Una amiga me ha reprochado el restarle importancia al suceso militar del 13 de agosto de 1521. En cierto sentido le asiste la razón; fue una tragedia. Hernán Cortés ordenó cortar los canales de agua, los mexicas morían de sed y hambre: acabaron comiendo hierbas y animalejos. El sitio duró ochenta días. El tlatoani Cuauhtémoc no pudo más y se rindió. En su encuentro con el conquistador el tlatoani le suplicó que le diera muerte. Por el contrario, lo abrazó en un gesto sacrílego de perdonavidas pues que sus súbditos ni siquiera podían mirarlo a la cara.
La caída de Tenochtitlan puso fin al imperialismo antropófago de aquel reino cruel en cuya esencia estaban los sacrificios humanos, que ofrendaban al dios Huitzilopochtli. De ahí la rebeldía de los pueblos oprimidos. No descartemos la hipótesis de que la conquista fue, al propio tiempo una “liberación” para todos los pueblos que vivían bajo el dominio mexica que se alimentaba de la sangre. Solo en 1487, cuando concluyó la construcción del Templo Mayor, fueron sacrificados entre 20 y 27 mil personas. El “festejo” duró cuatro días para beneplácito de su dios. Bien conocido es el ritual: se les arrancaba el corazón aún palpitante y, a renglón seguido, devoraban sus cuerpos.
¿Por qué festinar la caída de aquel imperio sanguinario? ¿Por qué no condolerse por la opresión? ¿Por qué el despropósito de reclamar perdones a una España que aún no existía como tal? La ignorancia de la historia o el sesgo de mala fe ha llevado al presidente de México a pervertir el sentido del pasado, inducido por alguien muy cercano a él, de ahí que solo cabe repudiar la construcción de una pirámide grotesca donde otrora se derramaba de sangre de las víctimas. Y justo frente al Palacio Nacional, obra novohispana que el señor de Macuspana ocupa con obsceno desparpajo.
Una arista de aquellos hechos fue la conquista, otra la rebeldía de los oprimidos, lo que explica la adhesión al peninsular de tantos indígenas cansados. Pues que Cortés con solo 300 hombres nunca hubiese podido vencer a los 300 mil del ejército imperial; y otra más la liberación de los sometidos, por eso la aseveración de José Vasconcelos: “la conquista la hicieron los indios”
De esta suerte que, si no conseguimos ver la historia en toda su complejidad, caeremos siempre en un reduccionismo que la falsifica. Justamente como lo hace el supuesto “nuevo régimen” que mal encamina la percepción de todos aquellos fanáticos que siguen creyendo en él. Voltaire tenía razón: el fanatismo es como una peste, una gangrena. Y solo el efecto del pensamiento le devuelve al alma la tranquilidad.