“Si por mi fuera, desaparecería el ejército”, declaró el presidente López Obrador. ¿En qué estaría pensando? El hecho es que, en parte, ha desaparecido. Infinidad de militares son ahora albañiles, carpinteros, herreros… constructores; en fin peones de la obra pública. ¿Una alianza con la milicia o una humillación? Pues supongo que quienes han elegido la carrera castrense, imaginaban otro horizonte para sus vidas. Quiero decir el cuidado de la patria, en otras palabras, la seguridad de los ciudadanos. Pero resulta que hoy se ocupan de la construcción de los proyectos con los que López Obrador considera trascender, vale decir, dejar huellas profundas que nadie podrá borrar, no importa si carecen de viabilidad, si están lejos de prosperar por una u otra razón.
Comencemos por la refinería de ‘Dos bocas’, que los expertos en mecánica de suelos estiman que, amén de las inundaciones que la amenazan, el espacio playero no resistirá el peso de semejante edificación y, por si fuera poco, la andadura de la historia va en otro sentido, de tal suerte que, si lo logra, a largo plazo dejará de ser necesaria. Lo mismo ocurre con el aeropuerto de Santa Lucía, que ha bautizado con el nombre desatinado de ‘Felipe Ángeles’, un militar revolucionario ajeno a los temas de la aviación; una central que, al menos por un buen tiempo, las líneas aéreas no habrán de utilizar, dada la bancarrota de muchas de ellas por la pandemia, y que, por su insignificancia, nunca conseguirá la importancia del aeropuerto de Texcoco, demolido por causas jamás bien aclaradas, más allá del afán compulsivo de la destrucción.
Y para rematar, el desafortunado “Tren Maya”, que independientemente de la devastación ecológica, la crisis del turismo, en el corto, mediano y largo plazo, hará sus recorridos vacío. Como un monumento móvil de la insensatez.
Así pues, el fracaso de los ‘megaproyectos’ nos remite a la dilapidación de los recursos públicos, pero sobre todo a la frustración de una milicia que nunca esperó avocarse a satisfacer las ocurrencias de su ‘jefe supremo’. Obediencia o despido, esa es la disyuntiva de esta generación castrense. Mimada si se quiere y, a la par, ofendida. Pues tal es el juego perverso de quien no deja de proclamar: ‘aquí mando yo’, aunque por necedad reciba injurias y abucheos, como lo que ocurrió en un reciente vuelo comercial en el que los viajeros le gritaban hasta de qué se iba a morir. Irrespetuosos sí. ¿Pero no se lo ha ganado a pulso en sus violentas “mañaneras”? Una pena. Voces insolentes, irritadas, eco de un malestar en el reino de “yo tengo otros datos”. Pero ya sabemos, “cría cuervos y te sacarán los ojos”.