Siempre he sostenido que son más peligrosos y dañinos los idiotas que los malvados, porque éstos tienen límites y aquellos no; pero cuando en los gobernantes se dan ambas depravaciones los resultados son catastróficos para la nación, porque tales réprobos no saben generar riqueza sino rebuznar, dilapidar, robar y expropiar lo que hallan. No saben construir sino destruir, son incapaces de sumar, pero hábiles al dividir; conducen a los países a la ruina, y son, por antonomasia, insolentes, ineptos y corruptos.
El reciente desplante del gobernador de Puebla es ejemplo viviente de lo antes dicho, y corresponde fielmente al proceder cotidiano del actual gobierno federal, que es magistral remedo del anterior.
Ciertamente, no fue una voz que saliera por vía telefónica de un reclusorio desde donde muchos presos extorsionan diariamente a ciudadanos; no, se trató de una conferencia pública en la que ese mequetrefe, muy pagado de sí, extorsionó a una empresa, “invitándola” a donar 2 hectáreas al gobierno para hacerles casas a los policías, dándole 30 días para que aceptara, con la amenaza de expropiarle lo doble si no accedía. En cualquier país civilizado, sometido a la ley, esa rufianada provocaría enorme agitación y reproche social, así como la inmediata acción persecutoria en contra del engreído pelafustán, pero en México no sentiremos indignación al cumplirse el atropello, sea por 2, 4 o más hectáreas.
No obstante, la amenaza de ese pillo es sólo una pequeña mácula frente al atraco que acaba de consumar el gobierno federal, justificado explícitamente por la amada emperatriz, burlada por Trump como “elegante y maravillosa mujer”. Me refiero al robo en despoblado de 10,000 millones de pesos del fideicomiso constituido por el Consejo de la Judicatura Federal que, de acuerdo con el artículo Décimo Transitorio de reciente reforma constitucional (hecha por los mismos cuatroteros) se destinaron expresamente para indemnizar a los juzgadores que rechazaron someterse a humillantes tómbolas y a otras puercas maquinaciones, y también para los jueces que no resulten reconocidos por tan vil procedimiento.
Ya es sucia rutina que el gobierno disponga discrecionalmente de los recursos públicos, sin rendir cuentas a nadie y usando a la Constitución para limpiarse el trasero.
Sin embargo, no son de culpar solamente los que cometen las felonías sino también quienes las toleran y aplauden babeando ignominia. Jamás enfrentaremos digna y eficazmente las acechanzas externas mientras la mayoría de gobernantes y gobernados se solacen chapoteando en una política saturada de heces y sangre.
Churchill decía que el problema de su época era que la gente no quería ser útil sino importante; la de ahora ni eso quiere; y un pueblo acobardado y dominado por la corrupción merece sus tragedias.