Desde hace dos años, al menos, se sabía que Claudia Sheinbaum era señalada por el presidente para sucederlo. No obstante su torpe, por no decir criminal por haber autorizado un piso más en la escuela Rebsamen, en su calidad de delegada de Tlalpan. Tal medida costó la vida de niños que ahí estudiaban. Después, moviendo sus hilos, se hizo Jefa de Gobierno de la ciudad de México donde fue, a todas luces, corresponsable de la tragedia de la Línea 12 del Metro, y también responsable de otros problemas en diferentes líneas. En síntesis, su gestión dejó mucho que desear. El presidente pasó por alto todo esto. A renglón seguido, renunció al cargo, a indicativa de Marcelo Ebrard, quien renunció como Canciller, al igual que Adán Augusto, Secretario de Gobernación. E instruyó que recorriera todo el país para que fuese conocida. Los recursos no tuvieron límites. Sin escrúpulo alguno, Claudia se valió de las brigadas de la secretaria del Bienestar para su promoción. Por ello, las encuestas, obviamente sesgadas, la declararon virtual ganadora. No hubo “piso parejo”. De eso se quejó el excanciller, quien pataleó hasta el cansancio. “Es Claudia” y se acabó. ¿Reponer el proceso? Imposible. Para concluir la discordia, el presidente le entregó el ‘bastón de mando’. Adán Augusto guardó silencio. El destino de Ebrard quedó en la incertidumbre.
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Mimetizada, como un clon del presidente, no sabe lo que le espera. Es como la ‘rifa del tigre’. Con una deuda escalofriante de un billónsetecientos veinte pesos, sin el carisma de su Jefe, sin la aptitud para comunicarse cotidianamente con ‘el pueblo bueno y sabio”. Finalmente la compadezco. Ganará la contienda. Porque AMLO no sabe perder. Será una elección de Estado. Tiene todo para manipular: Los gobiernos morenistas, el Congreso. Pero eso sí, una Suprema Corte que es como una ‘piedrita en el zapato’. No todo le sale bien al autócrata.