La palabra diplomacia proviene del latín ‘diploma-tis’. Originalmente, eran diplomas o placas de metal plegadizo que se usaban como salvoconductos durante el Imperio Romano. Tal es su sentido histórico. Más cerca de nuestros días, en el siglo XV se bosquejo la diplomacia como profesión. En su libro “Diplomacy”, Harold Nicolson le confiere a la diplomacia varios sentidos: política exterior, negociación, rama del servicio exterior de los Estados. Digamos que la diplomacia es un instrumento de realización de principios y directrices de la política exterior. Encarna en personas: es un oficio, un arte que implica tacto, calma, buen carácter. En los diplomáticos los Estados se juegan el prestigio nacional. Estos son los ideales.
En la práctica, suele ocurrir lo contrario. Un ejemplo: el proceder del actual gobierno federal que parece empeñarse en designar los peores personajes para representarnos: acosadores sexuales y dipsómanos como el “historiador” Pedro Salmerón cuya esposa es amiga de una persona cercanísima del presidente; la impresentable Priista Claudia Pavlovich, súbitamente enriquecida, que operó en favor de Alfonso Durazo, ‘el poncho’ obviamente morenista, al igual que Quirino Ordaz, a quien, por cierto, el gobierno español le ha negado su beneplácito como candidato a ser nuestro embajador en la península. Amiguismo, corrupción resultan ahora ‘premios’ que López distribuye con una ‘generosidad’ abusando de su poder. ¿Es éste el modo de defender los intereses de México en el extranjero? El prestigio nacional deviene vergüenza, una diplomacia de cascajo. No me extrañaría que más temprano que tarde, Delfina Gómez, acusada de extorsión a sus empleados durante su gestión como presidente municipal de Texcoco, corra la misma suerte para asegurar la impunidad de esta funcionaria de “medio pelo”.
¿Qué habremos hecho los mexicanos para merecer estas afrentas? Votar por él, por el señor de Macuspana, quien, ahora, se da el ‘lujo’ de dictar un ‘testamento político’ que habrá de garantizar la continuidad de su ‘proyecto’: una cuarta transformación cuyas señales de podredumbre son evidentes día con día, a despecho de lo cual su ‘popularidad’ se mantiene incólume. ¿Será ahora por compasión? Pues trabaja tanto que a su edad, con sobrepeso y antecedentes cardiacos, ha tenido que ser hospitalizado. ¿Mentira o verdad? Con él nunca se sabe.