Ignoro cuántas personas habrán escrito textos inspirados en el estupor ante las actuales condiciones de la democracia estadunidense de estos días y aun más, de los anteriores procesos electorales.
¿Cuántas cosas debieron ocurrir –con tendencia descendente, claro–, para llegar las actuales condiciones donde la incertidumbre y la lentitud de los mecanismos de conteo de una voluntad ciudadana o del Colegio Electoral son el menor de los problemas?
En medio siglo de observar elecciones en Estados Unidos nunca había escuchado de un presidente en funciones y en pos de su reelección, una denuncia real o imaginaria sobre un gigantesco fraude electoral.
Tampoco había visto a un Ejecutivo americano tan aferrado a descreer de los propios procesos de su país; cooptar a la Corte y asumirse como ganador contra viento y marea; antes del huracán y antes de la subida fe las aguas, mientras denuncia cómo el proceso actual ha dañado la raíz misma del sistema agredido, precisamente por su megalomanía populista.
Muchas de las realidades actuales desdicen las profecías de antaño, más cumplidamente las de Alexis de Tocqueville quien miraba con los ojos maravillados al surgimiento, asentamiento y desarrollo de “La democracia en América”.
Esto ya nunca más podrá ser leído de la misma manera:
“…El bienestar general favorece la estabilidad de todos los gobiernos, pero particularmente del gobierno democrático, que descansa en las disposiciones de la mayoría y sobre todo en las de aquellos que están más expuestos a las necesidades.
“Cuando el pueblo gobierna, es necesario que sea feliz para que no desquicie el Estado. Ahora bien, las causas materiales e independientes de las leyes que pueden producir el bienestar son más numerosas en Norteamérica que lo han sido en ningún país del mundo, en ninguna época de la historia.
“En los Estados Unidos, no solamente la legislación es democrática, sino que la naturaleza misma trabaja para el pueblo…
“…Todo es extraordinario entre los norteamericanos, tanto su estado social como sus leyes; pero lo que es más extraordinario, es el suelo que los sustenta…”
Pero más allá de este romanticismo naturalista; hay cosas ya irrecuperables. El Edén se ha corrompido:
“…El europeo que arriba a los Estados Unidos llega allí sin amigos y a menudo sin recursos; está obligado para vivir, a alquilar sus servicios, y es raro verle trasponer la gran zona industrial que se extiende a lo largo del Océano.
“No rigores de un clima nuevo. Son, pues, los norteamericanos los que se podría roturar el desierto sin un capital o sin crédito; antes de arriesgarse en medio de las selvas, es necesario que el cuerpo se haya habituado a los abandonando cada día el lugar de su nacimiento, van a crearse a lo lejos vastos dominios. Así́, el europeo deja su choza para ir a habitar las riberas transatlánticas, y el norteamericano que ha nacido en esas mismas orillas se interna a su vez en las soledades de América Central. Este doble movimiento de emigración no se detiene nunca. Comienza en el fondo de Europa, se continúa en el gran Océano y prosigue a través de las soledades del Nuevo Mundo. Millones de hombres marchan a la vez hacia el mismo punto del horizonte.
“Su lengua, su religión y sus costumbres difieren, pero su objetivo es común. Se les ha dicho que la fortuna se encontraba en alguna parte hacia el Oeste, y se dirigen presurosos a su encuentro…
“…Casi nunca se dice en los Estados Unidos que la virtud es bella; se sostiene que es útil y esto mismo se prueba todos los días.
“Los moralistas norteamericanos no pretenden que sea preciso sacrificarse a sus semejantes porque sea una heroicidad hacerlo; pero dicen sin embozo que semejantes sacrificios son tan necesarios al que se los impone como al que se aprovecha de ellos; conocen que en su país y en su tiempo, el hombre es atraído hacia sí mismo por una fuerza irresistible y, perdiendo la esperanza de detenerlo, no se ocupan sino de conducirlo.
“No niegan a cada uno el derecho de seguir su interés, pero se esfuerzan en probar que éste consiste en ser honrados. No quiero entrar aquí́ en el detalle de sus razonamientos, porque esto me separaría de mi objeto; baste decir que ellos han convencido a los norteamericanos”.
Honestidad, entrega, moralidad. Cada vez suenan más lejanas estas palabras cuando se mira el horrible paisaje de la ambición desbordada.