No puedo evitar esta reflexión. Decía Hawking, el célebre astro físico británico, cuyas deficiencias locomotoras no le impedían su agudeza: “La vida sería trágica si no fuera tan cómica”. La vida en México sería trágica si no fuera por esa escena, digna de estar en la historia humorística del mundo, compitiendo con las obras burlescas de teatro español de puertas que se abren y se cierran, de personajes que no se encuentran.
Aparece caminando la Presidenta, mientras importantes funcionarios chacotean sin darse cuenta de su presencia, en el momento en que alguien se percata que está pasando detrás se lanzaron desesperados para tocarle aunque fuera la punta de los dedos.
No conforme con lo cómico de la situación, escriben ofreciendo, me imagino que lo hicieron de rodillas, disculpas. Argumentaron las razones de su herética distracción, era la emoción que los embargaba al observar el apoyo “espontáneo” que en el corazón de la República le brindaba el “pueblo”. (Por favor a mí no me cuenten). La ridiculez la pintaron de cursilería. No se les puede pedir ser más cómicos. Si hubieran presentado su “performance” en un teatro de revista, me hubiera parado y, aplaudiendo a rabiar hubiera gritado: “Ootra vez, ootra vez”. Por supuesto que me habrían hecho caso. Son infatigables en el ejercicio de la zalamería.
¡Qué diferencia con los lectores de Plaza de Armas! Los miles de mis lectores, nada de que son solo cuatro, marcan su distancia ante mis posturas políticas. Me restriegan mis faltas de ortografía, me corrigen las siglas y, a diferencia de los legisladores de Morena, no me dejan pasar ni una “coma” mal puesta.
Acepto sus observaciones, pero en una cosa creo que son injustos, me han dicho: “Eres muy criticón pero no ofreces soluciones. Quien crítica y no propone soluciones, crea pestilencia”. ¡Sopas! Pongo mis ojos hacia arriba como pintura de un personaje del Greco y me defiendo modosamente: “La responsabilidad de los editorialistas, ahora bautizados con un desdén mal disimulado, como ‘opinadores’, es criticar, pero no tanto la de ofrecer soluciones, para eso les pagamos a los funcionarios”.
Reconozco que últimamente me han hecho una observación reiterada: “Ya sabemos, lo has escrito hasta al agotamiento, que las mayores causas de las metidas de pata en la obra del Tren Maya, fueron: La incompetencia y la corrupción. Estamos aburrido de saber eso. Pero ¿Qué podemos hacer?” Como del tema de la corrupción algo sé, no mucho, pero algo, me voy a atrever a proponer algunas sugerencias.
Vale destacar que la incompetencia es una rama, de las más frondosas, del gran árbol de la corrupción. Eso a López Obrador le importaba muy poco, se ufanaba al decir: “Los funcionarios deben tener noventa por ciento de lealtad y diez por ciento de capacidad”. Así le ha ido al país, un agrónomo manejando el petróleo, un abogado encargado de la energía eléctrica; especialistas en balastro con la única credencial profesional de ser amigos de un hijo del Presidente. Esto es más que un doctorado en materiales de construcción.
¿De dónde derivamos que la incompetencia es una modalidad de corrupción? De la Ley Federal de Responsabilidades Administrativas de los Servidores Públicos la que en artículo 7. Estipula: “Será responsabilidad de los sujetos de la Ley ajustarse, en el desempeño de sus empleos, cargos o comisiones, a las obligaciones previstas en ésta, a fin de salvaguardar los principios de legalidad, honradez, lealtad, imparcialidad y eficiencia (antónima de ineptitud) que rigen en el servicio público. Artículo 8. Todo servidor público tendrá las siguientes obligaciones: I.- Cumplir el servicio que le sea encomendado y abstenerse de cualquier acto u omisión que cause la suspensión o deficiencia de dicho servicio o implique abuso o ejercicio indebido de un empleo, cargo o comisión…” En las resoluciones (sentencias administrativas) emitidas por el Órgano de Control en el SAT, puede leerse: “No cumplió con la máxima diligencia el servicio que le fue encomendado, no observó disposiciones jurídicas relacionadas con el servicio público, toda vez que…”
En el caso del tren eléctrico la incompetencia no sería solamente robarse dinero sino también poner en peligro vidas humanas, a esa velocidad, serían cientos de vidas. Los especialistas han señalado que dejar el proyecto del tren bajo la dirección de los técnicos del Ejército es un gravísimo riesgo. Por muy capaces que sean, que de seguro lo son, no tienen la práctica de los profesionales que trabajan en los países que ya cuentan con tren eléctrico. Se sugieren supervisores, especialistas internacionales, con reconocida capacidad teórica y experiencia en trenes eléctricos.
