Con una vehemencia negada a las víctimas de muchos crímenes, como por ejemplo las niñas vendidas como reses para fines de servidumbre matrimonial en los pueblos serranos del infradesarrollo guerrerense, el piadoso aparato del Estado se dispone a sacar a la calle a Mario Aburto, el asesino de Luis Donaldo Colosio.
El homicida ha alegado, pobrecito, una sistemática tortura a lo largo de todos estos años y la facilidad de dicho recurso siempre halla eco en las mentes obtusas de los defensores de Derechos Humanos.
Así, para probar una imaginaria responsabilidad del Estado, han dejado libres a los incineradores de la muchachada guerrerense en el caso Iguala. Los demás responsables (autoridades escolares de Ayotzinapa, traficantes exportadores de heroína y sus cómplices políticos) o están libres o se disponen a salir de las prisiones. Otros, cosas de la divinidad, han muerto también asesinados.
Los muertos no hablan.
Además, dicen en él alegato, ha vivido incomunicado todos estos años, lo cual es falso de toda falsedad.
Si Aburto hubiera estado incomunicado (como si estuviera en Guantánamo), no hubiera sido posible para mí hablar con él en la prisión federal de Huimanguillo, donde estuve con él por espacio de casi una hora hace unos años.
¿Un reo torturado e incomunicado con acceso a los medios de comunicación? Suena extraño.
A diferencia de muchos, yo he visto y hablado con Aburto. Lo he visto caminar, gesticular y mentir. No advertí en su cuerpo signos de tortura. Lo miré saludable, limpio, dedicado a sus devociones evangélicas en la prisión, casi como guía espiritual de sus compañeros.
Así lo describí en aquel tiempo:
“Verlo en un salón de audiencias, con estrado de madera, vacío y con el aire de un aula de examen donde nadie ha aprobado jamás, fue una impresión muy extraña, porque es un autómata disciplinado. Su actitud lleva encima el peso del rigor.
“Parece un cuerpo lleno de tornillos, pero a veces parece hecho todo de una sola pieza, como si lo hubieran vaciado en un molde y a pesar de ello guardara a un tiempo soltura y firmeza, como cuando mueve el cuello, cuando mira con altivez desafiante, cuando uno advierte cómo esos ojos ahora fijos en ti cazaron a Luis Donaldo Colosio.
“—¿Me permite saludarlo? Alargo el brazo:
“Y esa mano, ahora envuelta en tus dedos, blanda, de piel muy suave, como si se pusiera crema todos los días; una mano sin trabajo físico, como si no tuviera fuerza, una mano como si se apretara a un pulpo; esa mano, tuvo la fuerza suficiente para transformar la historia de México, solamente con la leve presión de un dedo en el gatillo.
“Eso ves, cuando ves a Aburto.
“Y cuando hablas con él, el hombre recibe tus palabras como la pared del frontón recibe la pelota, nada se queda ahí, todo se te regresa.
“Tú le dices ‘buenas tardes’, y él se queda mirando como si estuviera pensando la respuesta a una pregunta no hecha y te contesta: ‘Buenas tardes, señor’.
“Una gran educación, una gran disciplina dentro de la prisión. El hombre no da un solo paso sin ver a los custodios en busca de su aprobación El hombre no tiene voluntad y no ha leído una carta amable en 25 años; no ha visto una fotografía de nadie de afuera, no sabe de palabras con afecto, ni siquiera con odio.
“Es el ser neutro, vacío en apariencia; ensimismado en los años, muchos años de su condena.
“No puede ser este autómata, piensas, quién sabe cuántas piezas haya en su cerebro, pero todas funcionan de una manera incomprensible, no puede ser ajeno a la emoción…”
Todo eso no tiene correspondencia con un hombre torturado –como dice la propaganda de la CNDH—durante 25 años o más— ni ser un asunto de Estado. Puede ser de liberación anticipada.
Pero solicitar información, sobre un proceso cerrado (falsa por conveniencia obviamente), sobre una condena firme y en transcurso de la pena, es una aberración:
Total, es más sencillo el indulto. Y San Seacabó.
OAXACA.D.C.
A orillas del Río Potomac, frente al edificio Watergate, se alza altiva una estatua de Benito Juárez.
Ahora un busto de otro oaxaqueño ilustre, ha sido colocado en el Matías Romero, Creative Lab, en la capital de Estados Unidos.
Romero, como todos sabemos, sirvió durante 24 años en la legación mexicana en Washington y fue el primer mexicano en ser nombrado embajador allá.
Sin su aportación diplomática. La historia entre ambos países sería muy diferente, dijo el gobernador Alejandro Murat quien –como parte de las actividades del Mes de Oaxaca en EU–, encabezó un programa de reunificación de Familias.