Los pueblos son dados a la mitología, la fantasía científica y la repetición de sus leyendas. Y en nuestro amado país la política –sobre todo la relacionada con la agricultura, el campo y la tierra labrantía–es el mejor espacio fantástico. Y cuanto más reiterativo sea el espejismo, mejor nos acomoda y más nos gusta.
Y una de esas leyendas habla de la soberanía alimentaria, la cual es tan esquiva como su hermana gemela, la soberanía energética. Ambas han sido alimentadas por la Cuarta Transformación con el vigor de una nodriza de opulentas mamas.
No tiene caso ahora hablar de la madre de todas las leyendas cuyo enunciado asombra: sin maíz no hay país, cuando casi la mitad del consumo proviene de importaciones. Tanto como la gasolina. Ese es otro dato.
Pero leamos, con un poco de estoicismo, los hitos de la persecución de nuestra soberanía alimentaria. Son altamemente poéticos.
Por ejemplo en el Plan Sexenal del presidente Cárdenas se inició la Reforma Agraria. Fue un fracaso económico, pero es pecado decirlo.
“El sexenio de Lázaro Cárdenas del Río (1934-1940) –dice la versión oficial–, marcó un hito crucial en la historia de México, especialmente en lo que respecta a la reforma agraria.
“Este período fue testigo de un profundo cambio en la estructura agraria del país, cuyo impacto sigue siendo objeto de estudio y reflexión. La reforma agraria emprendida por Cárdenas no solo redistribuyó la tierra, sino que también buscó empoderar a los campesinos, fortaleciendo el sector agrícola y promoviendo la justicia social en un contexto de gran desigualdad”.
Años más tarde, la fea realidad recompuso las cosas. La tierra no crecía (el territorio no aumentó ni siquiera con la devolución de “El Chamizal”), y los campesinos se multiplicaban como conejos. El reparto agrario era imposible en términos de crecimiento demográfico. La broma de aquellos años decía: ya repartimos hasta el segundo piso (otro) del país.
Hace pocos años el gobierno anterior promulgó una Ley General de la Alimentación Adecuada y Sostenible cuyo sólo artículo primero –si se hubiera cumplido –, nos habría dado la anhelada soberanía:
“Artículo 1. La presente Ley es reglamentaria del derecho a la alimentación adecuada… Tiene por objeto:
¡I. Establecer los principios y bases para la promoción, protección, respeto, y garantía en el ejercicio efectivo del derecho a la alimentación adecuada y los derechos humanos con los que tiene interdependencia;
“II. Priorizar el derecho a la salud, el derecho al medio ambiente, el derecho al agua y el interés superior de la niñez, en las políticas relacionadas con la alimentación adecuada por parte del Estado mexicano…
“…IV. Fomentar la producción, abasto, distribución justa y equitativa y consumo de alimentos nutritivos, suficientes, de calidad, inocuos y culturalmente adecuados…
“V. Fortalecer la autosuficiencia, la soberanía y la seguridad alimentaria del país;
“VI. Establecer las bases para la participación social en las acciones encaminadas a lograr el ejercicio pleno del derecho a la alimentación adecuada, y
“VII. Promover la generación de entornos alimentarios sostenibles que propicien el consumo informado de alimentos saludables y nutritivos”.
Pero eso no se cumplió.
De haberse logrado no habría sido necesario el enésimo, planteamiento, ahora del secretario Julio Berdegué, Secretario de Agricultura y Desarrollo Rural sobre la tan traída y llevada soberanía
“…Quiere decir (el plan presentado en el Palacio Nacional), que el país tenga todas las condiciones necesarias para garantizar el derecho a la alimentación, no sólo hoy, sino en el futuro.
“…Eso quiere decir, por supuesto, producir más alimentos saludables, pero quiere decir también el bienestar de las personas que producen esos alimentos, tanto agricultores, pescadores, las personas jornaleras; quiere decir cuidar nuestros suelos, quiere decir cuidar el agua, quiere decir usar menos plaguicidas, quiere decir reforzar nuestra ciencia y tecnología mexicana para la producción agroalimentaria.
“Todo eso es soberanía alimentaria”.
Alabado sea…