Aquí y allá, en las plazuelas, en los videos promocionales, en Palacio Nacional… el señor de Macuspana no deja de gritar: “por el bien de todos, primero los pobres”. ¿Por el bien de todos? ¿Quiénes son esos todos? ¿Empresarios, académicos, medios de comunicación críticos…? No, esos no. Ellos no forman parte del Todo. Para ellos no hay bien. Solo denuesto, injurias, desdenes… Son los excluidos de la tierra prometida. “Primero los pobres”. Sí, de acuerdo. ¿Y después de ellos qué o quiénes? Por lo visto nada ni nadie. Lo paradójico es que esos pobres han sido, a lo largo de dos años de su gobierno, los que más han sufrido por sus decisiones: desaparición de estancias infantiles, de refugios para mujeres maltratadas en el seno del hogar, del seguro popular; y padecido también falta de medicamentos. Ni los niños enfermos de cáncer merecen su compasión.
Y en la pandemia, las víctimas primeras son los pobres, gente obligada a trabajar para contribuir al sustento familiar: carpinteros, albañiles, plomeros; “primero los pobres”, víctimas seguras de la enfermedad, primeros a la tumba, a las cenizas.
Las inundaciones recientes en Tabasco, prueban la crueldad de su determinación: so pretexto de salvar a Villahermosa, el de Macuspana ordenó desviar las aguas hacia las comunidades indígenas, sin remordimiento alguno. Pues si la refinería ‘Dos Bocas’ está a salvo, lo demás no importa. A salvo por ahora, momentáneamente. Ya que tarde o temprano el capricho del presbítero será su ruina, no solo desde la perspectiva ambiental, sino histórica.
La divisa ha sido, pues, solo eso, un enunciado retórico barato para emocionar a millones de mexicanos que le rinden culto a la ignorancia, pues ésta, lo ha dicho Asimov, vale hoy lo mismo que el conocimiento. Cuando veamos lo mexicanos ‘Dos Bocas’ convertido en un lago para deportes acuáticos, podremos comprobar el gran éxito, por cierto involuntario, de alguien cuya conciencia no pasó de ser la de un molusco en plenitud de su belleza.