Al presidente no le gusta nada que haya críticas a Pemex, de ningún tipo. Esta semana de furia mañanera, uno de los temas recurrentes ha sido el derrame de petróleo en la Sonda de Campeche, donde chocó el presidente Andrés Manuel López Obrador con todos los que censuraron a la empresa por el siniestro, acusándolos de haber exagerado y desinformado. Es cierto que López Obrador siempre ha sido un defensor de la paraestatal, pero la que hizo ahora no fue realmente a favor de la institución, aunque así lo parezca, sino de su director, Octavio Romero Oropeza, un hombre al que se le minimiza y descalifica, pero que es un personaje muy importante en la formación ideológica del presidente y quien durante décadas, ha sido quien maneja los dineros políticos y familiares.
Romero Oropeza, contemporáneo de López Obrador, como ha descrito de manera puntual el columnista de El Heraldo de Tabasco, Ausencio Díaz, es un empresario ganadero con una larga vida política, que fue dirigente de Jornadas de Vida Cristiana, un movimiento de jóvenes católicos con presencia en varios países del continente, en particular Argentina, Canadá y México, y que solo por problemas familiares no pudo estudiar ni Ciencias Políticas en la UNAM, ni una maestría en Administración de Empresas en Monterrey. No es una persona sin equipaje académico -fue profesor de matemáticas-, ni poco instruida. Todo lo contrario.
En su relación con López Obrador, que se remonta a los tiempos en que comenzaba el PRD en Tabasco en 1988, compartían el interés por las comunidades rurales, la religión y la política, y hablaban en términos de ricos y pobres, de los que tienen y los que no, en la dialéctica binaria que ha caracterizado al presidente durante toda su carrera pública. Pero Romero Oropeza no fue solo su compañero de viaje, sino también quien, de acuerdo con personas que los conocen por décadas, le dio sustento ideológico a López Obrador, y contribuyó a la polarización en la que entró Tabasco desde principio de los 90’s, con invasiones de ranchos e instalaciones de Pemex, de la cual nunca más salió.
Romero Oropeza, escribía un artículo editorial que su primo, Jesús Sibilla Oropeza leía y actuaba en un popular programa en Telereportaje, una empresa periodística con casi 70 años de vida, propiedad de los Sibilla Oropeza, que tenía una profunda influencia en las comunidades rurales de Tabasco. Quienes recuerdan esos tiempos cuentan cómo, en el campo, la palabra de Telereportaje era como una Biblia y un camino a seguir. Ahí, bajo el seudónimo de “Jodi”, Romero Oropeza mencionaba regularmente la díada ricos y pobres, nutriendo a López Obrador de un discurso público lleno de sofismas y silogismos que comenzó a cambiar el humor social en el campo tabasqueño.
La incipiente polarización y el discurso disruptivo de López Obrador provocó que, a diferencia del resto de su familia, no le abrieran la puerta de la sociedad en Villahermosa, pero tuvo una muy fuerte entrada en las comunidades rurales y más adelante, como bandera política, en la lucha contra Pemex, que le dio el modus operandi que utilizaría hasta hoy en día, presión, obtención de prebendas, repliegue, presión. La parte más famosa del pasado del presidente es la toma de más de 600 pozos petroleros de Pemex, a lo que le siguió su gran marcha política, el Éxodo por la Democracia y la ocupación del Zócalo en vísperas de conmemoraciones históricas. Romero Oropeza, junto con Alberto Pérez Mendoza, el otro soporte político e ideológico de López Obrador que murió por un derrame cerebral en 2013, y Javier May, director de Fonatur y responsable del Tren Maya, fueron sus siempre eternos compañeros de travesías políticas.
Pero en Romero Oropeza había una confianza adicional. Por razones que se desconocen, o porque su formación le hizo pensar a López Obrador que entre sus más cercanos era el indicado, lo eligió como la persona que manejara todos sus recursos, los políticos y los personales. Cada vez que a cambio de entregar un pozo o levantar un plantón el gobierno federal y el estatal le daba millones de pesos, López Obrador realizaba mítines en donde decía que había logrado que reparara Pemex el daño a las comunidades en zonas petroleras, y desde el templete, de la mano de Romero Oropeza, les iban repartiendo el dinero que habían conseguido. Manuel Camacho, el entonces regente del Distrito Federal, también le canalizó millones de pesos para que levantara los plantones en el Zócalo.
López Obrador hizo a Romero Oropeza oficial mayor del PRD, cuando lo presidió, y lo nombró en el mismo cargo cuando fue jefe de Gobierno de la Ciudad de México. La mayor confianza, sin embargo, se ha dado en el nivel familiar, al haber sido él responsable del manejo de los dineros para su familia. Fue Romero Oropeza quien pagaba las escuelas de los hijos y les proporcionaba recursos cuando lo requerían, para sus doctores y sus medicinas, para emergencias y para la vida cotidiana. El director de Pemex no era uno más de los muy cercanos a López Obrador, era “el tío”.
Su nombramiento al frente de Pemex fue muy cuestionado, por la profesión de agrónomo de Romero Oropeza y su desconocimiento en el campo financiero o del propio mercado petrolero. Pero al revisar su historial de vida junto a López Obrador, es un nombramiento muy apegado a su lógica que en los puestos clave, sus viejos amigos, de quienes está profundamente convencido que nunca lo traicionarán, son quienes debían encabezar instituciones estratégicas para él, como el caso de Pemex.
Romero Oropeza no es un subordinado sumiso más del presidente, como muchos en el gabinete legal y ampliado sí lo son. Administrativamente es un colaborador en su gobierno, pero en lo personal muy pocos -nadie en el gobierno o en el partido, o ni siquiera en las corcholatas-, tienen la confianza y la cercanía de “Jodi”, con quien construyó lo que hoy tenemos, la división política, ideológica y emocional del país.
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