Las obras mastodónticas del gobierno son un océano de posibilidades de corrupción, salvo lo reconozco, algunas honrosas excepciones, son auténticas cuevas de Alí Babá. Desde el principio huele muy mal que los presupuestos programados de esas magnas obras se rebasen. Al Tren Maya, a pesar de haber sido inaugurado tres veces, le cucharearon otros cuatrocientos mil millones. El caso más dramático es el de Dos Bocas, se afirmó que costaría ocho mil millones de dólares y ya van en 22 mil millones de dólares. No fue un pellizquito al erario sino un arañazo de tigre; el aumento fue de 175%.
La corrupción es una planta de sombra, crece y se desarrolla en la oscuridad y sus jardineros trabajan en la penumbra. La transparencia es la luz solar para los Dráculas corruptos. La información, por ley, debe ponerse en vitrina pública. Nuestra petición es: Todo lo relacionado con el tren eléctrico debe estar al acceso de todos los queretanos, bien iluminado, como un aparador de carnitas de Santa Rosa Jáuregui.
Hasta lo que platican en sus reuniones los funcionarios con colegas o especialistas; reitero, no son secretos de confesión ni cónclaves cardenalicios. Deben darse a conocer a la opinión pública las intervenciones. Hasta el momento el diálogo se ha convertido en una especie de Club de Tobi institucional, no se admiten a los medios, a la UAQ ni a los órganos no gubernamentales. Un proyecto que afecta a todos los queretanos, exige abrir una participación plural
Es necesario denunciar, hacer visible esta política de opacidad. Veámonos en el espejo del tren Maya. ¿Qué hizo el gobierno? Emitió un decreto: “Se trata de una obra de seguridad nacional”. ¿Qué significa eso? Apaguen la luz, que nos vamos a servir con la cuchara grande. Ni pidan información, porque la seguridad, olvídense de la nación, de nuestra impunidad, puede correr riesgo.
Bajo el escudo de la “seguridad nacional”, se blindaron a algunos proveedores chafas; daños indiscriminados a la selva y a sus especies endémicas. Los que nunca ponen en peligro la “seguridad nacional”, son lo cuates, para ellos sí hubo información, y quienes para cuidar a la nación compraron terrenos aledaños a las vías. Las pústulas del proyecto fueron materiales de baja calidad y con sobre costos. En una palabra: “corrupción”.
La estrategia en nuestro caso es: visibilizar, advertir, denunciar, exhibir, con las pruebas de la experiencia reciente. Insisto transparencia, información y posibilidades de opinar, no son ganas de camorra, de pleito callejero; mi propuesta no la hago con un cuchillo mordido en la boca. Reconocemos los posibles beneficios de tren eléctrico, pero también estamos conscientes de sus posibles y terribles daños. No podemos tampoco aceptar la omnipotencia chicharronera del Centro ni de sus constructores. El tren es una obra con grandes retos técnicos, pero lo técnico debe estar subordinado al interés social. Bien lo decía Octavio Paz: “Un gobierno que venera a la técnica puede crecer, pero siempre crece sin dirección”.
La dirección del tren eléctrico es, no se les olvide: Querétaro. Es decir, su sociedad, sus académicos, sus medios de comunicación, sus organizaciones no gubernamentales, sus trabajadores, sus empresas. Todos tenemos derecho a la transparencia, a estar informados, a opinar y a participar. Pero, además, es por conveniencia de las autoridades municipales, estatales, federales y los constructores, al transparentar y al informar, amplían el horizonte de las decisiones, los usuarios también tienen algo que decir y aportar. Por si fuera poco, la obra va a necesitar para su buen funcionamiento de la cooperación de los ciudadanos. Que no sean las sanciones o los accidentes lo que obligue a la gente a cuidarse y a cuidar la obra, sino la transparencia, la información y participación, serán el mejor impulso para la corresponsabilidad.
Concluyo: Tras el regateo de nuestros derechos, transparencia, información y participación, bien sabemos lo que se esconde: corrupción.
PDTA. López Obrador, afirmaba que mi libro sobre la corrupción era su libro de cabecera. En una ocasión me preguntó un periodista, que si no me enorgullecía que dijera que mi texto fuera su libro de cabecera. Le respondí que como mexicano más le agradecería que lo aplicara, pues mi impresión era que el libro lo tenía para calzar un buró o para matar moscos.
Se cumplió mi sospecha, el de López Obrador ha sido uno de los gobiernos más corruptos de los últimos sexenios y miren que está fuerte la competencia. De acuerdo con la Auditoría Superior de la Federación, según datos hasta 2023, están en la oscuridad 250 mil millones de pesos. No me vanaglorio por tener razón, nada me hubiera dado más gusto que el haberme equivocado.