaginaba a finales del siglo xx, la globalización ha generado su contrapunto: la fragmentación emergió como una contra tendencia igual o incluso más poderosa
Por otro lado, vemos cómo el crecimiento de las economías más relevantes se estanca, mientras se presentan incrementos en insumos básicos y energéticos. Por primera vez desde la década de 1970, el mundo atestigua un precario desequilibrio en el cual el crecimiento y la inflación se mueven en direcciones opuestas. Estas condiciones se dan en un ambiente geopolítico de fragmentación, vulneraciones en el sistema financiero (que incluye el aumento del precio de los activos y niveles de endeudamiento creciente), y una crisis climática que parece salirse de control, lo cual podría hacer más grave cualquier desaceleración económica, particularmente en países emergentes.
Como ha sido señalado por muchas voces autorizadas, el mundo se encuentra en un punto de inflexión crítico, en el cual, dos de los temas más apremiantes y retadores, son el cambio climático y la transición energética. El primero ha ocasionado un progresivo desequilibrio de los fenómenos naturales: las sequías son cada vez más prolongadas, las tormentas tropicales o glaciales son más severas que en años anteriores, y esto repercute directamente en la estabilidad de los mercados, pero, sobre todo, de las sociedades.
La transición energética, aunque está en marcha, el proceso requiere una adecuada planeación que permita equilibrar las necesidades ambientales y el crecimiento económico, así como la medición del impacto que tienen las operaciones y la optimización que se les pueda dar a los recursos. Se ha dicho que para lograr emisiones netas cero (net zero) o metas climáticas similares, la principal barrera para las organizaciones es la inversión y contar con las soluciones tecnológicas adecuadas para ello.
En tanto la economía ecológica, considera al concepto de sistema en un lugar central (Kapp 1994, Naredo 1987, Funtowicz y Ravetz 1994, Constanza 1993). Y esto es así, porque el concepto de sistema ha permitido poner en evidencia que las relaciones entre economía y naturaleza no se pueden resolver en el marco cerrado de los objetos económicos. El concepto de sistema ha facilitado la representación relacional de fondo del mundo económico que sirve de argumento para rebatir la aproximación cerrada a los valores económicos de la economía estándar. Los objetos económicos están relacionados en su existir, mediante flujos de materia, energía e información, con toda una serie de otros objetos, que por designación, se denominan naturales, y/o con funciones naturales que tienen lugar dentro de objetos más globales, como son, por ejemplo, la biósfera, o la cuenca hidrográfica. El concepto sistema ha facilitado la representación de esa realidad relacional sobre la base de la cual se deberían resolver las cuestiones económicas actuales. De esta forma el concepto de sistema constituye un concepto central, lo cual se encuentra en contraposición de la fragmentación sistémica. El uso lógico del concepto de sistema ha dejado anclada a la pregunta económica de la economía estándar, a la pregunta económica que se deriva de un supuesto mundo constituido por objetos separados, fragmentados y eternos. Así la idea clásica de la separabilidad del mundo en partes diferentes pero interactuantes no es válida o relevante. Antes bien, debemos considerar el universo como una totalidad no dividida ni fragmentada. A pesar de todo ello, el mundo actual camina sobre una visión de fragmentación en diversos campos, como la educación, biodiversidad, desarrollo urbano, finanzas y geopolítica. Así, el paradigma cartesiano se apoderó de la mente colectiva de Occidente en unos pocos siglos, convenciéndola de la existencia de un mundo fragmentado.
El proceso de fragmentación es más acuciante en las zonas urbanas pues desde al menos las últimas tres décadas, la fragmentación se ha vuelto una palabra recurrente en discursos urbanos. Más allá de las diferentes acepciones que el término pueda tener y los usos que de él puedan hacerse, es evidente que existen manifestaciones físico-espaciales que han motivado la persistencia del debate acerca del carácter fragmentado de las metrópolis contemporáneas.
Hay un estudio de caso ( es el primero y único estudio sobre el tema) reciente sobre fragmentación urbana y ambiental del municipio de Querétaro (publicado en Cuadernos de Investigación No. 1 del Instituto de Ecología y Cambio Climático, 2022, del Mtro. Javier García), en el que el autor afirma que la fragmentación es “un proceso territorial mayor que se construye través de tres subprocesos: fragmentación social; fragmentación física y; fragmentación simbólica. Y agrega que “Por otra parte, -esta- la fragmentación de los ecosistemas naturales, entendido éste como la pérdida espacial y división en la cantidad de hábitat, con la consiguiente reducción del tamaño de superficies continuas de un ecosistema… creando fragmentos más pequeños y aislados y separados por una matriz de cobertura terrestre transformada por el hombre.”
Derivado de este estudio, se concluye que la mayor cantidad de fragmentos se encuentra en el uso de suelo de Agricultura de Temporal con 352 fragmentos, seguido de Urbano y Matorral crasicaule con 115 ( el tamaño del fragmento urbano es de 125.8 ha) y el uso de suelo con menor número de fragmentos es el bosque tropical caducifolio con 5 (sin embargo, es el tipo de cobertura con mayor aislamiento, pero también se observa que es el de mayor tamaño por fragmento con 551.4 ha) y los cuerpos de agua con 4 (con un tamaño por fragmento de 6.49 ha).
Bajo todas estas consideraciones, la fragmentación sistémica es:
- una tendencia mundial
- un proceso en distintas dimensiones (política, económica, social y ambiental)
- una concepción teórica
- una visión de la realidad
- un problema ambiental, económico-social y político
- un reto actual a superar.