Eduardo Rabell Urbiola
Del Cronista Municipal de Querétaro al director general de Plaza de Armas
Mi querido y fino amigo. Luego de escuchar tu inquietud vía telefónica y obsequiando tu petición, puedo platicarte algo sobre un lugar tan singular, como memorable para los queretanos: el boquete en la tapia limítrofe de la huerta del convento de La Cruz.
Es una horadación abierta intencionalmente, pero desde un principio asevero que NO es un cañonazo, sino lo que debe llamarse tronera o boca de fuego de un cañón.
Como afecta cierta redondez en la parte baja, rápidamente se puede creer que una bala enemiga cruzó el muro dejándolo así; nada más falso.
Vamos a la historia.
La tapia estaba completa hasta febrero de 1867. Es sabido que el 14 de marzo de ese año se dio quizás el más terrible encuentro entre imperialistas y republicanos, estos últimos al mando del general Escobedo como jefe del ejército republicano en esta plaza. Dijo en su parte informativo: “Hoy hemos tenido un combate reñidísimo de ocho horas: nos propusimos hacer un reconocimiento con fuerzas, muy formal y cuando acordamos nos comprometimos en este combate que seguramente ha sido el más reñido que he tenido en toda la campaña… Si el enemigo no abandona la plaza en cinco días, es casi seguro que ya no saldrá”.
En efecto, no salieron más por la tozudez de Leonardo Márquez y la credulidad de Maximiliano hacia sus decisiones, que otra causa, porque desde que llegaron, Miramón insistió que esta ciudad era la menos a propósito para defender en una batalla final. Lo dijo con toda claridad: “El Sitio estaba efectivamente realizado a una ciudad indefendible, pues la misma ofrece todo género de posibilidades para lograrlo; es una ratonera, pero siempre creí en la posibilidad de romperlo en el momento que quisiera, y lo hice.”
Ese día las tropas republicanas llegaron a La Cruz, pero fueron rechazadas
Ese 14 de marzo comenzó el acoso a la ciudad; cabe destacarla por ser un ataque en que se cambiaron los papeles: las tropas imperiales, en vez de acudir al encuentro del adversario, debieron esperar su llegada. Esto de por sí podría ser desalentador, sin embargo, el ánimo y decisión que mostró el Gral. Miramón eliminó toda posibilidad.
La acción inició con una serie de cañonazos republicanos provenientes del Cerro de Pathé, ubicado a la entrada de La Cañada, de donde se precipitaron sobre el barrio de la Cruz. Los contrarios respondieron con otros cañonazos mezclados con gritos de “¡Viva el Emperador!”. Las fuerzas republicanas que estaban en la garita de San Pablo avanzaron sobre la loma llamada san Gregorio, cubierta de nopales y arbustos, además de algunas casas. Después de reñido combate lo hicieron suyo. Las tropas de Escobedo avanzaron por la orilla norte del río, de modo que la Otra Banda quedó en su poder, excepto el Mesón del Puente donde se parapeta-ron algunas fuerzas imperiales. Lucharon con denuedo hasta que los menos corrieron a protegerse allende el puente Grande. Mientras tanto, por el oriente avanzó el Ejército del Norte que trajo Escobedo y apoyada por la artillería que éste había colocado en las lomas de Carretas. Los republicanos atacaron por diferentes frentes; su lucha fue denodada al grado de tomar el Cementerio de La Cruz (actual Panteón de los Queretanos Ilustres) y trabar ofensiva hacia la huerta del convento (cancha de futbol del Indreq). En lo más arduo del combate extendido por toda la margen norte del río, Miramón, que estaba conteniendo el empuje de los republicanos, cabalgó hasta La Cruz a conferenciar con Maximiliano, al que le pidió instrucciones y por primera vez (acaso la única) le dio carta abierta para que desarrollara la acción como mejor considerara, por lo que regresó a la línea del Cerro de las Campanas a continuar su labor.
Resulta inevitable apoyarse en lo asentado por Albert Hans, Subteniente de Artillería y testigo presencial. Nos dice que no resultaba arduo apoderarse del convento de La Cruz, porque no había sido fortificado para el caso de una larga defensa; las desigualdades del terreno y las casas del barrio del Pateo permitían acercarse al enemigo.
Como se temía que los republicanos conservasen el cementerio –que habían abandonado imprudentemente– y se establecieran a algunos metros se decidió recobrarle a toda costa; para ello hicieron una abertura en una pared que separa el convento del jardín, a cuyo extremo está el cementerio. Por desgracia la abertura, hecha de prisa, resultó estrecha y no podían pasar los defensores más que de uno en uno. A pesar de ello lo hicieron y fueron a paso veloz.
