Ariel González
Junto con la deriva democrática que vive el país y que ya casi llega al precipicio autoritario, no podía faltar –porque acaso ha sido uno de los factores que explican la debilidad de nuestras instituciones– la deriva partidista: partidos sin vida democrática interna, con programas rebasados por la realidad y penosamente alejados del futuro, puros cascarones con registro, militancias simbólicas sin debate, sin formación y, frecuentemente, con un “ideario” que se resume en unas cuantas consignas.
No es fácil hablar con los militantes de ningún partido, porque casi nadie se asume como tal. Todos reniegan de un modo u otro de su militancia o la ocultan (si es que es formal, es decir, con la afiliación del caso): entre las bases se presentan como ciudadanos con interés en la política y en los puestos intermedios y hasta de dirección son como gestores clientelares o a veces simplemente como animadores, matraqueros vociferantes. Por cierto que todas las pintas, pegas, colocación de mantas, espectaculares, organización de mítines y muchas otras labores de propaganda y proselitismo no corren a cargo de la militancia –como creerían románticamente muchos–, sino de simples ciudadanos y empresas contratados ex profeso. La militancia hace mucho que no participa de estas actividades que en el origen de muchos partidos, especialmente de oposición, daban cohesión y un nivel de participación real.
Los políticos en el poder –cualquier poder– accedieron a este gracias a una organización que los apoyó, postuló o nombró; pero llegados a este se dedican a lo suyo y dejan de lado al partido. Por supuesto, esto es relativo: tienen que contribuir de algún modo a sostener dicha estructura, pero como en México los partidos son de interés público de ello se encarga fundamentalmente el erario. Y esto último, que impide en teoría el financiamiento ilegal de los partidos (puesto que tienen la obligación de rendir cuentas ante el INE), no evita que financien –ilegalmente, claro– la suntuosa vida de sus dirigentes, convirtiéndose en jugosos negocios administrados por un grupo, una familia o un cacique.
Ahora que nuestra vida democrática ha entrado a un túnel del que quizás ya no saldrá, el destino de los partidos –como vehículo de la competencia democrática– es más incierto que nunca. Y eso vale para todos, aunque claro, siempre está a discusión si Morena, que se perfila como partido único, realmente lo es.
Que la oposición partidista no supo estar a la altura de la oposición ciudadana ni de las circunstancias del país es un hecho incontrastable. Más grave aún es que luego de su incapacidad organizativa y política no haya tenido precisamente ni siquiera la intención de autocriticarse. Lejos de ello, sus dirigencias más importantes, la del PRI y el PAN (el PRD se extinguió), han venido actuando como si el hecho de haber participado en la contienda electoral pasada –donde dejaron morir sola a su candidata, Xóchitl Gálvez tuviera algo de meritorio.
Desde luego que lo más sorprendente es la intención que tienen estos dirigentes de perpetuarse como tales. En el PRI este propósito ya ha cobrado forma (bastante grotesca) en su pasada 26 Asamblea Nacional, donde se aprobaron diversas reformas que posibilitan, por primera vez, la reelección del presidente de ese partido. Alejandro Moreno, “Alito”, se presta así a mantenerse en el cargo probablemente hasta 2032.
Por su parte dentro del partido acción nacional empiezan a moverse las aguas a favor de qué sea el Consejo Político y no la militancia panista, en una elección abierta, el que decida quién encabezará en los próximos años a esta organización, con lo cual puede volver a tomar ventaja su actual presidente, Marko Cortés, quien al igual que su homólogo priista por pura dignidad debió renunciar hace semanas.
Dice el Presidente López Obrador, refiriéndose a la situación que viven estos opositores, que ya “va para dos meses la elección y no reaccionan, están todavía aturdidos”. Pero lo cierto es que si hablamos exlcusivamente de sus dirigencias no parecen nada “aturdidas” en cuanto a sus objetivo más elemental: mantenerse en el poder. Y ciertamente no reaccionan, pero sólo en lo que respecta a la estrategia que deberían de estar promoviendo para enfrentar la sobrerrepresentación en el Congreso o la reforma del Poder Judicial.
En su papel de nuevo PRI, Morena aparentemente no tiene ningún problema, salvo el de que sigue siendo una estructura “partidista” bastante irreal. Lo más cercano que ha tenido a una militancia efectiva son quizás los “servidores de la nación” que está despidiendo por estos días. Y como partido en el poder, ha sido apenas un aparato que ejecuta las instrucciones dadas por su único dirigente: el Presidente López Obrador. Pero a diferencia del PRI, que al terminar cada sexenio cambiaba de amo, no estoy seguro de que esto ocurra con Morena una vez que Claudia Sheinbaum llegue a Palacio Nacional.
La deriva partidista acompaña, pues, fielmente, a la deriva democrática que vive el país. No podemos saber exactamente en qué desembocará, pero es un hecho que el gobierno morenista sueña un régimen prácticamente de partido único con un pequeño teatro de opositores muy debilitados y partidos adláteres (que eso han sido toda la vida) como el Verde Ecologista u opositores de “baja intensidad” como Movimiento Ciudadano, pero eso sí, sin diputados plurinominales y con un recorte significativo en sus presupuestos. Una regresión de medio siglo donde la vida democrática entrará en una peligrosa pausa.
@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez