Entre los muchos dislates de nuestra política exterior, hay uno no atribuible a Marcelo Ebrard. Es responsabilidad exclusiva del señor presidente López Obrador, quien ha establecido una comprensible pero injustificable devoción idolátrica por el régimen cubano, lo cual es grave, pero algo peor todavía: una simpatía personal, fraterna (como a él le gusta decir), con el presidente cubano, Díaz Canel quien comete todos los excesos de la tiranía sin siquiera los méritos revolucionarios de Fidel Castro.
Vaya, ni siquiera los de Raúl, porque esos hermanos al menos tuvieron el valor personal de ganarse el poder con la fuerza de las armas, con las cuales sometieron más de medio siglo a Cuba a una férrea dictadura cuyo mejor momento en las relaciones bilaterales con México fue el pago de tantos favores económicos, con el asilo a Carlos Salinas de Gortari.
Entre otras muchas cosas ese fue el motivo del enfriamiento de las relaciones con Ernesto Zedillo y la crisis posterior con los errores de Vicente Fox, culminados en con la famosa frase de la comida y la partida.
Este burócrata palaciego llegó al trono revolucionario, como representante de Raúl Castro. Sin embargo, la Cuarta Transformación le ha conferido distinciones como jamás las tuvo Fidel: orador en una tarde en la fecha nacional mexicana y ahora recipiendario de la orden del Águila Azteca, una reminiscencia de las condecoraciones monárquicas sin ninguna importancia más allá del fulgor de las vitrinas en la egoteca de quien la obtiene.
No sirve para nada, pero los miles y millones de pesos de financiar a Cuba desde México, ahora disfrazada de compra de pedacería de piedra, eso sí le cuesta al pueblo mexicano. No al gobierno.
Cuestan los médicos balines egresados de la Escuela de las Américas, quienes ni siquiera obtienen la remuneración completa por sus servicios. El vampiro estatal les chupa sus ingresos, como la madrota le quita su dinero a las putas en su burdel. Son médicos acasillados, como se decía del peonaje porfirista.
Y ya ni hablar de las vacunas inservibles y sin certificación internacional sería.
Pero más allá de esto bien valdría analizar la apostilla presidencial (posdata, la llamó él como si fuera una carta) en cuanto a las consideraciones de la presea a don Miguel Díaz Canel, heredero de Fidel. Allá él.
“…Como sabemos, desde la Doctrina Monroe, de ‘América para los americanos’, sólo existe un caso especial, el de Cuba, el país que durante más de seis décadas ha hecho valer su independencia políticamente enfrentando a los Estados Unidos.
“En consecuencia, creo que, por su lucha en defensa de la soberanía de su país, el pueblo de Cuba, representado aquí por su presidente, merece el premio de la dignidad.
“Y esa isla debe ser considerada como la nueva Numancia, por su ejemplo de resistencia, y pienso que por esa misma razón debiera ser declarada patrimonio de la humanidad…”
Eso nos deja mal parados a los mexicanos.
¿Nosotros no somos un caso especial en América Latina cuando a pesar de una guerra costosísima (nada más dos millones de kilómetros cuadrados perdidos), nos hemos mantenido lejos de la condición de estado Libre Asociado, como si fuéramos Puerto Rico?
Los cubanos nunca tuvieron una guerra contra Estados Unidos. Los americanos pelearon contra España, y la Enmienda Platt les dio el derecho –como vencedores–, de intervenir en la política cubana como lo hicieron abrumadoramente hasta 1959.
Cuando las cosas cambiaron en la geopolítica mundial, Cuba se convirtió en un traspatio soviético. No defendió su soberanía frente a los Estados Unidos, se colocó a la sombra del imperio ruso y simplemente cambió de tutor.
Pasó de la Doctrina Monroe a la Doctrina Nikita. A eso le llama el presidente la “Nueva Numancia”. Ojalá no lo sea porque los numantinos perecieron en el fuego. No se rindieron nunca, pero después de 20 años, Escipión Emiliano los arrasó por completo.