Caían bajo el fuego que partía del cementerio y de las paredes, tras de las cuales se habían establecido los republicanos y habían abierto troneras. Les ordenaron retirada y al pasar de nuevo por aquella hendidura caían otros más y detrás de ellos avanzaban los republicanos. Ante esta situación, Méndez envió algunas compañías del 3o. de Línea. Luego de algunos minutos los imperialistas saltaron su trinchera y cargaron contra los republicanos establecidos a lo largo de las paredes del jardín. Fueron desalojados y otros ni tiempo tuvieron para huir, entre ellos un norteamericano, oficial de las tropas del Gral. Corona. Lo trajeron prisionero con algunos otros y uno de esos rifles Spencer de a dieciséis tiros, que causaban admiración.
En algunos puntos del convento fue tal la lucha que algunos soldados imperiales, ubicados en las azoteas, arrancaban piedras de los pretiles y las arrojaban sobre los asaltantes.
Al final del día, aparte de contar muchos muertos, los imperialistas habían desalojado del cementerio a los republicanos y permanecían dueños de la plaza.
Débese agregar que toda esta línea defensiva, de La Cruz al Cerro de las Campanas, nunca fue traspasada por la parte contraria, a pesar de todos los ataques recibidos. Solamente la traición lo haría.
Luego de esta acción, Escobedo continuó cerrando el cerco, sin embargo, no contaba ni con la astucia, ni el valor, ni la decisión de Miramón, quien demostró lo que quedó asentado líneas antes. A la par, fueron abiertas varias bocas de fuego para cañón, entre todas, la razón de este escrito.
Continuando con Hans, desde ese lugar contestaron los ataques de artillería republicana provenientes del cerro Pathé hasta muy cerca del Molino de San Antonio, sin llegar a él los ataques.
Sí, la madrugada del 15 de mayo del mismo año, ingresaron por ahí varios soldados del batallón Supremos Poderes, que, amparados por las tinieblas de la madrugada, se apoderaron de ese lugar.
Terminada la acción bélica y restablecida la paz, se procedió a cerrar la tronera, aunque de manera muy provisional, misma que duró varios años.
La fotografía que se muestra en el texto es de los años veinte, aproximadamente y puede mirarse cómo se había ido destapando este espacio tan singular.
No solamente eso; también era muy buen motivo de foto para la memoria, como la que se presenta aposteriormente, en que más de un fotógrafo visitantes de la ciudad, acudió al sitio a fotografiarlo y hubieron de posar para el recuerdo.
Adviértase por su forma de vestir y sobre todo el equipo fotográfico la época.
Se hace razón de que ocurrió a inicios de los treinta, pues ya se advierte trabajo de nivelación para asfaltar la calle, lo que sucedió por esos días, siendo ésta la primer rúa queretana en mostrar el tendido de grava enchapopotada y la razón de ello: la entrada a la ciudad de los viajeros provenientes de México, D.F., hoy CDMX.
El hueco lo rellenaron con piedras, con ladrillo, con adobes y siempre “reaparecía”, ya realizaren esa labor los frailes que habían vuelto a su casa, o los militares que aún permanecían, porque es obligado decir que hubo una época en que convivieron, solamente muros de por medio.
La siguiente foto nos muestra sí el respeto por lo ocurrido, pero ya no lo tétrico que pudiese ser el cementerio adyacente. El crédito de la foto está a la vista.
En los días en que el señor Juan Crisóstomo Gorráez Maldonado fue gobernador de Querétaro, se decidió dignificar el Panteón Municipal N°1 y nos solamente ese lugar, sino un poco más: en los grandes terrenos que ocupara el ejército, artilleros en su mayoría, determinaron construir la Casa de la Juventud y al dignificar el predio, liberar la oquedad y colocar una verja, por lo que quedó así.
Al paso del tiempo fue eliminado el obelisco que bien recuerdo y se le hicieron mosaicos con varias tejas de piedras diferentes: tezontle, obsidiana, mármol negro y otras. Claramente se veían los escudos Nacional y del estado, mismos que fueron desplazados por losas de cantera y así fue como se le podía apreciar.
Si la memoria no me es infiel, por ahí del 2015 hubo un problema con la humedad y afectó seriamente el muro. Las piedras que histórica y largamente habían permanecido tranquilas, ahora se miraban no húmedas, sino que casi mojadas, por lo que fue preciso efectuar trabajos especiales para eliminar esa humedad y darle mayor cohesión a cada una de ellas, de ahí que exista un poyo (murete adosado al anterior que sirve para descansar) y quedó resuelto el asunto, aunque fueron días de tensión nerviosa.
Vaya esta nota para recordar uno de los acontecimientos históricos de trascendencia mundial, acaecidos es esta hermosa ciudad.