En la contienda electoral de este 6 de junio, MORENA, el movimiento o partido del presidente de la República obtuvo el triunfo en once gobernaturas. Pero perdió once alcaldías en la ciudad de México. Dolido por esa derrota, ahí donde fue jefe de gobierno, la atribuyó al voto de las ‘clases medias’. El demócrata que presume ser, en su evaluación matinal, se convirtió, como era de esperarse, en el gran inquisidor. Y nos llamó aspiracionistas, individualistas, egoístas; en fin, nos cubrió de todo. Y digo “nos”, porque de ser correcto el concepto, yo pertenezco a ellas. Mi padre fue agricultor; mi madre, ama de casa. Ambos pugnaron por brindar a sus hijos una educación. En mi caso, merced a mi esfuerzo, obtuve una licenciatura y, más tarde, claro está, un doctorado. Siempre con ‘mención honorífica’. ¿Soy aspiracionista? Tal vez. Aunque abomino de esa palabreja, que por venir de quien viene y dicha en el pulpito del predicador, acaso se pondrá de moda. Y me pregunto, si el presidente no lo es también, hijo de un tendero que devino jefe del Estado Mexicano? ¿Clasemediero o pequeño burgués hambriento de poder?
Karl Marx, en su célebre “Manifiesto del partido comunista”, hablaba de las clases: la burguesía refiriéndose a los propietarios de los medios de producción; el proletariado alude a ladrones, prostitutas… Aunque en algún otro texto menciona el término ‘pequeña burguesía’ compuesta por comerciantes, profesionistas… Reconozco que, acaso, las conceptualizaciones del genio de Tréveris han envejecido. Y admito que las ‘clases medias’ existe, por así decirlo, como un segmento heterogéneo de la sociedad, como un conglomerado de personas que han logrado hacerse de una vivienda, un empleo mediantemente remunerado; que cuentan con servicios médicos, recursos para tomarse una pausa vacacional, un ahorro para emergencias…o simplemente para vivir el júbilo de ese descanso que sucede a una vida consagrada al trabajo. Pero no por eso tienen que ser individualistas, egoístas…; esa escoria a la que fustiga con enojo el presidente, quien a fin de cuentas, no es nadie para entrometerse con el libre albedrío de los demás. Libre albedrío que es lo que mueve la voluntad del ciudadano en las urnas. Un buen demócrata es también un buen perdedor.