Después de haber fracasado en su propósito de que Jasmín Esquivel, la plagiaria, presidiera la Suprema Corte, el primer mandatario tuvo que aceptar a Norma Piña, no sin recelo. Esta gran mujer se ha conducido con una admirable dignidad. Recordemos en el Teatro de la República, con motivo de la conmemoración de la Carta Magna, la ministra Piña permaneció sentada, mientras el resto de las personalidades que formaban parte del presídium se ponían de pie para recibir a su Altísima Serenísima. Desde entonces la relación entre el poder Ejecutivo y la Corte se ha vuelto tensa. López ha acusado a ese Colegiado de violar la Constitución por el hecho de que sus ingresos son más altos que el suyo. Incluso ha aseverado que la Corte ha perpetrado un golpe de Estado “técnico”, situación que se ha sacado de la manga, pues eso no existe ni en la Constitución ni en norma alguna. Solo tal vez en su cabeza delirante, López es capaz de todo, incluso del desacato: si la Corte determina que no todas las obras del poder Ejecutivo son de seguridad Nacional, él se va ‘por la libre’ y ordena a la Marina tomar las vías férreas concesionadas al multimillonario señor Larrea para su proyecto del tren transístmico, no bajo el régimen expropiatorio sino de una “ocupación temporal”, invento de López que nada dice y sólo evade el pago de la indemnización correspondiente.
El acoso a la Corte no parece tener límite: una chusma venida de Veracruz, comandada por su gobernador Cuitláhuac García, a quien López califica de ‘extraordinario gobernante’, se ha apostado a las puertas de la Corte en una especie de inútil sabotaje. ¿Qué conseguirá López? Nada. Si acaso reafirmar su talante autoritarismo, que más temprano que tarde los mexicanos se lo echaremos en cara. Quiero decir, borrarán esta pesadilla, López y sus lacayos se irán al basurero de la historia.
Pues no hay mal que dure cien años, ni sociedad que lo aguante. López sueña con la continuidad de su “proyecto”; que no ha sido sino un pozo de ocurrencias que han destruido la Nación y sus Instituciones. No dejo de preguntarme: ¿de dónde salió este pequeño demonio? Y no tengo otra respuesta que un pueblo ignorante, cansado de sí mismo, enfermo de empatía.